INGENIOS DE GENIOS

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Shantiagurti, príncipe de los genios, castigó a Khalil Benitian a permanecer en aquella estancia vacía el resto de sus días. Prohibió que sus carceleros se dirigieran a él y, sólo una vez al día, una mano anónima recogía los excrementos del reo y depositaba el frugal sustento.


        Shantiagurti se aseguró de que antes de ser encerrado, fueran curadas todas sus heridas y que cuando se viera allí, se encontrara pletórico de ánimo y fuerzas.


       El tiempo le iría diciendo a sus ojos que nunca más verían el color; su olfato, no percibiría la primavera; nunca más una nota musical sorprendería sus oídos y su piel, se iría ajando, sin prodigar, ni sentir una caricia.


       No le provocaría dolor, ni miedos. Solo pondría a su alrededor la nada, y dejaría que el tedioso devenir del tiempo le condujera a la desesperación y a la locura.


        Tras mucho meditar suplicios y tormentos, había llegado al convencimiento de que este era el mejor castigo para el amigo que le arrebató el amor de su favorita.


        A ella por traicionar su confianza simplemente la desterró del gineceo y la condeno a trabajar de por vida. Él la concedió todo, pero la concubina, tan bella, como mudable y caprichosa hizo que en la primera ocasión que tuvo, se entregara a las caricias prohibidas y a los actos reprobables con el que creía su fiel amigo. No se ensañó, pues como todo genio sabio, era conocedor del alma femenina y consciente de que antes o después, desaparecería el deseo y moriría el amor. Sin embargo, no encontraba castigo suficiente para el que antes fuera su amigo, mancilló su amistad y nada de lo que se le ocurría daba descanso a su alma.


         Tras muchas consultas, el gran gurú, maestro espiritual de Abenalunpur, le dio la respuesta: “El hombre inteligente solo teme la nada”.


       Allí lo encerró y paso el tiempo. Todos los días desde su oculto minarete, observaba la vacía estancia y al solitario reo. Éste permanecía sentado, inmóvil y misteriosamente sonriente.

         El genio se desesperaba, quería verle enloquecer, pero permanecía placido y sereno.


        Después del primer año de cautiverio mandó quemarle los ojos, pensó que algo distraía su atención entre las vacías paredes de la sala. Al segundo año arrancó su lengua, sin duda, la modesta comida tenia algo que sólo él era capaz de degustar. Al tercero, selló sus oídos, el silencio era incompleto y el cautivo debía de haber aprendido a armonizar los ruidos.


       Así, en sucesivos años, siguieron la misma suerte olfato, manos, dientes, piel….hasta quedar convertido en un despojo humano. Sin embargo, para irritación del cruel genio, la sonrisa seguía dibujada en la maltratada boca y en los ojos sin vida del desdichado Khalil.


        No sabiendo qué hacer, se dirigió de nuevo al sabio gurú. Tras explicarle todo lo ocurrido en los últimos años, el anciano concluyó: “Nada se puede hacer, le pusiste en la nada y le has ido quitando todo, pero ese hombre posee el mejor de los juguetes, y ese, ni se lo puedes quitar ni romper. Tiene imaginación”.


        El genio enfurecido mató a Benitian. Dicen que una vez en su nirvana, Brahma le reencarno en un semidios conocido como Anthiolín, y que éste vaga entre seres escogidos cuando duermen o fingen dormir, y dicen que, con sólo rozar sus sienes, los lleva a mundos donde lo fantástico y lo real se confunden con la misma facilidad con que lo hacen entre sí, los difusos contornos de los mares de nuestra tierra.

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