CONTINUACIÓN JUGANDO DIVINAMENTE...

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    Hubo algún movimiento de duda, alguna leve queja: “Hombre paga Él, seguro que se enfada…. no deberíamos”. Pero mientras cada uno hacía la consideración que estimaba oportuna, arrastraba una silla, colocaba una mesa o buscaba un tapete.


         Las cartulinas repartieron su caprichosa fortuna y, en cuestión de segundos, se confeccionaron las parejas y estábamos sentados de cuatro en cuatro mirándonos con impaciente alegría.


      --  “¡Repartid!”—mandó una anónima voz.


     Jugábamos y aguardábamos expectantes.


     Yo le vi el primero, entró recomponiéndose la túnica y observé como cambiaba su semblante al darse cuenta de la situación.


      Montó en colera: “¡¿Cómo podéis hacerme esto a Mí, en un día como hoy?!”


      Fingí no oírle y busqué la complicidad de mi compañero: “Pares y juego, si no lo veo no lo creo”.


       Reparó en mi retintín y entonces la sentí por primera vez. Posteriormente la he visto representada en alguna ilustración en los libros infantiles de religión.


      La colera y la justicia divina: “Has sido tú Pesaote”, sentenció. De su mano diestra nació un rayo de luz que, a modo de dardo, lanzó hacia mi denunciada posición.


      Me dio el tiempo justo de hacerme a un lado y saltar por la ventana que tenía a mis espaldas y que por suerte estaba abierta.


      Corrí como un poseso por aquel monte de olivos, con tan mala suerte que no vi una cuerda, puesta para tender ropa, que unía dos hermosos ejemplares de aceitunos. La oscuridad, mi prominente nuez, la tensión de la cuerda, mi escasa estatura, mi atolondramiento, hicieron el resto y, el travieso destino me la jugó, Una vuelta sobre mí mismo y allí terminaron mis terrenales días, quedé atrapado en el cordel como otra bamboleante pinza más.


       En mi mano crispada que se iba abriendo lentamente, una bolsa con treinta garbanzos de plata vaciaba su contenido en el árido suelo. En mi precipitada huida los había raptado de la mesa de juego. ¡Cuántas insensateces se han escrito sobre ellos!


       Con lo fácil que hubiera sido hasta para un mal poeta hablar de la semilla del juego, de cómo el empedernido y vencido jugador en su último momento viéndose perdido, deposita su simiente en la seca tierra y espera que la luna haga germinar de cada garbanzo plateado, un nuevo alevín de campeón.


       Una frase así o parecida, hubiese supuesto un bonito réquiem para alguien como yo, sin embargo, se prefirió manchar mi nombre y, aún hoy, en el siglo XXI, cuando se menciona al “Pesaote” es para simbolizar la traición.


       En mi purgatorio, desde mi aburrida nada, oigo constantemente la cenagosa historia de envidia y corrupción que acompaña a mi estirpe y, no siempre, soy capaz de mantener calmado mi espíritu.


         Aquella fatídica noche, después de mi accidente, procuraron como es costumbre en algunas sociedades burguesas, que no se notara mi ausencia y actuaron como si no hubiera pasado nada.

        “El Altísimo” ocupó mi puesto en la mesa y ganó eternamente.


         Pero cuentan, y esto es difícil de comprobar pues no ha quedado testimonio para ratificarlo, que, entre sus más cercanos, se criticó mucho su agrio comportamiento de aquella noche. Les resultaba fácil concluir, por lo acontecido, que la tolerancia y el buen humor no eran cualidades que adornaran la personalidad de tan acreditado jugador.


       Siglos después, en una de las muchas excavaciones arqueológicas que se practicaban por tierras de Judea, en una tumba anónima, apareció grabado a modo de inscripción funeraria:


           “Bienaventurado aquel que, sabe soportar bromas y burlas de los demás, aprende a reírse de sí mismo y disfruta con la alegría de los burlones”.


P.D.: Cualquier parecido con la religión, es pura premeditación.

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