LENGUAJES

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Estoy aprendiendo a leer y hablar por segunda vez. Lo hago a través de los ojos de mi nieto, con mi hija no supe o me faltó tiempo. Casi sin darme cuenta, revivo aquel asombro ante el misterio de cada letra, me vale con mirar los ojos del pequeño; expectante y leyéndome sin conocer las letras. Se adivina en él, el esfuerzo descifrando balbuceos y muecas, tarea lenta y paciente, me escruta tratando de dar sentido a mis gestos, sus palabras.


        Mi lengua silabea, mientras sus oídos desmarañan los sonidos ocultos de mis ruidos. No es tarea fácil, imitar y arrebatar palabras reconocibles al casi permanente silencio. No había sido consciente hasta ahora, me fascina esta extraña operación de interpretación , que implica enseñar a los ojos a escuchar.


       Cualquier parrafada, por absurda que sea, puede ser una partitura del lenguaje, las palabras son aire escrito. Hora mismo con su mirada saca música deslavazada, incomprensible, pero música. desconoce el alfabeto y sus conexiones, aún no sabe que es un hermoso invento para conservar las huellas del pensamiento, sonidos para sus oídos, que acabaran traduciendo sus ojos y se reflejaran con una sonrisa en sus labios.


        Es como el código morse, al igual que con él, utilizamos secuencias de puntos y rayas, podemos hacerlo con los sonidos, muecas y gestos intermitentes. Solo con fijarnos un poco, notamos como nos comunicamos y como no hacen falta palabras, hablan nuestras miradas y responden nuestros gestos.


       Con el tiempo fabricaremos grandes discursos, anudaremos frases en novelas y poemas, pero desde que nacemos, enviamos señales con las manos, el arco de las cejas, el rictus de la boca, los titubeos…..estamos hablando para que nos escuchen los ojos.


        Somos un libro abierto, un libro sin letras, pero explicito y convincente. Escritura que iremos aprendiendo con el tiempo, que contaran nuestra historia; las arrugas, la calvicie, las cicatrices, el subrayado de las ojeras, los borrones de las moraduras……palabras del tiempo en nuestro cuerpo y que no necesitan letras, pero que leemos sin esfuerzo.


          Miro a mi nieto mientras me lee, y yo trato de leer en él, pese a ser un libro con casi todas sus páginas en blanco. Sus ojos caminan por mi cara, sus labios esbozan balbuceos. Me doy cuenta de que el conoce ese lenguaje y yo que presumo de letras, vacilo, tartamudeo, copio sus gestos, hasta que me doy cuenta de que por fin estoy aprendiendo.


        Nuestras caras y cuerpos son páginas de un texto incompleto, lo escribimos a diario, cuentan lo que no está escrito y hablan sin tener sonidos, ni alfabetos.


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