OÍR NOLAJ. CAP 9. GUSANEJOS Y CUCARACHOS

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Foto tejar (1)


A finales del mes de agosto llegaba el momento de comenzar los preparativos de las fiestas del pueblo.


Aquel año, Zaino, Cati, Tanis, “el Cejas”, Azu y Pita se sentían muy mayores, quizá por toda la serie de aventuras que estaban viviendo últimamente. Esa mayoría de edad les llevaba a discusiones sobre el modo de organizar la peña para las fiestas.


- Yo creo que nos deberíamos unir con “Los rayos”, tienen el mejor local y el color verde de su camisa me gusta mucho –dijo Cati.

- Mi hermana mayor es de “Los rayos” y yo no pienso sentirme vigilado durante todas las fiestas –habló preocupado Tanis.

- ¿Y si nos hiciéramos todos del “Desastre”?

- Son muchísimos... no sé, no sé... –pensaba Azu.


Con todas esas dudas se iba marchando agosto y llegó septiembre que, aparte de ser el mes de las fiestas, también traía el comienzo de un nuevo curso.


Ese curso tendrían un nuevo compañero de colegio. Tomás era alegre y simpático y pronto formó parte de la panda. Tomás debía cuidar aquella tarde a su hermana, ya que sus padres estaban muy atareados trabajando en el silo del pueblo. La pequeña no molestaba a los muchachos, aunque no paraba de incordiar a su hermano para indicarle cuánta sed tenía: “nena agüita, nena agüita”. Aquella canción sin fin fue también el fin de Tomás y el principio de su nuevo nombre. Para siempre fue “el Nenagüita”.


No llegaba la panda a ninguna decisión sobre la peña a la que apuntarse.

- Oye, ¿y si lo echamos a suertes? –propuso Zaino.

- De acuerdo, pero que no entre en el sorteo “Los rayos” –casi gritó Tanis.


“El Cejas” le dio un sopapo en el cuello, al tiempo que le advertía:

- Si es a suertes, tienen que entrar todas o si no, no es a suertes, ¿entiendes?


Tanis lo que mejor había entendido fue la colleja recibida.

- ¿Y si formamos una nueva peña? –se le ocurrió decir a Azu.

- Estupendo, fantástico, le llamaremos “La alegría”–dijo entusiasmado Pita.

- “La campana”, “La bota”, La zarpa”, “La camioneta”, “Mogambo”, “Escándalo”... y otra docena de nombres más fueron surgiendo del entusiasmo de los niños.

- ¿Dónde se habrá metido esa pequeñaja? –se preguntaba el Nenagüita.


Con tanta emoción se había despistado y ahora no veía a su hermana.


Cati llamó a la pequeña chillando su nombre y todos los de la panda se hurgaron los oídos por culpa del alarido.


Al instante, oyeron:

- Nena agüita, nena agüita.


La niña estaba en un viejo corral casi derruido. Sentada sobre el fino musgo que recubría un pedrusco, embelesada con su juego.

- ¿Qué haces aquí? –le preguntó su hermano enfadado.

- Gusanejos y cucarachos, gusanejos, cucarachos, gusanejos, cucarachos… Lo repetía moviendo sus ojos hacia la derecha y hacia la izquierda.


Tenía un montón de lombrices rojas a su derecha, sobre una hoja de periódico viejo. A su izquierda unas cuantas cucarachas negras en un bote de cristal.


Sonaba realmente bien eso de gusanejos y  cucarachos.

- ¿Y si le pusiéramos a la peña, “Gusanejos”? –decían unos.

- ¿Y si se llamara “Cucarachos”? –decía el resto.

- Podemos llamarnos “Gusanejos y cucarachos” –dijo Zaino.


A todos les pareció bien para no seguir discutiendo.


El Nenagüita convenció a su padre para que les dejara una de las habitaciones del silo para hacer su peña.


Los que preferían el nombre de “gusanejos” querían vestir con camisa roja y los partidarios de “cucarachos”, de negro.


Los gusanejos preferían pintar las paredes; a los cucarachos les parecía mejor decorarlas con unas telas negras.


Los gusanejos querían beber limonada en fiestas y los cucarachos, naranjada.


Esas fiestas fueron las primeras y las últimas que gusanejos y cucarachos compartieron el local del silo. Sin apenas darse cuenta iban a ser los fundadores de dos peñas tradicionales del pueblo. Fueron unas fiestas estupendas y todo gracias a la hermana pequeña del Nenagüita y sus “gusanejos, cucarachos…”.

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