CAPÍTULO 10: EL DÍA DEL PLOMO

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X  EL DÍA DEL PLOMO


Tom se levantó muy temprano, un par de horas antes de amanecer. Aun con las marcas recientes de la paliza recibida, se sintió bien físicamente. Cavó en la tierra la fosa que había dejado a medias la tarde anterior. Recogió de su interior los lingotes de oro y los colocó en una alforja. En la otra introdujo una docena de cartuchos de dinamita y dos kilos de trilita, todo lo que necesitaba para llevar a cabo el plan que su cabeza había organizado mientras su cuerpo descansaba.

***

El pueblo dormía y Tom se deslizó por Arcobriville como una sombra, ágil y decidido en sus movimientos. Sin duda, había desplegado toda su habilidad adquirida en años anteriores: dinamitero, guía en expediciones, buen escalador… Nada similar a los oficios que le acreditaban los maledicentes por el pueblo.

Al amanecer, regresó a su rancho, repuso fuerzas, permaneció sentado un largo rato cerca de las tres tumbas y se quedó traspuesto hasta que la luz de los rayos del sol le avisó que era pleno día, el día del plomo. Ensilló a Mikado y se dirigió a visitar a sus vecinos rancheros.

- Somos buen equipo, ¿eh, Mikado? Vamos, amigo.

Visitó los tres ranchos vecinos con la única consigna de que fueran al pueblo por la tarde a una reunión que, supuestamente, él había convocado en el salón de Belinda.

La viuda Aspen le puso al corriente de la despedida de su capataz, Taylor.

- Ha hecho lo correcto, señora.

- ¿Y esas marcas de la cara? Son recientes…

- Marcas de la vida, nada más… esta tarde la espero en Arcobriville.

Joe “Plomo” recibió a Tom con su verborrea habitual.

- Tuve una herida parecida en 1861 –comenzó diciendo, refiriéndose a las heridas del cuello de Tom–, en plena guerra, una bala me rozó el gaznate y casi me rebana la nuez. La pólvora de la bala me provoco una infección de buey, se me hinchó el cuello…

- Joe, a las cinco en el salón, la vida de nuestros ranchos está en juego.

- Allí, estaré, pero… ¡Cáscaras! Están ocurriendo cosas muy extrañas por aquí, me recuerda aquel pueblo de la frontera mexicana en el que pasé tan solo un mes…

Los Martínez araban el campo con las mulas y arado. Los tres, a cada cuál más fuerte y terco, recibieron sudorosos a Tom. El mayor fue quien habló:

- ¿Y si no vamos esta tarde, qué? –preguntó Martínez mayor.

- Quizá no volváis a arar jamás vuestra tierra ni ordeñar a las ovejas.

- Tenemos una buena oferta por las tierras…

- Entonces tampoco tendréis nada que temer. A las cinco en el pueblo.

- ¿Te vas a enfrentar tú solo a Baxter por el tema de las tierras?

Tom sonrió y respondió:

- Estaré bien acompañado, no lo dudéis.

Se tocó la alforja dejando intrigados a los hermanos Martínez, que se miraron entre ellos sin intuir el contenido ambas talegas.

Nada más llegar al pueblo, desmontó ante la herrería.

- Toma, Fredi, en este papel están las indicaciones y la dirección donde debes cablegrafiar dentro de media hora.

- Pero, ¿esos hematomas? ¿Quién te ha pegado así? Es marca de látigo… la marca del látigo de Sanguinario Cabrera, ese hijo de hiena… ¡Por qué no me habrá dado Dios algo más de arrojo para darle su merecido a ese cobarde!

- Soy yo quien debe actuar.

- ¿Qué vas a hacer, loco? No estarás pensando…Es una locura, ¿acaso no tienes miedo de morir?

- Fredi, el coraje es estar muerto de miedo y ensillar al caballo en cualquier caso. Era una de las frases sabias de Jeremy…

- Entonces, supongo que tendrás que hacerlo…

- Claro y, antes de que tomen ellos la iniciativa, les sorprenderé yo, es algo elemental en toda guerra. Asegúrate de que llega el telegrama. Y cuida de Mikado, déjala sin amarrar, la voy a necesitar.

