CAPÍTULO 6: SU AMIGO BRAULIO

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SU AMIGO BRAULIO


Su amigo Braulio se pasó sentado dos horas en el banco de en frente del tanatorio. El sol era su vida, vivía para buscar el sol y poco más necesitaba. Desde los veinte años había sido el único amigo del Tardío, el único acompañante. El otro de los otros, Simón, se marchó a la ciudad con sus padres y nunca más se supo de él.

Braulio era pequeño y muy arrugado, lo contrario que el Tardío. A los veinte, en aquellos largos paseos por el pueblo, caminando a buen paso, se miraban y se preguntaban con la vista: ¿todo va bien? Todo va bien. Zí.

Hablaban mucho del tiempo. Era motivo de uno de sus principales piques… si va a llover a partir de las siete de la tarde o a las nueve. Si esa nube trae piedra o soplará el viento de nordeste. Y cuando uno acertaba, no decía nada, solo le daba un codazo al otro: mira, mira…

Siendo ya casi treintañeros, Braulio le preguntó a Valerio si había pensado en casarse.

- No. No ves que las mujeres ni nos miran, Braulio.

- ¿Y si nos echamos gomina al pelo?

- Vale.

El Tardío se echó tanta un domingo que se le quedó todo el pelo liso, muy liso. Como le dio vergüenza salir así a la calle se puso una visera de Sulfatos Agrícolas del Norte y se fue al bar. No se quitó la gorra en todo el día y por la noche la tenía pegada al pelo. A la mañana siguiente apareció con el pelo cortado al uno con más trasquilones que una oveja inquieta.

- Las mujeres no nos miran, Braulio.

Y cuando iban a la discoteca del pueblo se quedaban en una mesita, cerca de la entrada, con un par de cervezas, viendo pasar al personal. Unos les miraban y saludaban “eh, chavales”. Otros les miraban. Otros solo pasaban.

Valerio y Braulio saludaban con la mano o un gesto con la cabeza, nada más. Así pasaban el rato, viendo entrar y salir gente. Algunos les invitaban a un par de cervezas y ellos chocaban los vidrios, salud, Valerio, salud Braulio. Otros les ofrecían un cigarro y el Tardío siempre decía:

- Como no es bueno fumar, no fumo.

Y no fumaba desde los quince años.

A las tres de la madrugada se iban, puntualmente. El Tardío decía a la una, a las dos y a las tres. Se levantaban y se iban a casa.

Con Braulio también le sucedió otra historia digna de reseñar. Como Braulio se las daba de manejar ordenadores, el Tardío quiso que le pidiera por Amazon unas semillas de pimiento verde, pues tenía el capricho de sembrar unos surcos en el corral. Cuando le llegaron las simientes, esperó a que pasara la última helada de principio de primavera, y las plantó. Mimó con esmero las plantas, las protegió de las mañana todavía frescas colocándoles telas y plásticos. Las regó como merecían y al llegar la recolección, su espíritu generoso le movió a regalarle a medio pueblo los famosos pimientos. Fue sonada la historia, pues no eran pimientos sino guindillas picantonas. Cada vecino que se tropezaba le decía: “¡Ay, Tardío, cómo nos la has jugado!”. Y Valerio les seguía el juego y decía sonriendo: zí.

Nunca más se le ocurrió plantar nada en el corral.

Braulio reclamó a Amazon por el equívoco, pero como ya habían transcurrido más seis meses... Nunca más quiso saber de Amazon ni de comprar nada por internet.

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