UNA ALUMNA DEL I.E.S. ZAURÍN DE ATECA GANA EL CONCURSO DE RELATOS DE LA CÁTEDRA DESPOBLACIÓN Y CREATIVIDAD DE LA DPZ

|

1


Ana María Alcalde Marruedo, alumna del IES Zaurín de Ateca, ha sido la ganadora en categoría juvenil del concurso 'Qué bello es vivir... en mi pueblo' de la Cátedra DPZ sobre Despoblación y Creatividad, por su relato ‘El pasadizo’, ambientado en Cetina. Este jueves, como el resto de los once premiados (siete relatos y cuatro vídeos), la ganadora cetinera ha recibido su premio en la sede de la institución provincial en la capital maña.

El objetivo de este concurso es recopilar historias sobre la vida en el medio rural, que sirvan para apreciar y valorar las oportunidades que brindan los municipios. En el concurso podían participar centros educativos, centros especiales de empleo, asociaciones para personas discapacitadas intelectualmente, residencias de ancianos, centros de día y asociaciones de mayores de la provincia de Zaragoza, ya que otro de sus fines es implicar a toda la comunidad para descubrir las muchas historias que se esconden en los municipios zaragozanos. Todos los relatos y los vídeos muestran a través de contenidos creativos y emocionantes las posibilidades de nuestros municipios, donde se puede vivir a gusto y disfrutar de sus encantos. 

La alumna, vecina de Cetina, ha recibido, al igual que los demás premiados, un trofeo artístico y 300 euros para gastar en biblioteca y material docente y lúdico. El resto de trabajos que han recibido su premio este jueves, en la gala presentada por el periodista Miguel Mena, están ambientados en las localidades de Quinto, San Mateo de Gállego, Villamayor, Bujaraloz, Caspe y Zaragoza.


Este es el relato de la ganadora del I.E.S. Zaurín de Ateca, Ana María Alcalde:


EL PASADIZO


Era una soleada tarde de octubre en Cetina, ya hacía un mes desde que había empezado el curso, pero mi mente aún seguía en verano. Estaba leyendo un libro de “los cinco”, y recordé las divertidas y calurosas tardes de verano que pasaba con mis amigos en el río. El río Jalón, que en su paso por Cetina ya no es de aguas cristalinas, pero aun así tiene una belleza singular, y más de una vez se había llevado alguna de nuestras chanclas cuando nos adentrábamos en él para refrescarnos. O las mañanas en las que decidíamos ir de excursión con bicicleta a algún pueblo cercano y tras volver agotados por el calor nos zambullíamos rápidamente en la piscina municipal. También echaba de menos las tranquilas noches a las afueras del pueblo, en las que si observabas el cielo, se podían contar cada una de las estrellas que brillaban en el firmamento. Si poníamos atención, también veíamos alguna estrella fugaz, pasaban tan rápidas y brillantes que parecía cosa de magia.

Nos lo pasábamos muy bien… Lo que no significa que lo pasemos mal el resto del año, pues últimamente estábamos muy entretenidos en hacer una cabaña en uno de los muchos árboles que llenan las choperas cercanas al río. Además, al día siguiente sería el día del Pilar ¡y teníamos puente! Por eso, esa misma tarde volveríamos a estar la pandilla al completo, los chicos de la ciudad venían a pasar unos días en el pueblo.

-[Pi, pi… pi, pi…] -escuché el sonido mecanizado de mi reloj de pulsera, ¡ya eran las 17:00! Se me había pasado el tiempo volando.

Corrí a toda prisa hacia la plaza del pueblo. Allí habíamos quedado los del pueblo con nuestros amigos de la ciudad, algunos habían llegado hacía apenas unos minutos. En cuanto vi a Sandra, a Mateo, a Aroa y a los demás les di un abrazo a cada uno, no nos veíamos desde hacía meses. Pero, no solo habíamos quedado con nuestra pandilla, también quedamos con el dueño del castillo-palacio de Cetina, un vecino del pueblo al que conocíamos y había accedido muy amablemente a hacernos una visita guiada.

