LA HISTORIA DE AMOR DE LA LUNA ROJA

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Ella era una mujer que sabía susurrar al corazón de los hombres y las mujeres del mundo, y con sólo su mirada era capaz de aliviar cualquier mal. Era libre como el viento y dinámica como el mar. Cantaba canciones al cielo de rebeldía y libertad. Sentía que el tiempo era efímero y se movía con gracilidad entre los segundos y las horas, no dejando a casi ninguno pasar.


Era tan atractiva que nadie podía parar de escuchar sus canciones e historias. Era tan interesante y llamativa que no había posibilidad de apartar la mirada de su discurso de rebelión contra los dioses que tenían a la gente explotada. El mundo comenzó a seguirla y ella continuaba con su mensaje, emocionada.


Los Dioses la acusaron entonces de enloquecer al planeta. La culparon de que las personas se volvían rebeldes e indomables bajo su influencia. La vilipendiaron, la llamaron bruja, la juzgaron por delitos terribles contra las personas y las deidades, y la desterraron lejos de la humanidad a la que ella tanto amaba. Pero el castigo fue más cruel. La mandaron lejos, pero condenada a ver, desde el cielo, a los seres humanos que tanto amaba mientras eran sometidos por los Dioses. Jamás podría volver a pisar la hierba, jamás podría volver a respirar el olor a tierra mojada, jamás podría dar un beso o sentirse amada. Y los Dioses la llamaron Luna y en las noches, iluminaría todo aquello que tanto anhelaba y quería.


Nacida libre y rebelde, Luna supo esperar su momento. Se dio cuenta con el tiempo de que algunas noches, las nubes cubrían el cielo y nadie podía verlo. Entonces, aprovechó una de esas veladas para desaparecer del cielo y bajar a la Tierra. Visitó sus lugares favoritos: los mares, los ríos, las montañas, las playas… Finalmente llegó a un valle surcado por un río y lleno de flores de lis, y ahí se detuvo, cautivada por su aroma promovido por un viento quieto y suave. Caminaba tranquila por el valle sin darse cuenta de que, hacía ya unas horas, la seguía un apuesto joven que se percató de su presencia.


Él se llamaba Marte. Era pasional y despierto. Estaba lleno de sueños. Era un rebelde, poeta y guerrero. Con sus palabras era capaz de mover los sentimientos más profundos del ser humano. Marte no entendía a Zeus, o era Zeus quien no entendía a Marte... El jefe de los Dioses quería un hijo para nombrarlo Dios de la guerra, pero Marte era díscolo y sensible , empatizaba con todo ser y no se sentía capaz de hacerlo. Al ser hijo del Dios Zeus, él sabía quién era Luna y quería conocer a la hermosa y libre mujer que había sido desterrada por los Dioses. Seguro de sí mismo, se acercó a ella. Luna se asustó al verle. Intentó escaparse presa por el pensamiento de que la castigarían los dioses por su atrevimiento. Pero Marte la detuvo con un leve roce en su espalda y las palabras que emanaban de su grave voz la convencieron de que sólo quería conocerla.


Luna había actuado por instinto al aceptar la petición del hijo de Zeus de quedarse y conocerse. Estuvieron toda la noche hablando y, sin darse cuenta, se conocieron el uno al otro. Tanto se conocieron que se acariciaron el alma y surgió un amor rebelde y bello. Así, nacieron las amazonas y los poetas, los bailarines y las guerreras, los piratas y las corsarias, los locos y los inadaptados a las miserias de este mundo. Nacidos fruto de un amor prohibido, rompiendo las reglas de los dioses, los hijos de Luna y Marte rechazarían las normas y no respetarían el orden del mundo.


Sabedores de que sus hijos se quedarían solos y serían perseguidos por los dioses, y de que su amor era fugaz como la noche, pues no querían ser descubiertos por Zeus, decidieron dar un regalo a sus hijos para que pudieran estar a salvo cuando se despidieran de ellos. Luna llamó Brujas a sus hijas, y les dio poderes de adivinamiento y conocimientos amplios sobre el uso de las plantas y del cuerpo. Por su parte, Marte regaló a sus hijos una fuerza similar a la del fuego y les dio cuerpo de lobo para que nadie pudiera comérselos.


Estaba empezando a amanecer, y Luna y Marte debían despedirse. Se dieron un último beso, un beso tan tierno y tan deseado que duró demasiado, y los primeros rayos de sol acariciaron la mejilla de Luna despertando la ira de Zeus. Luna volvió rauda a su puesto y Marte repartió a sus hijos e hijas por el mundo haciéndoles prometer jamás buscarse unos a otros, para que nunca fueran descubiertos. Así, lobos y brujas se dividieron por la tierra.


