OÍR NOLAJ. CAP 4. ¡CUSQUI, TRACATRÁ!

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Foto tejar (1)


Creo que ni Zaino ni ninguno de su cuadrilla se pararon nunca a pensar cómo se escribía el nombre de la perrilla blanca protagonista de esta historia.


Cusqui vivía con su dueña, una señora con el pelo totalmente blanco y siempre sonriente. Su casa estaba al fondo de una callejuela que iba a parar a la plaza del pueblo. Ya eran de las pocas casas que carecía de agua y tenía que ir a buscarla a la fuente situada al lado del jardincillo de la iglesia, en la misma plaza.


Todos los días echaba dos viajes a la fuente a por agua, siempre acompañada de su perra y su cántaro bajo el brazo.


Una tarde estaban los amigos jugando a saltar las barras de hierro que cercaban el jardincillo de la iglesia. Unas barras que estaban unidas a unos pilares de piedra que medían como una persona mayor o más. Zaino y sus amigos les llamaban “los barrotes de la iglesia”. Y el poder saltarlos sin ayuda de nadie daba mucho prestigio entre el grupo. Zaino todavía no lograba saltarlos. Veía cómo Pita, Azucena, “el Cejas” y otros lo hacían, pero él todavía no era capaz. Tenía un grave problema.


La señora del pelo blanco y su perra, Cusqui, aparecieron por la calleja de enfrente al jardincillo. Se detuvo con el tío Lafarga en la puerta de la ferretería y se saludaron.


Azucena nos comentó:

- Le he oído decir a mi hermano que esa perra tiene muy mal genio. Cuando le cantas su nombre se enfada mucho y te persigue ladrando. ¿Qué os parece si lo comprobamos?

- Es una idea estupenda –dijo entusiasmado “el Cejas”–, como a policías y ladrones, pero con perro.

- ¡Oír Nólaj! ¡Oír Nólaj! –gritó Azu colocándose las dos manos sobre ambos carrillos, a modo de altavoz.


El ritmo de la canción lo impuso Tanis y la letra era fácil de aprender:

- ¡Cusqui... tracatrá, cusqui... tracatrá, cusqui... tracatrá! –todos cantaban al unísono.


La perra giró la cabeza hacia el grupo y emitió un ronroneo, presagio de enfado, pero no se separó de su dueña.


La pandilla decidió acercarse un poco más, mientras seguían cantando la canción.

- ¡Cusqui... tracatrá, cusqui... tracatrá, cusqui... tracatrá!


La perra parecía ya bastante furiosa y sus ladridos cada vez sonaban con más fuerza. Escarbaba en la acera de la ferretería. La dueña ya se despedía del Tío Lafarga. El coro cantarín seguía avanzando despreocupadamente. Se encontraban ya en medio de la plaza.


La señora de pelo cano hizo un gesto con la mano a Cusqui y la perra comenzó a correr con toda su vitalidad.


El grupo se dispersó. Azu y Tanis fueron los más despabilados y se subieron al remolque de un tractor que estaba muy cerca. “El Cejas” y Cati se lanzaron por una rampa de cemento a la que llamaban barranquillo, y la perra ni les hizo caso. Pita tenía unas piernas larguísimas, por eso le metían pocos goles, y gracias a ellas consiguió llegar rápidamente al jardincillo. Sólo quedaba Zaino. Zaino y la perra Cusqui, solos en la plaza del pueblo.


El niño miró un instante hacia atrás y vio que la perra estaba muy cerca de él. Pudo ver sus ojos marrones, la lengua jadeante afuera, el empapado hocico negro y, sobre todo, los finísimos y blancos dientes del animal.


No tenía otro remedio que intentarlo. Debía saltar aquellos barrotes que le parecían un gigante, de lo contrario, “adiós Zaino”, pensó.


En los últimos pasos de la carrera sintió el roce de la cara de Cusqui en sus zapatos.

Se agarró a los barrotes, cerró los ojos, soltó un grito desgarrador y ...

Cayó sobre las alegrías que había plantado hace unos días doña Irene, la sacristana. Pero lo había conseguido. Había saltado los barrotes de la iglesia por primera vez sin ayuda de nadie.


La panda de amigos echó una mirada de admiración al pequeño Zaino. El Tío Lafarga también contempló la escena. Seguro que se sentía satisfecho por la hazaña del niño.


Quien no estaba tan satisfecho era don Martín, el cura, que cogiendo a Zaino por una oreja ya lo levantaba de encima de las flores.


La cuadrilla de amigos tuvo que limpiar el jardincillo de la iglesia. Como el sábado anterior se había celebrado una boda, estaba todo plagado de arroz. Fue uno de los castigos que Zaino cumplió más a gusto.


Mientras el grupo limpiaba los alrededores de la iglesia, Cusqui jugueteaba con el hermanito pequeño de Pita, que tenía cinco años.


- Es una perrita nerviosa que sólo quiere jugar con los niños –decía la dueña sonriendo–, jamás ha mordido a ninguno.


Pero Zaino estaba demasiado atareado con las pelusas de los árboles y el arroz como para oír ese comentario.

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