Entre yates de lujo y coches deportivos, se alza el Casino de Montecarlo, un símbolo del glamour que ha inspirado películas, novelas y leyendas. Detrás de su fachada dorada y sus salones repletos de millonarios se esconde una paradoja propia de un país tan popular como el que representa: los monegascos tienen prohibido por ley apostar en su propio casino.