La visita transcurrió con normalidad, yo ya había visto el interior del monumento varias veces, pero siempre eran visitas con el colegio. El castillo-palacio, hecho de piedra arenisca, alberga muchas habitaciones misteriosas, por desgracia algunas en ruinas y ya nadie entra en ellas. Seguramente, siglos atrás, reyes, duques y condes dormían en su interior, o el famoso poeta Francisco de Quevedo escribía alguna de sus famosas obras sentado en uno de sus escritorios.

Al terminar la visita, el señor nos contó una anécdota muy interesante:

-Dicen que hace muchos años, en este castillo, excavaron un túnel subterráneo que lo conectaba con la cueva de Peña Rubia, un cerro situado a varios kilómetros de aquí. Nadie ha intentado nunca encontrar ese pasadizo, pues solo se trata de una leyenda, pero como todas las leyendas, puede que tenga una pizca de verdad… -terminó, con un aire misterioso. Luego, se despidió de nosotros y le dimos las gracias por la visita.


-¡Me ha encantado la visita! –exclamó Susana dando saltitos.

-Sí, ha estado muy bien, yo no lo visitaba desde hace mucho -dije.

-¡Deberíamos intentarlo! -gritó Mateo de repente.

-¿Intentar qué? -preguntó Susana.

-¿No  habéis  oído  al  señor?  Hay  un  túnel  desde  el  castillo  a  una  cueva.

¡Deberíamos buscarlo! -respondió Mateo.

-Ya, pero solo es una leyenda, ¿no? -le recordó Susana.

-Sí, aunque no perdemos nada por intentarlo. ¿Qué me decís?

-Bueno… Yo sé donde está Peña Rubia, he ido varias veces con mi padre, pero no he entrado nunca en la cueva -dije.

-Pues, mañana quedamos por la mañana, ¡vamos a ser exploradores! -exclamó Mateo muy ilusionado.- Traeré linternas y más cosas que nos pueden ser útiles.

-Vale, mañana iremos de excursión al cerro de Peña Rubia -aclaré- ¡hasta mañana chicos!

Al día siguiente estábamos casi toda la pandilla, caminando con mochilas hacia el lugar acordado.

-¿Está muy lejos el cerro? -preguntó Aroa con una mueca de cansancio. -Ya se me están llenando las deportivas de tierra, otra vez…

-Creo que Peña Rubia es ese cerro que se ve ahí en frente -dije, mientras hacía visera con las manos para poder verlo mejor.

Al rato, nos encontramos ante un cerro imponente, con una franja de tierra llena de estratos blanquecinos. Entonces no tuvimos dudas, esa era Peña Rubia.

-Bueno chicos, tenemos que encontrar la cueva. ¡A buscar! -exclamó Mateo mientras corría por la ladera del cerro.

Nos dividimos en dos grupos: Sandra, Lucas, Susana y yo fuimos por un lado mientras que Mateo, Aroa, Pedro y Susana fueron por el otro.

Nosotros miramos detrás de rocas, en cavidades,… Pero, nada…

Pronto escuchamos un grito -¡Chicos, venid!- Corrimos en esa dirección, hasta llegar con nuestros amigos, estábamos muy cerca del punto donde habíamos empezado a buscar.

-Cómo no nos hemos dado cuenta, ¡hemos pasado justo al lado! -Dijo Sandra riendo.

La cueva tenía una entrada amplia, no nos hacía falta agacharnos para entrar. Estaba rodeada de unas paredes de adobe, medio derruidas, era un antiguo corral. Probablemente los pastores metían a sus ovejas allí cuando llovía, pues


el interior era también inmenso. Era la cueva mas grande que había visto hasta la fecha.

-¡Increíble! -Mateo se quedó con la boca abierta, pero pronto comenzó a sacar cosas de su mochila: una linterna, una cámara frontal, una cuerda,… -Venga chicos, vamos a entrar.

-¡Sí! -respondió Pedro, ilusionado.

-Oh… Yo creo que no entraré, seguro que hay bichos -dijo Aroa con cara de asco mientras observaba una tela de araña en la roca.

-Venga Aroa… Que a mí tampoco me entusiasman las arañas, pero voy a entrar -le animó Susana.

Finalmente entramos, aunque Aroa aún no estaba muy convencida.