Arcobriville estaba ya animado a media mañana. Muchos habían llegado para presenciar por la tarde la gran carrera. Se había habilitado un establo para que permanecieran algunos animales que iban a participar y el trajín de curiosos y visitantes era incesante.

Al llegar al salón de Belinda, esta misma le sirvió una jarra de cerveza, al tiempo que le preguntaba.

- Vaquero, ¿te has caído del caballo?

- Mi yegua es más dócil que algún perro –soltó en voz lo suficientemente elevada como para ser escuchado tras sorber un largo trago de cerveza.

El siniestro arrastrar de pies de los situados cerca de Tom preludiaba derramamiento de sangre caliente. Los cuatro a los que se dirigió eran del equipo de petroleros de Baxter. Los inseparables Albert y Harper y otros dos esbirros: uno rubio con coleta y dientes muy separados y otro extremadamente delgado con ojos de lobo. Ambos se miraron e hicieron una seña a los otros dos. Se separaron un par de metros entre ellos. Solo el rubio llegó a desenfundar. Los cuatro encontraron varios balazos que les hicieron bailar de forma casi cómica antes de besar la tarima, inertes.

Los presentes no daban crédito a lo que habían visto.

Belinda no se inmutó y dijo:

- Eres aún más rápido con las manos que con los pies, vaquero. Pero esos cuatro muertos pedirán venganza, no lo dudes, y hay muchos hombres más de Baxter que te querrán colgar del primer pino blanco que encuentren.

- No te he destrozado nada, Bella. Ni un rasguño a las paredes.

Y nada más decir esto, se giró a su derecha con una velocidad endemoniada y lanzándose al suelo disparó dos veces. Los dos que habían entrado al salón eran también petroleros con las armas empuñadas al haber escuchado los disparos que habían acabado con la vida de sus cuatro compañeros. Tom le dio la vuelta con el pie a uno de los cadáveres.

- Es el ex capataz de la viuda Aspen. ¿Crees tú que fue casualidad que buscara trabajo en ese rancho? ¿Y que su marido perdiera la vida en una dudosa partida de póker? Demasiadas casualidades.

- Solo digo que tengas cuidado. Es un equipo numeroso y sumamente peligroso, Tom, te aprecio –comentó la dueña del saló con sinceridad.

- Me aprecias más que al dinero que te llevas por acoger en el salón a toda esta escoria, piénsalo, Belinda, yo también te aprecio.

La mujer bajó la mirada al suelo y se retiró detrás de la barra.

En la calle, la gente se arremolinaba sin atreverse a entrar al salón.

Calvert y Sanguinario Cabrera, acompañados de otros dos, se emplazaron en la calle, muy cerca del salón. Tom salió sorprendentemente rápido del salón, rodando y dando varias vueltas sobre sí mismo, al tiempo que descargaba las seis balas de su colt. Una fue a parar al entrecejo de uno del grupo; otra se alojó en el pecho de otro. La tercera y la cuarta bala buscaron el vientre de Calvert, que se retorcía de dolor y vomitando sangre provocándole una hemorragia mortal de necesidad. Los dos últimos proyectiles se incrustaron en los brazos del mexicano Cabrera. Tom se acercó a Calvert y le dijo poco antes de su último estertor:

- Supe desde el primer momento que te vi que debería matarte. Nunca debiste venir a Arcobriville, escoria.

Sanguinario Cabrera aún tuvo arrestos para empuñar su revólver. Seguramente era lo que había previsto el hábil Tom. Fue lo último que tocó. Tom le lanzó un cuchillo que fue a encontrar directamente la yugular. Ante los dos ojos abiertos desorbitadamente antes del momento final, Tom le enseñó su marca del cuello.

- Te recordaré, bastardo sanguinario, pero solo mientras cicatrice la herida. No mereces mayor recuerdo.

