Casi 290 personas perdían la vida en la tremenda epidemia de cólera que afectó a Monteagudo, en los meses de julio y agosto de aquel fatídico 1885. Si bien otras poblaciones se vieron afectadas en el Alto Jalón, lo ocurrido en Monteagudo fue una tragedia de dimensiones colosales. El pueblo perdió a la tercera parte de sus habitantes.
El primero de julio aparecía el primer caso. El día tres, el alcalde, Juan Pío López, da cuenta de la situación al gobernador de Soria: “El día uno del corriente se presentó una enfermedad sospechosa en la persona de un segador forastero, el cual falleció al día siguiente de cólera morbo asiático según parte facultativo, sin que haya habido nuevos casos".
Durante las siguientes dos semanas no hubo nuevos contagios. Tras esas dos semanas, la epidemia atacó con toda su crudeza. El médico del pueblo, Manuel Alonso Maza contaba que el día 15 atendió tres casos, pero el 17 había 38 a las 11 de la mañana. Sigue relatando el médico que lo llamaron de Pozuel, lo atrapó una tremenda tormenta que desbordó el río Nágima ,"no pude vadear el río hasta las dos de la mañana, llegando a la plaza de la villa (de Monteagudo), donde no se si desmonté o me desmontaron del caballo, tantas gentes con gritos para que acudiera a sus casas”. Hay que resaltar que la tormenta dejó a oscuras el pueblo, los faroles de gas parece ser no aguantaron. Creando una escena espantosa, solo iluminada por las lumbres de las casas, donde se mezclaban vivos y muertos.
El médico sigue diciendo: “Para que se haga usted una idea, en las 15 horas que falté del pueblo murieron 54 personas, sin siquiera poder ser atendidas”. ¿Se imagina el lector 54 muertos diarios en Arcos o Ariza a día de hoy?, pues esa era la impresionante tragedia diaria a la que se enfrentaban los vecinos de Monteagudo.
Para el 16 de julio, el alcalde, a través del Alcalde de Arcos informa: “Más de 60 muertos y 150 invasiones. No hay quien asista a enfermos, cadáveres insepultos (hasta 120 se llegan a contar). las calles y casas, difuntos solos, terror, pánico y calamidad horrorosa como no hay ejemplo".
A pesar de tanta calamidad, el pueblo se recuperó y llegó, con los años, a tener más habitantes que antes de la pandemia. El ferrocarril trajo cierta prosperidad.
Pero llegados a este punto es bueno recordar a los héroes anónimos, esos que sacan lo mejor del ser humano y transmiten fuerza y esperanza, en medio de las grandes tragedias. Veamos algunos de ellos.
Hipólito Pascual, natural de Medinaceli, que se había casado solo quince días antes. El cólera se llevó a su esposa, pero él se quedó enterrando muertos y asistiendo a los vivos, aun cuando él mismo estuvo contagiado, con calambres en las piernas. Cuando le preguntaron después de la tragedia dijo "que tenia que hacer, siquiera por caridad, tenia que permanecer allí para cuidarlos y enterrarlos, porque no había nadie.”
Esa misma sensación de soledad transmite el alcalde Juan Pio López. Según el historiador y profesor Antonio Ruiz, fue el encargado de dividir las tareas en tres frentes: unos recogían cadaveres, los sepultaban y los terceros ayudaban a los vivos. Sus peticiones de ayuda son desgarradoras, ante los oídos sordos de la administración .Murió a finales de julio, desesperado y angustiado por la tragedia que vivía su pueblo. Con la grandeza del capitán que no abandona a los suyos. Perdió a su hija también.
El médico, Manuel Alonso Maza, al que dieron primero por desaparecido entre ellos el alcalde unos días antes de morir y luego muerto. En una entrevista el 1 de agosto aparece en un diario para desmentir que hubiese desaparecido y menos muerto. Un hombre mayor que había sido médico allá por 1844 en Benamira y que se había enfrentado al cólera de 1855. Fue uno de los impulsores del pantano, e intercedió ante las autoridades, para advertir de las terribles consecuencias que tendría el cólera en Monteagudo, por sus malas condiciones de salubridad, como así ocurrió. A pesar de su avanzada edad, llegaba a visitar hasta a 60 vecinos diarios. Solo cuatro días después, lo vuelven a dar por muerto. La labor de este hombre fue sencillamente brutal.
El cura, Rafael Calabia, al que las crónicas catalogan de héroe junto a los farmacéuticos del pueblo, Manuel Mayor y Jorge de Fe. El párroco ,fue una de las victimas, tenia 26 años. Los farmacéuticos también se contagiaron.
Y que decir de Antonia de la Torre, que dejó su pueblo, Serón, para ayudar a las gentes de Monteagudo .O Anastasia Beltran, de Monteagudo que ayudo a varios vecinos, llevando alguno a su casa y tapándolos con mantas. Podríamos seguir ,pero solo haremos una mención al pueblo de Pozuel, al que, algún tiempo después el consistorio de Monteagudo agradeció su ayuda.
La última heroína de esta historia, nació 44 años después de la tragedia, en Monteagudo, se llamaba Felicidad Martínez y a sus 78 años creo el blog “recuerdos de la abuela", a través del cual, muchos de nosotros entendimos la dimensión real de lo que verdaderamente ocurrió en Monteagudo. Decía en 2012: " como persona de 83 años tengo en el recuerdo de oírlo a personas mayores… el pueblo estaba en cuarentena También se dio el caso de una persona que dijo, no me llevéis que estoy vivo y vivió muchos años.”. Felicidad tuvo el privilegio de conocer de primera mano, testimonio de los supervivientes, quizás de alguno de aquellos 80 niños huérfanos que quedaron tras la tragedia y transmitirlo para que las generaciones futuras nunca olviden ,la gesta de las gentes de Monteagudo
A todos ellos ,mi respeto y mi reconocimiento .Hoy en circunstancias similares necesitamos gentes como ellos: Los héroes de Monteagudo.
JALON
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