OÍR NOLAJ. CAP 8. LOS HÉROES DEL OIR NOLAJ

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Para los vecinos de cualquier pueblo, el río es un elemento de vital importancia. Para la pandilla de Zaino era el escenario de muchas aventuras. Junto al río podía ocurrir cualquier suceso. Y en las riberas de ese Oír Nólaj, como ellos lo llamaban, transcurrían muchas horas del caluroso verano, y también dentro de sus aguas.


La panda se bañaba en un lugar llamado “Las Pasaderas”, que era un remanso del río, no muy lejos del pueblo, donde las aguas cubrían totalmente a los pequeños. En uno de los márgenes del río había una gran tronca, que les servía de trampolín a los más intrépidos.


Tanis y las dos niñas de la panda eran los que más disfrutaban en el agua, haciendo carreras y saltos de trampolín. Por el contrario, a Zaino no le gustaba mucho bañarse, sólo un chapuzón y luego a jugar o contar historias.


Cerca de “Las Pasaderas” guardaba los patos el tío de Tanis, el churrero del pueblo, en un destartalado cobertizo rodeado de una huertecilla, vallada por una red agujereada por la que los patos entraban y salían a su antojo hacia el río. La pandilla de Zaino conocía muy bien la huerta gracias a los agujeros de la red. También conocían bien a los patos del churrero. Una tarde, como aquella de verano, al anochecer, se les ocurrió llevar a los patos hasta la piscina municipal, que no se encontraba muy lejos de allí.


Cuando la encargada de la piscina estaba ocupándose de limpiar el pequeño bar, aprovecharon  para meterlos en la piscina de mayores. Los patos organizaron un buen jaleo en el agua. No paraban de graznar y de revolotear intentando salir. Cuando la encargada se dio cuenta de la situación, Zaino y sus compañeros de travesuras corrían como gacelas, perseguidos por los gritos de protesta de la encargada.


En otra ocasión, los patos visitaron, gracias a la pandilla, el tramo de río que pasaba por el centro del pueblo, entre los dos puentes. Allí sí que se encontraban a gusto. Tan a gusto que el alcalde se dio cuenta de ello y pocos días después ya vivían en las aguas del río media docena de patos. Les construyeron una caseta para refugiarse en invierno y muchos vecinos les echaban algo de comer. Desde entonces forman parte del escenario del pueblo.


¡Qué calor hacía ese día! Eran las doce del mediodía y ya estaban bañándose en “Las Pasaderas”.

Tras un fugaz baño, Zaino se tumbó a la sombra de un chopo. Contemplaba las filas de hormigas subiendo y bajando por el tronco.


- ¿Qué piensas? –le preguntó Tanis, salpicándole con su pelo empapado.

- Estaba mirando los viajes de estas hormigas –respondió Zaino.

- Hace mucho que no hacemos un viaje, ¿verdad?

- Bueno, no sé, vamos en bicicleta a diario, ya hemos ido en el tren, acuérdate de la aventura del señor pobre... pero, ¡nunca hemos viajado por el río! –exclamó Zaino.

- Llevas razón, sería estupendo poder navegar –dijo Tanis y se fue a dar otro baño.

Aún no se había mojado ni las rodillas cuando se dio la vuelta y llegó hasta el chopo hormiguero.

- ¡Oír Nólaj! ¡Oír Nólaj!¡Zaino, ya lo tengo! Vamos a navegar por el Nólaj! –exclamó Tanis.

- ¿Y cómo vamos a navegar?

- Pues en barca, claro. Pero ahora no digas nada a los demás, en la barca no podemos ir más de dos. Esta tarde, en cuanto comamos nos vemos aquí –propuso Tanis.


Continuaron bañándose y jugando con el resto de amigos y, a la hora de quedar para la tarde, los dos pusieron la excusa de la siesta para despistar al grupo.


Cuando el sol quemaba más que la estufa de leña del colegio una mañana de invierno, se encontraron en “Las Pasaderas” los dos amigos.


- Explícame cómo vamos a navegar –preguntó Zaino con los ojos muy abiertos–. Y qué barca ni qué demonios...

- La respuesta está en el cobertizo de mi tío churrero –dijo tan tranquilo Tanis.

- No me digas que has pensado atar a los patos y que nos arrastren por el río.

- No digas tonterías, Zaino. En el cobertizo hay una vieja barca de mi tío. Lleva allí muchos años.

- Pero, ¿para qué tiene tu tío una barca?

- Pues no lo sé, pero creo que la construyó cuando nació mi padre. He oído que el Oír Nólaj antes cubría tres metros de profundidad, por lo menos –explicó el sobrino del churrero. 