Tom se dirigió al Banco de Arcobriville ante la mirada de curiosos, mientras un esbirro de Baxter que había presenciado la matanza del salón y la calle Principal se marchó corriendo a avisar a su jefe.

Lex Baxter cambió el rictus de su cara y salió del Drugstore camino de la oficina del sheriff.

- Tenemos que detener a Tom Benet, me dicen que ya ha liquidado a varios de mis hombres, Calvert incluido.

- Nosotros empezamos primero, la verdad –comenzó diciendo el de la placa–. ¿No cree que se le ha ido de las manos este asunto del petróleo? No hemos podido resolver el asunto del robo del banco… pero ya está claro quién cometió ese robo, lo planificaste todo, ¿no?

- Mira, Turner… ahora no es momento de reproches, estás tan manchado como yo, llevamos manejando el cotarro de este pueblo más de diez años y ahora un solo hombre no puede dar al traste con todo. Eliminémosle y ya trataremos convenientemente después.

Leiton apareció sudoroso y jadeante, secándose la frente con un pañuelo.

- ¡Se ha encerrado en el banco! Tom está loco, se ha atrincherado en el banco.

- Vamos, aún me queda una docena de hombres para acabar con él –dijo con decisión Baxter apretando ambos puños enérgicamente.

El sheriff meneó la cabeza, se puso su sombrero y tomó dos de los rifles del arsenal. Los tres salieron de la oficina.

Tom miraba por entre las cortinillas de la cristalera principal del banco. Observó cómo cuatro hombres rodeaban el banco, pretendiendo entrar dos por la puerta principal y otros dos, por la puerta trasera, mientras ocho esperaban parapetados tras una carreta. Los doce hombres eran del equipo de Baxter y ahora debían desempeñar la auténtica función que les había encomendado el jefe y que poco o nada tenía que ver con el petróleo.

El sheriff Turner alzó la voz, delante de numerosos curiosos escondidos tras el abrevadero, las carretas o los soportales de los establecimientos de la calle Principal.

- ¡¡¡Muchacho, estás rodeado. No queremos más muertes en este pacífico pueblo. Tengo hombres apostados rodeando el banco. Si sales ahora, te prometo un juicio justo y no saldrás herido!!!

Baxter asintió con la cabeza con cierta vanidad comprobando que los cuatro hombres de su equipo iban a proceder a entrar al banco. Tenía claro que no quería vivo a Tom.

Penny observaba la escena desde la ventana de su habitación. Su corazón se aceleró al escuchar las palabras del sheriff y ver los movimientos de los hombres de Baxter. Decidió bajar a la calle y se dirigió hasta el Drugstore de Baxter.

Mientras tanto, en el banco se hizo un silencio sepulcral, premonitorio de acción inminente. Sincronizados, a la voz de ¡¡¡adentro!!!, los dos que entraban por la puerta principal dispararon a los cristales para llamar la atención de Tom. Los dos de la puerta trasera fueron los primeros en entrar empuñando sendas escopetas recortadas. Dispararon sus cargadores con rabia contra la figura que se encontraba sentada en el sillón del director. El sonido metálico resonó con intensidad y pudo escucharse nítidamente en la calle de Arcobriville. Como un fardo pesado, la saca repleta de monedas y con el sombrero de Tom colocado a forma de espantapájaros, cayó al suelo. Al darse cuenta del engaño, ambos empuñaron sus colts, al tiempo que los que entraban por la puerta principal se miraron con asombro.

- ¡¡¡Pssss!!! Muchachos, estoy aquí –dijo una voz que salía de un armario, ya abriéndose y vomitando fuego.

Cuatro cadáveres yacían al momento en el banco. Tom recogió su sombrero, se lo colocó y dejó sobre la mesa los dos kilos de trilita que había preparado mientras se protegía tras la puerta trasera, ya en el exterior del banco.

