CAPÍTULO 10: EL TÍO CANTARÍN

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EL TÍO CANTARÍN


Al tanatorio llegó el Tío Cantarín, el viejo encargado de recoger el espliego a finales de verano. Pesaba los fardos y los echaba en un depósito para destilar el líquido de la lavanda.

Se quitó la boina en señal de respeto y se quedó mirando el féretro y esbozó una sonrisa al tiempo que susurraba:
- ¡Ay, Tardío, jodío Tardío!

Seguramente se estaba acordando cuando Valerio le ayudaba con el pesaje de los fardos. El Tardío era el encargado de que no colocaran piedras entre los fajos para que así pesara más y tuvieran que recibir más dinero.

Valerio cerraba los ojos al tiempo que recogía las balas de espliego. Luego el tío Cantarín hacía el auténtico pesaje en la báscula.

- Esta lleva piedra, Cantarín.

Entonces, es cuando canturreaba su famosa canción tipo jota de Aragón: a los que meten piedra en el espliego, les quito el fardo por tramposos y me quedo como nuevo.

El Tardío, mientras escuchaba la jota de boca del tío Cantarín, se reía orgulloso de haber sido él quien había descubierto al tramposo.

Otros remojaban el espliego para que pesara más. Valerio lo detectaba enseguida mientras sopesaba con sus largos brazos el fardo.

- Date dos vueltas al pueblo y vuelves cuando esté seco. Zí.

 Y eso ya era ley entre todos. Nadie protestaba su decisión.

Valerio amontonaba todas las piedras halladas entre los fardos y al final del verano había construido una gran montaña. Se subía al montón de piedras y se quedaba ensimismado durante mucho tiempo. Al descender, se revolcaba unos segundos por el suelo repleto de pequeñas flores de espliego y se marchaba contento por ayudar y por oler de maravilla.

El tío Cantarín se encasquetó la boina se marchó tan lentamente como había llegado, tarareando la jota del espliego y la piedra.

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