Zaino estaba de lo más sorprendido pero muy emocionado.


Entraron en el cobertizo sin dificultad, pero para sacar la barca sudaron de lo lindo. Aunque ésta no era muy grande para dos tripulantes de su edad, pesaba más que la piedra esmeril de los esquiladores. Rompieron parte de la red de la huerta y gracias a la resbaladiza hierba pudieron arrastrarla hasta el río.


La echaron al agua y empezaron las dificultades. A la barca no podían subir los dos a la vez, y eso que ambos eran unas ardillas. Zaino se dio el primer remojón y le recordó algo a Tanis:


- Ya sabes que yo más que nadar me peleo con el agua.

- No te preocupes, Zaino, te ayudaré a subir y luego subiré yo.


Parecía como si la barca fuera un potrillo salvaje que no se dejara montar. Después de varios chapuzones, finalmente lo consiguieron.


Se quitaron las camisetas y las tendieron sobre la madera de la embarcación. Chocaban contra las orillas del río constantemente. Por fin, lograron hacerse con la navegación. Uno enfrente del otro y cada uno con la rama de chopo a un lado de la barca.


No habían transcurrido ni dos minutos de tranquilidad cuando vieron un gran tronco atravesando el río de orilla a orilla. Tuvieron que presionar el tronco con las manos y agacharse junto al suelo de la barca para pasar por debajo de la enorme madera. La barca casi se llenó de agua y tuvieron que achicarla con las manos.


Nunca imaginaron que podrían llegar hasta el pueblo, pero lo estaban consiguiendo. A lo lejos ya veían los arcos del Nólaj. ¡Arcos, qué bonitos arcos! que eran el símbolo de un pueblo acogedor, al que llegaban las aguas del río y tranquilamente se marchaban después de recitar su murmullo. En esa zona, el río se ensanchaba bastante, y por tanto, sus aguas permitían ver el fondo muy de cerca. En ocasiones tenían que ayudarse de los “remos” para poder avanzar.


Algunas voces anunciaban la llegada de los marineros. Y a medida que avanzaban eran más los que se juntaban en el puente para verlos.


Los dos niños saludaban tímidamente a sus vecinos. Allí también estaban los de la panda, boquiabiertos.


Hasta llegar al segundo puente les acompañaron en el recorrido muchos curiosos, que no dejaban de animar y aplaudir.


Tras cruzar el segundo puente, el río descrbía una curva y se despedía del pueblo. Los dos, levantando los remos, también se despidieron de sus paisanos.


Al poco tiempo, llegaron hasta una zona en la que el cauce se dividía en multitud de canales de riego. Aprovechando uno de ellos detuvieron la barca y la encajaron en el canalillo con ramas y piedras.


Durante el  camino de regreso al pueblo los dos se sentían de lo más orgullosos.


- Hemos sido los primeros en navegar por el Oír Nólaj, Zaino.

- Sí, creo que hemos organizado un buen revuelo. Por cierto, ¿qué vamos a hacer con la barca?

- Le diremos a mi tío que venga a por ella con las mulas.

- ¿No nos reñirá?


Tanis se encogió de hombros y siguieron caminando con sus húmedas camisetas en la mano.

Los padres de Tanis y Zaino les echaron una buena reprimenda por su “hazaña”.


Al día siguiente, fueron los dos a ver la barca, pero no la encontraron en el canalillo.


- Se la habrá llevado la corriente… –dijo Zaino.

- Quizá la hayan robado –repuso Tanis.


Volvieron al pueblo y ya no pensaron más en el asunto.


Estaba siendo un verano de lo más caluroso. Preferían el río a la piscina, por economía y por diversión.


Al salir de uno de los chapuzones, Zaino vio que, desde el cobertizo de los patos,  alguien les hacía señales con la mano.


- Creo que es tu tío, el churrero. Nos llama –comentó Zaino.


El churrero les obligó a que le ayudaran a reparar la cerca de alambre. Más tarde tuvieron que recoger tomates maduros y, después, limpiaron el caminillo de cacas de pato. Fue una tarde muy dura de trabajo. Al terminar, el churrero les anunció:


- Os he preparado algo para merendar, entrad adentro.


Cuando entraron vieron dos bocadillos junto a un botijo de barro encima de la mesa.

Pero la sorpresa estaba en la pared del fondo. Ahí, colgada sobre unas maderas viejas, estaba la barca. Y en un lateral, escrito con pintura roja podía leerse: Zaino y Tanis.

Fue una de las mejores meriendas del verano.

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