Los ocho restantes entraron al banco en estampida, según el plan previsto, tras el ataque inicial de sus cuatro compañeros, era poco probable que Tom estuviera vivo. La detonación hizo saltar por los aires mesas, sillas, monedas que se convirtieron en esquirlas metálicas, auténtica metralla mortal para los ocho, además del efecto, de por sí letal de la onda expansiva del nitrotolueno.

La nube de polvo y muerte dio paso a unos momentos de silencio y asombro general de la muchedumbre que presenciaba la escena.

Penny Leiton miró a su padre con ojos inquisidores.

- ¿Por qué, papá? Habéis matado a un hombre bueno –gritó sin comprender aún que su amado Tom estaba muy vivo.

Cuando la polvareda desapareció, la figura alargada del muchacho apareció en mitad de la calle Principal, a unos cien metros del Drugstore de Baxter. Este abrió enormemente los ojos, henchidos de ira y rabia por no saberle muerto.

Una exclamación de asombró sobrevoló la calle principal. Los Martínez, la viuda Aspen, Joe “Plomo”, los caballistas, los curiosos, los vecinos, los forasteros, el sheriff, Leiton, Baxter… pero sobre todo, Penny Leiton, quien limpiaba sus lágrimas de los ojos y abría la boca emocionada al ver al propietario de La Suerte.

Desde la otra punta de la calle, tres jinetes aparecían en Arcobriville. Se trataba del teniente de los federales de Arizania y dos agentes.

Baxter vio la oportunidad clara y se dirigió al teniente.

- Debe actuar, teniente. Ese loco ha matado a mis hombres y ha volado medio banco. ¡Es un peligro! Deténgale ahora mismo, o mejor, metámosle bien de plomo en el cuerpo.

- Calma, es muy extraño que un hombre en su sano juicio haga lo que este y traigo informes de Tom Benet que afirman que no tiene antecedentes ni es buscado por la ley, lo he comprobado. Veamos, qué desea demostrarnos ese hombre.

Tom, como si escuchara la conversación de Baxter y el teniente, habló con voz serena, pero contundente.

- ¡Ya me tiene aquí, Baxter!

Sin dudarlo un momento, el facineroso le respondió.

- Ya ha habido muchos muertos y creo que estás cavando tu propia tumba, muchacho.

- ¿La misma tumba que cavé para enterrar al viejo Jeremy? ¿La misma en la que reposa mi hermano Gus?

- Solo queremos hacer un trato. Entrégate y no te mataremos.

- Es una posibilidad. Si me entrego… mire a la cornisa de su precioso almacén, arriba, en el alero.

Todo el mundo se giró hacia el alero de la tienda de Baxter y pudo ver media docena de cartuchos de dinamita.

- Si me entrego, antes efectuaré un certero disparo, no lo dude, y volará por los aires su Drugstore, su vivienda entera será escombro en diez segundos. ¡Boooom!

- ¿Qué quieres, entonces? –preguntó acorralado Baxter.

- Solo la verdad. Tú y tus hombres habéis sembrado el caos en este pueblo. Habéis coaccionado a los rancheros de la margen derecha de Jalons Valley para vender nuestras tierras. Tus hombres mataron a Gus, lo sé y lo demostraré, y yo mismo vi al jefe de tu equipo matar a sangre fría al viejo Jeremy. Cavé ayer su fosa… y tengo un testigo muy especial que está ahí, muy cerca de donde se encuentra.

Penny Leiton miró a su padre, a Baxter y al teniente de federales, asintiendo firmemente con la cabeza.

Tom silbó intensamente dos veces. Nadie comprendió los silbidos, a excepción de su yegua y su amigo Fredi.

Mikado caminó al paso hacia su dueño. Con la alforja cargada con los lingotes se detuvo ante Tom, quien tomó varios de ellos y los mostró en alto.

- Aquí está el oro… ni es mío ni de usted, así que cuando todo acabe regresará al lugar que le pertenece.

Joe Plomo, los Martínez y la viuda Aspen se reunieron con los federales, el sheriff, Baxter y los Leiton.

- Ese muchacho dice la verdad. Hemos sido presionados por Baxter para vender nuestra tierra –dijo la viuda Aspen mirando sin temor a Baxter.

