¡AY, SAN ANTÓN, LAS CERVEZAS DEL LUCIO!

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Foto tejar (1)


¡Ay, San Antón!

Las cervezas del Lucio

cuánto te gustan.


Este haiku a enero, publicado en el poemario "Haikus de Jalón" me acompaña siempre en estas fechas. Inevitable.

Cada vez que llega el 17 de enero visualizo la escena que nunca vi, pero que me contaba mi madre.

La cita tenía lugar a media mañana en la Plaza del Pueblo. Antonio, el panadero, con su gorrillo y mandil blancos, y su cigarro en la comisura de los labios; don José, guardia civil jubilado, que ostentaba el Don con mayúsculas por su carácter afable; Vicente, afanado y servicial dueño de la ferretería de la plaza… y quienes pasaban por allí, como el Vítor montado en su tractor, que conducía con deliciosa parsimonia, creo que con la sana intención de saludar con su enorme sonrisa y su mano en alto a todo a quien veía, o el longevo y querido Anselmillo, con su burro y su albarda conteniendo alguna verdura de invierno, camino de la Calle Arriba, que también se llama Félix Cid honrando la memoria de El Mejicano.

Seguramente, la fotografía la conformaban otros más, pero por no recordar sus nombres o la difusión que causa las cinco décadas pasadas, que se dice pronto y causa vértigo hasta escribirlo, no me atrevo a citar.

Don Félix o Don Antonio, curas de la bulliciosa época, que tuvieron la suerte de bautizar a más arcobrigenses de los que dieron tierra, salía a la puerta de la iglesia, quizá en medio de la Plaza del Pueblo, y bendecía a los animales. En aquel tiempo había animales: perros, mulas, ovejas, gatos, tordos, asnos, renacuajos en los pilones, cochinos, palomas, truchas y barbos, víboras, gallinas, conejos, buitres, erizos, vacas, topos… No me consta la palabra mascota. Creo que existían menos palabras y todo se definía perfectamente, y todos lo entendíamos.

Después, se iban a la tienda de Lucio, que fue durante muchos años la sucursal civil de Nuestra Señora de la Asunción por servir de sede a los que no entraban “a misa”. Aquellos hombres tomaban unas cervezas con queso y arenques. No sé si las machacarían en la puerta para separar la raspa... No sé, realmente, apenas nada de aquellos días. Solo lo recuerdo como un entrañable episodio que habita en la inolvidable película de mi infancia en Arcos.

Yo nunca los vi, pero me lo contó mi madre. 

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