TRENES POR CHORICILLO

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El “Recorrido”

ha cambiado los trenes

por choricillo


Este sencillo y emotivo haiku podría resumir lo que ocurre en Arcos de Jalón cada año, cuando el final del invierno nos convoca a rememorar las Matanzas del cerdo.

Quizá dentro de poco tiempo, sean nuestros hijos los que se reúnan en el muelle de la estación para recordar otro fenómeno social en peligro de extinción, y que siempre ha estado íntimamente relacionado con Arcos: el tren.

Y llegaremos a escuchar: “…y por ahí, por esos raíles de hierro, por esa actual vía muerta, circulaba lo que llamaban tren. Al principio “echaban” humo, luego “echaban”chispas y ahora, simplemente, se les “echa” de menos.

Claro que los nuevos tiempos nos han dejado un descendiente, un ave fugaz que le grita al viento, que aúlla en el silencio de nuestra comarca ante la sordera que patrocina la despoblación.

Pero dejando al margen estas pequeñas “cosas sin importancia”, tengo que referirme a ti, una vez más. Y lo hago sin atrincherarme en cómo salgan los actos preparados para La Matanza Popular de Arcos. Prefiero escribir estas palabras a doscientos kilómetros y sin haber consultado siquiera el parte meteorológico para el sábado.

Espero verte sentado sobre el último banco del andén, como siempre. Sí, seguro que estarás ahí, no puedes faltar, nunca lo has hecho. Si vienen de Zaragoza, de Madrid, Barcelona, Valladolid, Alcalá y de Bilbao...cómo no venir de “el más allá”. En realidad estás siempre, pero estos días, en los que suena la charanga, nos limpiamos los zapatos y nos reunimos a charlar con la excusa de comer unos torreznos, estos días esperados para ver brillar Arcos en la pupila ajena, todavía se hace más intensa tu mirada, profunda y arrugada por el paso del sabio tiempo.

Y te veremos todos saludando al maquinista del mercancías de las 16,07 –pocos viajeros ven ya Arcos de día-. Y el viento despedido te hará entornar los ojos. Instintivamente mirarás a la zaína Mikado, que por ser tan buena, se ha quedado a vivir en Arcos, en un unifamiliar construido a su medida, y que podría convertirse antes de lo natural en un preciado fósil del siglo pasado.

Pasará tan rápido el mercancías que ni siquiera le dará tiempo a oler las migas. Es que ahora los trenes solo conocen la comida rápida de las grandes estaciones. Van de ciudad en ciudad, solo ciudad, aunque de vez en cuando recogen afluentes perfecta y estratégicamente diseñados. Claro que estamos hablando de rentabilidad y eso paga un peaje, en este caso, no comer migas, que ya es bastante.

A continuación, te escucharé silbar la canción favorita: “Arcos, que bonito es Arcos...” esa que aprenden los niños antes que la tabla del siete. La misma que se aúpa al número uno a mediados de septiembre. La que acompañan con rítmicas palmas las abuelas, intentando que los nietos repitan entre dientes.

Mientras canturreas la canción, diriges la mirada al horizonte, hacia el destartalado cuarto de agentes, en el que dormían muchos ferroviarios, hace ya demasiado tiempo.

Y al ritmo de la canción, terminaremos de comer. Y poco después, con el cerdo haciéndose jugos, te instalarás entre las tertulias, con la mirada serena, diciéndole “hasta luego” a los sorianos dispersos por el mundo. Veré tu despedir discreto a la autoridad venidas de lejos, ante su palmada animosa en la espalda. Sí, seguimos llorando fábricas y soñando futuros –Ojalá que no se nos escape el Jalón, como tantos trenes–.

Así, poco a poco, el Recorrido se irá desalojando y cada uno hará la digestión como pueda.

En los columpios solo quedarán inocentes sonrisas pequeñas, ajenas a trenes y choricillos.

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