- Y para presionarnos, sus hombres habían matado varias cabezas de ganado, es repugnante, así sucedió hace veinte años en Amarillo cuando… –añadió Joe Plomo.

- Incluso me ofrecieron tres mil dólares a mí… No os lo dije antes, hermanos, por vergüenza… Tom Benet es un hombre bueno –acabó diciendo el mayor de los Martínez.

- ¡¡¡Perdedores!!! –bramó Lex Baxter.

El hombre se sintió acorralado ante las acusaciones de sus vecinos y actuó como la víbora que era. Tomó a Penny Leiton por su cuello para servirle como parapeto, desenfundó de su chaleco la pequeña Derringer que escondía y colocó su cañón en la sien de la muchacha.

- Le vuelo la tapa de los sesos a esta preciosidad si no me permiten escapar. ¡Tom, no detones los explosivos o moriremos todos! Deja mi vivienda en paz, mi familia no tiene nada que ver en todo esto –habló el cacique, demostrando tener un mínimo de dignidad al pensar en su familia.

Los que presenciaban la escena tensaron sus cuerpos ante el evidente nerviosismo que experimentaba Lex Baxter. Leiton sudaba abundantemente viendo el cañón de la pistola en la piel de su hija. El sheriff Turner pretendió tranquilizar a Baxter, pero este retrocedió un par de metros sin despegarse de la muchacha. Tom gritó desde el extremo de la calle, temiendo que el facineroso de Arcobriville cometiera un acto irreparable.

- Está bien, Baxter. Tiraré la pistola y usted liberará a Penny.

- Cuando me haya ido de la ciudad…

No pudo decir nada más. Una mano de hierro se apoderó de la que empuñaba la Derringer y la otra lo subió en volandas cogido por el pecho. Fredi había actuado por primera vez en su vida.

Tom corrió hacia el grupo y se abrazó a la muchacha.

- ¿Estás bien?

Penny asintió todavía embargada por el temor a morir. El teniente de los federales apresó a Baxter.

- ¿De verdad creías que iba a volar tu casa y dejar a tu familia sin hogar? Mira bien lo que había allá arriba...

Tom sacó de la alforja de Mikado una vela amarilla, muy parecida a un cartucho de dinamita.

- Ahora nuestras tierras seguirán siendo nuestras, con o sin petróleo. Sin petróleo, ¿verdad Baxter?

- ¿Cómo que no había petróleo? Entonces… nos has engañado a todos, miserable. Pagaré con cárcel la infamia de haber seguido tus órdenes, como el sheriff y muchos de los que vivimos aquí, pero descansaremos de tanta falsedad –sentenció Leiton mirando con desprecio a Baxter.

- Pero si no hay petróleo… ¿por qué ese interés de comprar y a tan generoso precio los ranchos de la margen derecha? –quiso saber el sheriff Turner.

- Por el ferrocarril –comenzó diciendo Tom–. En nuestras propiedades estaba planificado construir naves y hangares para talleres de reparación de las locomotoras y varios apeaderos para cargar ganado. Arcobriville, de cualquier manera, se convertirá en un gran pueblo gracias a su emplazamiento. Pero la ubicación del proyecto definitivo solo se llevaría a cabo con el consentimiento de los propietarios de los ranchos. Había y sigue habiendo otras opciones para construir la gran estación y los apeaderos de ganado. Pero Baxter quería todo. Cuando se enteró de la existencia del cargamento de lingotes de oro, la codicia le cegó y vio la ocasión para quedarse con él y con las propiedades, que le reportarían una gran suma de dinero al venderlas al Grupo Ferroviario.

Baxter no tuvo nada que decir. Los dos agentes federales se lo llevaron detenido.

El teniente tomó la palabra:
- Creo que ahora deberán sincerarse todos conmigo en la oficina del sheriff, si es que es merecedor de ese nombre y de esa placa que aún porta en el pecho. Hay mucho que contar, creo… Andando.

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