LA BOLSA O LA VIDA

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          Ahora comprendía a los que saltaron por la ventana durante la Gran Depresión. ¿Por qué se metió en la bolsa? Nunca le gustó, pero el marasmo de cifras, siempre relacionadas con ganancias incontables, le había imantado y conducido al circo de los locos ambiciosos.


       Durante meses, se había empapado con términos que no le decían nada pero que, dependiendo de su estado, ánimo, tendencias o influencias, disparaban las curvas de la riqueza hacia la gloria o las hundían en abismos de penurias y miseria.


        Se familiarizo con el Ibex, el Dow, el yuan, los tigres de papel, China, el I.P.C., países emergentes, el F.M.I. Por más vueltas que le daba, no lograba comprenderlo. Todo parecía influir en aquellos esmirriados valores que se levantaban con una salud envidiable y llegaban al mediodía al borde del colapso.


        ¿Por qué se apagaban las importantes compañías eléctricas con el simple anuncio de una huelga de mineros en una desconocida república asiática?


        El ofrecimiento de un préstamo a un reyezuelo africano derivaba en una guerra tribal, con matanzas indiscriminadas e, inmediatamente, se producía un reflejo en la cotización de Coca- Cola o Telepizza.


           Lo de la última semana había sido de locura, cada día batía el récord del anterior. Las caídas eran generalizadas y multitud de valores de habían convertido en papel escrito de un solo uso.


          Cansado de oír noticias radiadas, se dirigió a la fábrica de los despropósitos con el ánimo de obtener la información de primera mano. Derruido sobre una escalinata, los puños crispados, aprisionando cuartillas repletas de cifras furiosamente ensambladas, allí estaba el “bróker”, su recomendado e infalible agente.


       Parecía amargado, pero él no iba a dejarse impresionar. Si tenia que perder sus ahorros, por lo menos, quería una explicación. Se sentó a su lado y tamborileó con sus dedos en la espalda del desconsolado profesional. Este volvió la cabeza y le observó con gesto abatido; ¿Qué quería? Estaba todo tan claro, no hacían falta comentarios, el “crack” era completo e inminente. Pero Pepón Carreras, era soriano de pro, hacia patria de ello y sabia lo que costaba amontonar un poco de dinero y el tiempo de sacrificios que esto suponía. No bastaba con hacer momos con la cara, ni gestitos de impotencia, tenía que haber una razón lógica para tanto desvarío y, le gustara o no, se la iban a dar.


        William Gavilán. Que así se llamaba el profesional del bono, imitó con sus dedos índice y pulgar una pistola, la apoyó en su sien e hizo ademan de disparar.


         Empezaba a perder la cabeza, se estaba poniendo nervioso, ya le daba igual el dinero o eso quiso pensar ante lo irremediable de la situación. Quería unas pocas palabras razonables, algo que tuviera que ver con yacimientos mineros agotados, accidentes de centrales térmicas, satélites que se desploman desde el espacio exterior.


        Él había comprado telefónicas de España, ¡Matildes!, no países en crisis.


        Cuando se disponía a zarandear al perplejo bolsista, y así, llamar su atención con mayor contundencia, sucedió algo que cambio todo el panorama, en el teletexto del monitor central empezó a inscribirse una noticia que captó rápidamente la atención de todos los allí presentes.


        “ El F.M.I. concede una demora en el cobro de los intereses de la deuda publica asiática, lo que inmediatamente se traduce en una subida del índice Nikei, que repercute en el Dow, que hace a su vez, subir la cotización del dólar, con lo que el petróleo del Kazajstán se iguala en valor al de los países de la O.P.E.P. y gracias a esto, Rusia anuncia el descenso deseado en su inflación. Por ende, en Latinoamérica se produce el ajuste que monetario que algunos habían vaticinado si se daban las anteriores circunstancias e irremediablemente se disparan al alza, las bolsas europeas y con ellas, las telefónicas en el cielo.”


          La actividad se vuelve frenética, todo el mundo recoge información y gesticula hasta el ridículo. Esto continúa durante horas y cuando vuelve la calma, la satisfacción se refleja en todos los rostros. La bolsa ha experimentado la recuperación más importante de su corta historia. No se recordaba una jornada igual. ¡ Récord de récords!


            El “bróker” lleno de felicidad, cerca del paroxismo, se abraza efusivamente a su cliente. Con breves y técnicas palabras, trata de explicarle la nueva situación. Le oye sin prestar atención, no escucha la retahíla de acepciones bursátiles que recita con monótona y profesional naturalidad. Entre frases cree comprender que sus acciones se recuperarán y, aunque su valor no es el que merecen, están otra vez en la brecha.

-     Se atreva a preguntar: ¿Se pueden vender?

-      Naturalmente, pero ahora no es el momento, espera un poco y verás.

-      ¡Vende!

-       Pero……

-       ¡Vende! Mañana en cuanto abran, ¡vende todo! No atiende más consideraciones y abandona el edificio sin poder reprimir una doble y extraña sensación que mezcla alivio y lejanía, cuanto más piensa en ello, más remoto le parece mañana.


          No pudo dormir esa noche. Se levanto con las primeras luces y esperó angustiado delante de su teléfono. Una vez le comunicaron estaba hecha la operación, cogió una pequeña bolsa de deportes, se presentó en su agencia bancaria y con movimientos seguros y la ligereza que da el conocimiento de los pasos a seguir, rellenó los impresos necesarios para sacar hasta el último euro de su renacida cuenta.


          Tenía entendido que el banco en cuestión, poseía intereses en los países caribeños y no sabía dónde, pero alguien le había contado ¿o a lo mejor sólo lo soñó?: Un contingente cubano pensaba desembarcar en las costas de Florida, y esta vez, a él no le cogerían descolocado.

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