La cueva constaba de una primera cámara, bastante amplia, luego el paso se estrechaba un poco y atravesándolo llegamos a una segunda cámara, de dimensiones similares a la anterior. Pensábamos que la cueva terminaba allí, Susana, Aroa y Lucas salieron, creían que la aventura ya había terminado. Pero el resto nos quedamos investigando un poco más, tenía que haber algo…

-¡Mirad lo que he encontrado! -gritó Mateo mientras  desplazaba algunas rocas.

Los demás nos quedamos mirando con asombro.

La cueva seguía, pero era mucho más estrecha, una persona de constitución grande no podría pasar por esa zona.

No parecía muy seguro, podrían derrumbarse paredes o caer rocas del techo, pero Mateo estaba decidido.

-Voy a entrar -dijo.

-No, ese túnel tan estrecho no parece seguro -dije preocupada.

-Pero este es el pasadizo de la leyenda, si nadie intenta cruzarlo no sabremos nunca si es cierta -respondió sacando un casco de la mochila.

Se lo puso y se adentró en el túnel. Avanzaba despacio y de rodillas, al rato, dejamos de ver sus pies.

-¡He encontrado otras dos cámaras! -escuchamos- son casi igual de grandes que las anteriores y hay un paso amplio, no como este. ¡Pasad! ¡Tengo otro casco! ¡Lo he dejado fuera!

-Jo, pues si que has venido preparado -dijo Pedro más animado a entrar. -¡Voy a avisar a los demás!

Cuando vinieron, decidimos pasar todos por el túnel, sentíamos mucha curiosidad sobre lo que podíamos ver detrás y la idea de que nuestro amigo había pasado nos animó. Incluso Aroa pasó.


Al principio daba un poco de miedo, era húmedo, estrecho y oscuro, pero esa sensación no duró mucho. Cuando salí del angosto conducto, iluminé las paredes que me rodeaban con la linterna de mi móvil. Era impresionante. Había inscripciones antiguas grabadas en la roca, y a las amplias galerías subterráneas les seguía un corredor oscuro y misterioso. Este pasadizo no era como el anterior, el techo era alto y las paredes más distanciadas entre sí, al menos lo suficiente como para que pudiésemos atravesarlo sin problema.

-¡Lo hemos encontrado! Este seguro que es el pasadizo de la leyenda. Solo tenemos que atravesarlo y…

-¡¿Cómo que lo vamos a atravesar?! -exclamó Aroa con nerviosismo, interrumpiendo a Mateo.- ¿Cómo sabemos que el techo y las paredes de piedra son seguros? Yo ya he atravesado ese conducto lleno de piedras afiladas y polvo. Lo siento chicos, yo me vuelvo.

-¡No te vuelvas! Hemos llegado muy lejos… -replicó Sandra. Después se quedó callada como si estuviera pensando.- Por una parte tienes razón quizás algunos deberían quedarse al otro lado, por si pasara algo. Si encontramos algo interesante os llamamos.

-Vale, yo me quedo con Aroa -dijo Susana.

Ya decididos, dejamos atrás a Aroa y Susana, y a la luz de nuestras linternas comenzamos a caminar hacia lo desconocido.

No sé cuanto tiempo pasó exactamente, pero se me hizo eterno. El eco de nuestros pasos resonaba al final de la cueva, sabíamos que nos encontrábamos cerca del final.

De pronto, escuchamos pasos detrás nuestro, iban deprisa, corriendo, y cada vez estaban más cerca.

-¡Chicooos! ¡Pedro! ¡Tomás! ¡Sandra! -escuchamos a nuestras espaldas.-¡Chicoos! -Volvimos a oír, esta vez más fuerte. Eran Aroa y Susana, que venían corriendo muy fatigadas.

-Tranquilizaos un poco, y contadnos que os ha pasado… -pregunté, sin temerme nada bueno. Estaban muy asustadas.

-Las pie…pie…dras, se han ca…caído de la pared y han ta…ta…ta…ponado el tú…nel -dijo Susana con gran esfuerzo.

-Sí, no hemos podido quitarlas todas, pesaban mucho. Necesitamos vuestra ayuda, si no podemos apartarlas nos quedaremos atrapados… -siguió Aroa, suspirando.

