Cuando Gregorio se despertó aquella mañana, después de un sueño intranquilo, se encontró flotando en la piscina convertido en un insecto acuático monstruoso.
Gregorio, el Señor del Castillo, pensó cuál sería la causa de su terrible metamorfosis. Él era un hombre normal, poseía numerosos inmuebles por todo el país y cuantiosas y jugosas cuentas bancarias en todo el mundo. Hacía algún tiempo que se había cansado de aquel Castillo que había costado un puñado de euros y al que había convertido en hotel rural con piscina. Tan cansado de verlo sin vida, que decidió venderlo. Y para que los posibles compradores que se hallaban haciendo fila y deseosos de desembolsar cuatro tristes millones de euros, pudieran comprobar que la piscina no era un fresco ni una ilusión óptica, decidió llenarla. Podría haber esperado dos días y aprovechar las torrenciales tormentas para que el agua de lluvia cubriera el reseco vaso de piedra; podría haberla llenado de cocacola con varios camiones cisterna y dar una fiesta con patatas fritas y fruta de temporada a la chavalería del CRA El Jalón; podría haberla llenado en una semana, poco a poco, abriendo el grifo por las noches, cuando los habitantes de Somaén, casi todos, duermen; podría no haberla llenado, simplemente, y hacer un descuentillo de veinte mil euros por ver la piscina vacía y asegurar que no tenía fugas de líquidos; podría haberla llenado de cualquier manera menos tomar la decisión de llenarla a toda presión y dejar sin agua a la población. Parece una de las ancestrales maniobras de asedio a las poblaciones que querían ser tomadas. Los valerosos habitantes resistieron con pan y vino El Sitio del Agua de Somaén durante cuatro largos días, mirando hacia arriba, algunos, los menos, dedicando alguna plegaria a Santa Quiteria, la mayoría mascullando frases referidas a la insolidaridad de Gregorio Piscinas, el Señor del Castillo.
Gregorio, ya convertido en insecto, trataba de volar, pero sus alas mojadas, se lo impedían. Intentaba bucear, pero su caparazón pesado lo llevaba hasta el fondo y regresaba asustado a la superficie. Solo el viento lo mecía a su antojo por las preciadas y cristalinas aguas de la piscina.
Levantaba la mirada hacia los pinares, a su Castillo, el cielo parecía aún más lejano y en su desesperación solo pensaba en que se produjera algún milagro y la piscina se vaciara para poder regresar a su forma humana y a su modo de vida tan normal. Gregorio era un simple viajante, como todos, al fin y al cabo. Su viaje terminó como había empezado, cuando al despertarse se sintió solo en su cama, sudoroso y desorientado. Se levantó y comprobó que de sus brazos pendían unas incipientes alas que babeaban un denso y nauseabundo líquido, su pecho duro como la concha de una tortuga, sus cinco ojos rubíes saltones…
Bajó a la piscina y vio reflejada su actual imagen. Cayó al agua a plomo y desapareció.
Cuenta la leyenda que, cada vez que llueve en Somaén, el espectro de Gregorio, el viajante, ronda por el Castillo y, desde ahí, se lanza a la piscina mientras un desgarrador trueno rompe el silencio del pueblo.
JALON
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