​ARIZA: EL MEJOR CASTILLO DEL ALTO JALÓN

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Jose Manuel Lechado


Ariza tuvo un castillo una vez. Aún quedan restos de sus cimentaciones y muros en el altozano que domina el pueblo. Se trataba, sin duda, de una gran fortaleza, de planta irregular adaptada al cerro, con muros de sillería bien plantados y torres muy altas. A lo largo de su historia cambió a menudo de manos, fue escenario de batallas sangrientas en el afán de los reyes por añadir tres o cuatro aldeas más a sus dominios y, en fin, por todas estas cosas cobró fama de haber sido la mejor fortaleza del entero reino de Aragón.


Hoy, de todo ese esplendor pétreo, y de la lista de condes y reyezuelos que se lo disputaron, no queda casi nada. Entre las ruinas, declaradas espacio arqueológico, se yergue una estatua dedicada al Sagrado Corazón de Jesús. Muy poca gente se anima a visitar este lugar abandonado, a pesar de que desde sus alturas se divisa una panorámica extraordinaria del término de Ariza, sus pinares, la vega del Jalón —ancha en esta parte— y las torres de los castillos vecinos de Monreal y Cetina.

Sí, no queda apenas nada en pie. Si no te dicen que en esa muela hubo una fortaleza, difícilmente llegarías a imaginarlo. Y, sin embargo, este castillo ausente es sin duda el mejor de todos los que cubren la vega del Alto Jalón. Y es el mejor precisamente por esa ausencia. Una ausencia que surge de esas ocasiones, raras pero grandes, que enaltecen la historia de un pueblo. Ariza.


La ocasión a la que me refiero ha pasado a la Historia con el nombre de «Alteraciones de Ariza». Un proceso revolucionario en el que los vecinos se alzaron en armas contra la opresión del poder. Una opresión representada de forma inequívoca en ese castillo que, lejos de ser una garantía de defensa se había convertido en emblema de los abusos de esa inútil clase aristocrática que tanto ha emporcado el devenir de nuestro país (y de tantos otros).


Las Alteraciones se llaman así, en plural, porque fueron varias. Y no se circunscribieron sólo a Ariza, pues afectaron a muchas otras poblaciones de la Corona de Aragón. No obstante, en Ariza cobraron un cariz particular. Todo empezó cuando en 1490 los vecinos protestaron ante el rey por la cesión de la villa a uno de esos parásitos con título nobiliario, un tal Guillén de Palafox. Las protestas fueron respondidas por el monarca de turno, Fernando el Católico, dando la razón a Palafox y ordenando ejecutar a los líderes de la revuelta.


Castillo de ariza

Vista aérea del cerro del castillo obtenida de Google Maps. Se aprecia la planta vagamente triangular de la fortaleza, varios de los recintos y la traza de las edificaciones interiores.


Esta medida tan inteligente derivó en una calma tensa, pero llena de resentimiento, que hizo estallar de nuevo las tensiones en 1561, sólo que esta vez con más virulencia. Los vecinos atacaron el castillo, le prendieron fuego y de paso aplicaron al nuevo señor, Juan de Palafox, idéntica justicia a la que el rey había derramado sobre Ariza setenta años antes. Vamos, que le quitaron al aristócrata la fatiga de seguir respirando. Como respuesta el nuevo rey, esta vez Felipe II, que al parecer no había aprendido de los errores pasados, aplicó la misma respuesta que su católico antepasado, sólo que con mayor violencia si cabe.


Ariza sufrió una escabechina en toda regla por parte de las tropas reales y esto no deja de tener su ironía, pues la demanda inicial de los vecinos había sido la de mantener el pueblo como dominio de realengo, sin duda por considerar éste un mal menor frente al control aristocrático. De las Alteraciones quedó, pues, un baño de sangre, la muerte de muchos arizanos valientes y… un castillo chamuscado y reducido a escombros. 


Puede que la revuelta de los vecinos no sirviera de nada, que al final la clase pudiente se saliera con la suya y que de tanta alteración sólo quedara un reguero de lágrimas que rebosaron al pobre Jalón. Sin embargo, la rebelión contra los abusos de la autoridad es un valor en sí mismo, acabe como acabe: es el aviso constante a los poderosos de que sus arbitrariedades pueden topar con un límite cuando menos se lo esperen. Además las revoluciones, a veces, acaban bien.


Las ruinas del cerro de Ariza son un testimonio eterno de este patrimonio invaluable del que los actuales arizanos son herederos y, como tales, deben ponerlo en evidencia como la mayor riqueza de su espléndida villa: «Esta es Ariza, donde Palafox dejó de necesitar camisa», sería un buen lema.


Por eso, ni más ni menos, este castillo que ya no existe es el mejor de toda nuestra comarca.

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