-Oh, no… -dijo Lucas- ahí delante parece que acaba el pasadizo, esperemos que haya una salida al otro lado…

Seguimos caminando, junto a Aroa y Susana, nos acercábamos al final. De lejos no se veía más que una pared rocosa. Cuando nos encontramos frente a ella nos llevamos una gran sorpresa, no había salida… Estábamos muy


desilusionados, tendríamos que volver por donde habíamos venido ¿y si no lográbamos apartar las rocas que taponaban el túnel? ¿Qué íbamos a hacer ahora? ¿Cómo reaccionarían nuestros padres? Nuestras mentes estaban llenas de preguntas.

La verdad es que nuestros padres debían de estar preocupados, con la emoción no nos habíamos dado cuenta de la hora que era. Todos deberíamos estar ya en nuestra casa comiendo.

Ya estábamos a punto de volver, pero algo nos detuvo. Un montón de rocas y tablas cayeron del techo, dejando al descubierto un gran agujero por donde se filtraba la luz del sol.

Y es que Mateo no se había rendido tan fácilmente. Mientras nosotros pensábamos en nuestro posible destino atrapados en esa cueva, él había estado buscando una salida. Era el responsable de que esas piedras y maderas cayeran.

-¡Bien! ¡Has encontrado la salida! -exclamé. Nuestros rostros cambiaron totalmente, ahora todos sonreíamos.

El agujero estaba un poco alto, pero ayudándonos los unos a los otros y conseguimos salir al exterior.

Ahora nos encontrábamos en una habitación deteriorada y poco iluminada, estábamos rodeados de polvo y diversos objetos antiguos desperdigados por el espacio. El suelo era de piedras y en una esquina estaba el agujero por dónde acabábamos de salir, posiblemente han pasado muchísimos años desde la última vez que estuvo abierto. En el cuarto había una ventana muy pequeña y sucia, apenas dejaba pasar luz, las paredes estaban hechas también de piedra y el techo no parecía muy estable.

-¡Lo hemos conseguido! Hemos atravesado el pasadizo -exclamé.

-¡Estamos en el castillo! Estoy seguro -dijo Mateo super contento.

-Un momento… Aún tenemos que comprobarlo ¿no? –dijo Sandra mirando a su alrededor.

Nos dirigimos hacia la puerta con cuidado, pues no parecía muy seguro moverse por esa habitación de cualquier manera. Por suerte no estaba cerrada con llave. Sin embargo, estaba atrancada y todos tuvimos que aportar nuestra fuerza para abrirla. Salimos, y nos encontramos con unas estrechas escaleras de caracol a las que les faltaban varios peldaños. Uno detrás de otro comenzamos a subirlas lentamente. Después atravesamos un pasillo muy oscuro y polvoriento, y al volver la esquina…

-¡Aaaaaa! -escuchamos frente a nosotros, ¡era el dueño del castillo!

Me llevé una mano al pecho, casi se me para el corazón. Y por su cara, a él le habíamos dado un susto aún mayor.


Pronto nos reconoció y nos hizo un montón de preguntas. Le explicamos toda nuestra aventura, estábamos muy emocionados ¡habíamos encontrado el pasadizo de la leyenda!

El hombre se sorprendió un montón, ¿cómo es que nunca se había dado cuenta de en el castillo había de verdad un túnel secreto? Quizás, es que nunca se había parado a pensar seriamente en que la leyenda podía ser cierta. Y el hecho de que la entrada se encuentre en una de las habitaciones medio en ruinas donde nadie entra desde hace años, no ayuda mucho.

Después de contarle todo esto al dueño del castillo, decidimos que este increíble descubrimiento debería ser investigado más a fondo.

A los pocos días, un equipo de arqueólogos, geólogos y más profesionales vinieron al pueblo para realizar sus investigaciones. El descubrimiento podía aportar mucha información sobre la historia de Cetina.


En cuanto nosotros. Estuvimos muy ocupados durante la semana siguiente, con entrevistas del periódico, de la radio, e incluso vino la televisión. Después de todo, teníamos que contar nuestra gran aventura al mundo.



Comentarios