Aquella forma de viajar tenía sus ventajas, siempre y cuando el tiempo acompañara, y ese era el caso, el mar estaba tranquilo y apacible, o nada rompía la monotonía, o si surgía el movimiento, enseguida desaparecía tragado entre chapoteos. Todo acontecía despacio, repitiendo siempre el mismo guion. Calma chicha y de tanto en tanto, pequeños peces plateados volando sobre sus cabezas.
¡ Peces con alas!, se repetía con sorpresa, el conocía aquellos otros peces de su isla, que salían del mar y trepaban a los árboles , con la misma agilidad de los simios, ni una cosa, ni la otra le resultaban comprensibles, la naturaleza siempre le sorprendía. Si fijaba la mirada en las profundidades, el agua cristalina dibujaba intimidantes sombras, que le llenaban de preocupación, asustado saco los pies del agua, iba a horcajadas sobre uno de los patines de la embarcación y al hacerlo estuvo a punto de caer , compuso el equilibrio y fijo su vista en la costa que, iba adquiriendo un contorno cada vez más cercano y acogedor.
No había resultado tan duro, se reconfortaba pensando en que, nada más desembarcar se rebozaría en la arena caliente, después ya buscaría agua sin sal. Se sorprendió a sí mismo, observando a sus compañeros de travesía, durante el viaje, apenas unos gruñidos de aviso o unos guiños de complicidad, como si no quisieran conocerse, si algo salía mal sería mejor no tener ataduras, ahora que veían tierra, se sonreían unos a otros y murmuraban con los más cercanos amigablemente.
Intuían que una vez desembarcados, los primeros apoyos se los tendrían que dar entre ellos, y los más débiles calibraban quien podría ser el líder. No hizo falta decidir….. nada más tocar playa, les esperaba un nutrido comité de bienvenida que, según desembarcaban, los tranquilizaban y los animaban con gestos a acompañarlos……..¡ les ofrecían trabajo! ( como decían en la aldea, llegar y besar el tótem).
En un santiamén, después de comer, beber y reponer fuerzas estaba instalado en un cobertizo con otros compañeros, tumbado en un jergón y tapado con una áspera y pesada manta, pensaba en su aventurada travesía y en que le depararía el nuevo día.
El sol de aquella tierra era tan ardiente como el de su mundo, pero sentía, que aquel plástico sobre su cabeza multiplicaba sus efectos por infinito, casi no podía abrir los ojos, la sal de su sudor le obligaba a cerrarlos continuamente, se secaba nerviosamente con su antebrazo y vuelta a empezar. No sabía cuánto tiempo llevaba en aquella selva de tomateras gigantes; habían llegado con los resplandores del amanecer y el sol ya estaba muy alto. No había señales de parar, y el seguía llenando cesto tras cesto de tomates, nadie diría que, Rikymba Mingobo, de la tribu de los Somani massa era flojo y mal trabajador.
De repente, unos gritos provenientes del exterior y el golpeteo de una cuchara contra el puchero compusieron el inconfundible toque a rancho, reconocible en cualquier parte del mundo.
Con celeridad descendió de la escalera y se dirigió hacia donde intuía se encontraría la deseada pitanza, de otras hileras surgían otros arrancadores con sus mismas intenciones.
Entre el mar de caldo y las patatas, le pareció reconocer un trozo de pollo, no estaba seguro. Con el ultimo bocado, otra vez a las tomateras y tras el último tomate del día, más patatas en caldo, manta y jergón.
Así, diez días seguidos, hasta que se terminaron los tomates, ese día, el patrón les homenajeo con un gran plato de arroz, a los postre los despidió muy agradecido, le dio a cada uno 50 euros y les indico donde podían encontrar más tomates.
Rikymba Mingobo salió disparado hacia la dirección indicada, temiendo que no hubiera trabajo para todos, según se acercaba al destino, enlenteció su paso, aquello no era lo que le habían vendido, no había venido para eso, solo llevaba unos pocos días y ya se sentía decepcionado y engañado. Se paro y dejo que le adelantaran sus compañeros más rezagados.
Cambio de dirección, dirigió sus pasos hacia donde le habían dicho se encontraba la gran ciudad, que aún no conocía. Paseo sin rumbo, hasta que un enorme neón, con grandes letras reconocibles llamo su atención,” Mc. Donald”.
Toco el billete en su bolsillo y se animó a entrar, aquello sí lo reconocía y en ese momento es lo que necesitaba, lo había visto tantas veces en los anuncios televisivos…..una hamburguesa gigantesca, queso, patatas fritas, salsas picantes, lechuga, cebolla,( no quiso tomate), un refresco de cola , café y el trozo de tarta de chocolate más impresionante que había visto nunca.
Después de pagarse el festín, le sobraron unas cuantas monedas, pero satisfecho, cansado y bien comido, se sentó en las escalinatas de un importante banco, a esas horas cerrado y se quedó dormido.
Por allí pasaron unos muchachos, que andaban aburridos, dijeron que era un negro borracho y…..lo quemaron vivo.
JALON
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