HÉROES NACIONALISTAS

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Aquella mañana de mayo era especialmente calurosa, se acercaba el mediodía y el sol, por primera vez aquel año, calentaba de verdad.


         Desde su improvisada atalaya observaba la vacía plaza, los desiertos soportales. Todo el mundo estaba a esa hora en la iglesia, era día de comuniones y hasta los no habituales acudían a la liturgia. Los pocos que no estaban allí descargaban chiquitos en la destartalada taberna de Patxi, el de Somaerribia.


         Se retiró de la ventana y en la semipenumbra del desordenado desván buscó su mochila, la abrió y palpó el frío metal del cañón de su desmontado fusil. Se sentó en el suelo y pausadamente fue sacando todas las piezas de su arma. Las fue limpiando con mimo, con un trapo engrasado preparado para la ocasión. ¡Cuántas noches había realizado esta misma operación antes de una jornada de caza!


        Una vez repasado todo, sopló por un extremo del ánima del cañón y procedió a montarlo minuciosamente, cada parte engarzaba en su complementaria y él terminaba de ajustarlo con un fuerte apretón de sus expertas manos. Por último, acopló la enorme y precisa mira telescópica.


        Se levantó y fue hacia la luz, comprobó que no había nadie en la plaza y por el pequeño ventanuco que en otros tiempos sirviera para orear las matanzas, asomó como si lo hiciera por una tronera, el cañón del arma.


        La culata fuertemente apretada contra su cara, un ojo entrecerrado y el otro fijo en el visor. Con la mano derecha ajusto las lentes, apuntó al campanario y la borrosa nube metálica se trasformó con el rápido movimiento de sus dedos, en próxima y nítida campana prisionera. Un ligero ajuste le permitió enfocar a una golondrina que afanosa reorganizaba en el alero del tejado, su abandonado nido de otros años. Se sintió fuerte, poderoso. Así, con medidos movimientos recorrió toda la plaza y vio como todo se agrandaba bajo su mortal óptica.


          Retiro el rifle y se dispuso a esperar, sus ojos no se apartaban del enorme y cerrado portalón del templo. Sabía que allí estaba su objetivo y sólo necesitaba aguardar. En cuestión de minutos todo habría terminado.


           Repasó una vez más su plan de escape y recordó las últimas acciones de su comando. La de la semana anterior, un conocido supermercado, muy controvertida, pero sin duda había hecho mucho daño a los españoles, pues atacaba directamente a su servicio de intendencia y ellos sabían muy bien que los invasores soportaban casi todo, menos que se metieran con sus orondos estómagos.


           Pese a estar a la sombra, el sudor perlaba su frente y un molesto escozor en los ojos le obligaba a cerrarlos y apretarlos tratando de encontrar alivio.


         Reposó el arma contra la pared, secó las palmas de sus manos con los pantalones y paseó meditabundo de un lado a otro de la estancia. Se repetía a si mismo que tenía que estar tranquilo, tardó mucho en convencer a sus camaradas de batzoki sobre la conveniencia de aquella misión y una vez que le dieron carta blanca no podía echarlo todo a perder con sus estúpidos nervios.


        Un alborotador volteo de campanas le devolvió a la realidad. Se abalanzo sobre el arma, corrió el cerrojo y con precisión puso la larga bala en la recámara. En cuestión de segundos estaba en su posición y ajustaba su mira en el ahora entreabierto portón de la iglesia, que tras el metálico repique se abría, dejando nacer a un rio de gente que paso a paso, inundaba la escalinata de acceso al templo.


             El mortal ojo saltaba de una cabeza a otra enfocando y acechando a su presa. Su corazón latía rápido y descompasado, retenía el aire en sus pulmones y sus manos aferraban madera y hierro buscando la comunión total con el arma.


           Al fin, tras el anónimo gentío; uniformes, cordones, charreteras, guantes, marineros, capitanes de fragata, almirantes……


          El telémetro eligió su diana, una redonda medalla que colgaba muy cerca de un confiado y pequeño corazón.


P.D.: “El joven y valiente gudari tenía razón, la misión fue un éxito.

            Nunca tantos en un mismo sitio, sintieron tanto el dolor de otros”.

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