​RÍO MESA

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Jose Manuel Lechado



De manera convencional la comarca del Alto Jalón se extiende desde las surgencias de Benamira y Esteras de Medinaceli hasta la villa de Ateca. Unos setenta y cinco kilómetros en los que el río atraviesa desfiladeros, vegas y sierras en un recorrido lineal que ya se perfila en obras antiguas como el Itinerario de Antonino (Iter XXV) o, sin ir más lejos, el Poema de Mío Cid.


Sin embargo, este territorio de la Celtiberia que abarca partes de Aragón y de las dos Castillas es algo más que el mero valle del Jalón. Dentro de sus fronteras hay que incluir también los afluentes del río, que no son pocos y cada uno de ellos esconde rincones notables. Nágima, Henar (Argadir o Deza), Monegrillo, Piedra, Mesa, Ortiz y Manubles son los nombres de los principales tributarios del Alto Jalón. Y aunque no les faltan descripciones como «pequeños», «de escaso caudal» y hasta «mezquinos» en palabras de algún atrevido, me atrevo yo a decir que no hay uno solo de estos regatos que no tenga su mérito.


Hablaré de todos, cada cual cuando corresponda, pero por empezar con uno muy querido lo haré con el Mesa, que podrá ser pequeño pero está lleno de maravillas y, desde mi punto de vista, se trata de la versión extendida del Piedra. Éste es famoso por la explosión de sus aguas en el entorno del monasterio homónimo, donde en un pedacito de tierra se juntan cascadas, cuevas y bosques. Sin embargo, el Mesa, afluente del anterior, no desmerece a su primo en absoluto: en apenas cincuenta y cinco kilómetros de recorrido desde Selas (Guadalajara) hasta Nuévalos (Zaragoza) la totalidad de su valle constituye un tesoro natural incomparable.


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Cascada del Pozo Galano en Villel de Mesa. Provisionalmente cerrada, por cierto, ya que como se ve en la imagen el río ha inundado el camino de acceso.


Ya desde su nacimiento bordea sierras escarpadas al tiempo que su caudal, todo lo escaso que quieran decir, fertiliza los campos entre Selas, Anquela del Ducado y Turmiel. Es no obstante al pasar este pueblo cuando comienza el espectáculo. El Mesa se aleja de la civilización y se pierde en un estrechísimo desfiladero que deja atrás las últimas estribaciones de la Sierra de Selas para ir adentrándose en la de Solorio. En este camino sin presencia humana el río ofrece sus primeras galas en la alejada poza y cascada del Escalerón y enseguida en la espectacular torre de El Tormo, llegando a Mochales, donde luego de varios kilómetros las aguas ya algo crecidas del río vuelven a regar huertos y sembrados.


Pero esto no ha sido nada. Seguimos en Guadalajara y el pequeño Mesa se adentra en el Sabinar del Alto Jalón mientras se dispone a atravesar el desfiladero de Calmarza. Antes de eso cruzará los términos de Villel y Algar de Mesa, donde se adorna con más cataratas, saltos y rápidos, además de algún viejo puente de piedra venido a menos, para así despedirse de Castilla la Nueva. Es ahora, cuando está a punto de entrar en su tramo final, donde el río se adorna de la manera más vistosa.


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Cascada del Pozo Redondo en Calmarza


Y es que ya saliendo de Algar el monte nos anuncia lo que se viene. Al cruzar la raya entre Castilla y Aragón nos damos cuenta de que algo importante tuvo lugar en estos parajes hace mucho tiempo. Porque… ¿cómo es posible que un río tan pequeñito haya labrado semejantes paredes de roca? En su trayecto hasta Jaraba el Mesa corre encajonado entre altísimas murallas que la erosión labró era tras era, con paciencia, poco a poco. Quizá hace millones de años, con otro clima, el Mesa fuera un auténtico río bravo. Tuvo que serlo, porque no contento con trazar el desfiladero por el que discurre la carretera, serpenteante y estrecha, talló otro, conocido como La Hoz Seca, por el que ya no circula gota de agua pero que es tan hermoso y sobrecogedor como su gemelo.


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La espectacular vista de la ermita de Nuestra Señora de Jaraba al comienzo del barranco de la Hoz Seca.


Por si esto no fuera bastante, el río decide colocar un nuevo salto en Calmarza aunque enseguida, tal vez por disimular, se templa un poco en Jaraba con las aguas de esas fuentes termales que colocan a este pequeño pueblo aragonés en el mapa de los lugares privilegiados de la Tierra. A estas alturas ya hemos salido del Sabinar y entramos en la parte baja del valle, que se abre en el término de Ibdes, donde nos topamos con la última catarata del río y, también, con otro regalo de las aguas: la Gruta de las Maravillas. Pasado Ibdes, el río se une finalmente con el Piedra en el embalse de La Tranquera. Una unión que hoy queda bajo las aguas de la obra hidráulica aunque a veces, en años de sequía, se deja ver de nuevo en otro espectáculo de desfiladeros calizos, encinares y bosques de ribera.


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La catarata de Ibdes, salto de agua que antiguamente alimentó la pequeña central eléctrica del pueblo.


El valle del Mesa es uno de los espacios naturales más hermosos, variados, ricos y mejor conservados de nuestra comarca. Y no he querido hablar del patrimonio monumental que lo acompaña, porque de eso ya se irá hablando en otros artículos. No oculto que el Mesa es, sin duda, mi río favorito y con este pequeño alegato hago un llamamiento tanto a disfrutarlo como a conservarlo en el buen estado en que ha llegado hasta nuestros días.


El Mesa ha proporcionado comida, agua y cobijo a cientos de generaciones y sigue haciéndolo. Su supervivencia frente a la agresividad de la producción capitalista puede ser un buen ejemplo para el futuro: cómo la conservación del entorno es compatible con la ocupación humana. El valle del Mesa se ha mantenido bien hasta hoy, pero eso no quiere decir que se encuentre a salvo. Por desgracia nunca faltan intervenciones dañinas y, peor aún, proyectos de supuesto desarrollo, sean instalaciones energéticas, sean macrogranjas, que amenazan con destruir un patrimonio natural que no podemos permitirnos echar a perder.


Y no lo olvidemos: los ríos son nuestros.


(Nota final: Todas las fotos que ilustran el presente artículo son obra de Asun González Robles.)

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