Zeus estaba furioso por descubrir a su hijo con aquella desterrada, pero no se percató del fruto de ese agravio que le habían proferido. Mientras preparaba una venganza para Luna, Marte fue a verlo, prometiendo ser dios de la guerra a cambio de que no hubiera venganza hacia su amada. Zeus accedió a ello y, para que olvidase su amor por Luna, decidió desposarlo con Venus, la diosa del amor y el sexo, despertando así la envidia de su otro hijo, Efesto, que estaba enamorado de Venus. Para intentar no olvidar, Marte, en el campo de flores de lis donde se produjo en encuentro, mandó construir un templo, alrededor del cual, se levantó hoy un pueblo que no conoce su historia.


Durante siglos Marte aceptó su vida. Pero el amor por Luna y el temor a que fuera castigada se convirtió en rabia y llenó la tierra de destrucción y guerras. Luna por su parte mató a sus sentimientos y se dedicó a dar luz a sus hijos en las largas noches de invierno. Pero llegó un momento en el que Marte no pudo aguantar más y en una noche primaveral de luna llena, cuando Luna más brillaba en el cielo, al ser un dios, Marte se hizo planeta, rojo como el fuego que lo quemaba por dentro. Luna y Marte decidieron no esconder más su amor y hacer un pacto de fuego y sangre. Decidieron desafiar a Zeus y acabar con el poder establecido que les oprimía, empezando por ellos. Y entonces se fue a ella, y ella se acercó a él, formando juntos una luna roja de amor rebelde.


En la tierra, los lobos y las brujas quedaron encantados por esa luz roja de la luna y se despertó en ellos una energía antes dormida. Una voz les dijo a todos de dónde provenían, entendiendo que eran el fruto de una noche de amor prohibida. Desde todas partes del mundo, lobos y brujas comenzaron a correr hacia el valle de lis donde se levantaba el templo. Se pararon alrededor de la construcción y, por primera vez, vieron a sus hermanos y hermanas, a sus compañeros y compañeras.


Un lobo con trotar firme y seguro, pero respetuoso, se acercó a una bruja y se dejó acariciar por ella. La bruja, por su parte, era la primera vez que acariciaba a alguien en lugar de poseerlo y controlarlo. Ambos se habían sentido desde siempre abandonados y no habían querido mostrar debilidad, pero entonces, los unos ante los otros se reconocieron y descubrieron que uno no puede apoderarse del amor, solamente puede sentirlo. Se levantó un viento fuerte y alrededor de ellos nació un fuego mágico. Los lobos aullaban a la luna roja, las brujas bailaban alrededor del fuego. De ese fuego nacieron muchos más seres mágicos, hombres y mujeres que lucharían por un nuevo mundo y que habitarían ese lugar, hasta entonces desierto, donde sólo había un templo.

Venus, desde el cielo, estaba vigilando a Marte y a Luna y también vio todo lo que estaba sucediendo. Dominada por sus celos, manipuló a su enamorado Efesto y le animó a castigar a los rebeldes. Éste mandó a todos sus ejércitos provocando una gran masacre. El agua del río  del valle de lis se tiñó de sangre. Apenas algunos lobos y brujas lograron escapar. La mayoría acabaron muertos o presos. Los soldados ordenaron entonces a las pocas brujas prisioneras arrancar el corazón de sus amados lobos bajo la amenaza de asesinar a los hijos e hijas de estos. Los lobos, sabedores de lo necesario del sacrificio, ofrecieron a las brujas sus pechos. Una vez las brujas fueron obligadas a ello, las quemaron en el fuego.


A lo lejos, las brujas supervivientes oyeron los gritos, sintieron el olor a carne quemada y los chasquidos del fuego. Los lobos, por su parte, las vieron a ellas matar a sus iguales sin saber la noble razón que les empujó a ello. Desde entonces, brujas y lobos se alejaron unos de otras y durante siglos olvidaron todo ello. Los dioses se encargaron de someter a los que sobrevivieron y a matar los instintos que les quedasen y les empujasen a reunirse de nuevo, aunque nunca consiguieron del todo hacerlo. Desde entonces, las brujas no saben que evocan aquella noche cuando bailan juntas alrededor del fuego y los lobos no saben lo que añoran cuando aúllan a la Luna. Pero ambos añoran aquella noche de luna roja de pasión, rebeldía y fuego.


Zeus no se quedó indiferente ante la trágica historia de los dos rebeldes. Sintiéndose culpable por no dejar a su descendencia seguir su instinto, permitió a Marte ser planeta rojo y a Luna ser faro de noches terrestres y les otorgó un regalo. Una vez cada 100 años, Marte se acercará a Luna y ésta volverá a ser roja. En esas noches los descendientes de Luna y Marte sienten un impulso intenso que les empuja y les reúne. Las brujas les buscan para acariciarlos y no dominarlos y los lobos las buscan a pesar de temer por mantener el corazón en su pecho. Sin embargo todavía no han conseguido seguir su instinto de nuevo y hacerlo.


Cuenta la leyenda que un día se dejarán llevar por sus instintos, y en una luna roja centenaria que no veremos, lobos y brujas volverán a unirse y conseguirán establecer un orden nuevo en el mundo.

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