Como mi madre es casi jefa de una importante compañía de seguros, me toca cambiar de ciudad de vez en cuando. A mi padre le da igual porque se dedica a diseñar etiquetas de botellas de vino y trabaja pegado al ordenador.
Esta mitad de curso la vamos a pasar en Zaragoza, Aragón, Spain, como ponía papá en sus etiquetas.
Ya estaba acostumbrado a los cambios de ciudad, de colegios, profesorado, amigos, amigas y conocidos. Mi abuelo materno, que vivía con nosotros tras la muerte de la abuela, dijo que lo único malo de Zaragoza era el viento Cierzo. Claro, como él iba en silla de ruedas porque se había fracturado hacía poco un hueso llamado peroné, le molestaría que soplara ese viento. Pero el abuelo era autónomo para todo y yo me llevo genial con él.
El que no sé cómo llevará el cambio es el bebé, que acaba de cumplir cinco meses y ya le toca ir con su chupete de aquí para allá.
Han contratado a una señora para cuidarlo y así papá pueda trabajar tranquilamente, mamá pueda ir a la oficina, el abuelo a dar vueltas por el parque y yo, al nuevo cole.
Pili no es joven ni vieja, ni habla mucho ni poco. Lo único es que dice mi abuelo que es muy maña y casi todas las palabras las termina en el sufijo ico, como hermanico, chupetico o abuelico.
Todo marchaba normalmente hasta que el bebé se desganó, esto significa perder las ganas de comer. Entonces, mamá se preocupó y papá lo llevó al pediatra.
- No se preocupe, mientras siga ganando peso es que está sano. Además, se le ve feliz.
Aquella mañana de febrero yo no fui al colegio porque estaba muy resfriado y me quedé en casa. Papá tuvo que salir a hablar con un cliente que había venido a verle desde una bodega de China y me quedé jugando a las cartas con el abuelo, hasta que…
Del cuarto donde dormía el bebé surgió la extraña melodía. Pili le estaba cantando una conocida jota aragonesa y mi hermano parecía divertirse. El abuelo, como estaba algo sordo, no pudo escuchar nada. Pili seguía canturreando la jota y decidí acercarme hasta la puerta. La abrí los centímetros necesarios para poder ver la escena. La niñera le daba el pecho al bebé al mismo tiempo que iniciaba una nueva jota. Al acabar de mamar, el bebé eructó salvajemente y Pili cesó la jota. Le cambió el pañal y comenzó a vestirlo. Le colocó unos calcetines blancos de punto, un pantaloncillo de pana negro anudado con un fajín rojo, una camisa blanca y un chaleco negro.
- Y ahora el cachirulo y a la calle, al parquecico de paseo, majico.
Y le cubrió la cabeza con un pañuelo de vivos colores rojo y negro.
Ese día descubrí lo que era un cachirulo y un vestido de baturro.
Se fueron al parque y yo le conté al abuelo lo que había visto. Decidimos que lo mejor sería contárselo a mis padres.
Papá sonrió pensando en que era alguna de mis extrañas invenciones.
- ¡Qué imaginación! Debe ser la fiebre…
Mi madre me dijo que hablaría con Pili al día siguiente.
La charla no tuvo ningún efecto. Pili negó todo con su típica frase maña de asombro: ¡mátame camión, de eso nada, maña!
Y mi madre insistió en que no le diera más vueltas, que Pili tenía muy buenas referencias como cuidadora de niños.
El abuelo era el único que me creía y confiaba en mí.
Yo seguía resfriado y aunque no hubiera tenido problemas para asistir al colegio, decidí hacerme el enfermo y quedarme en casa otro día más para investigar el extraño suceso.
Pili seguía meciendo al bebé en su cuna cantándole una nueva jota: “le eché un besico al Jalón…” El bebé parecía estar muy a gustico y se amodorraba, que es lo mismo que adormilarse. Al rato, mamó de nuevo de la teta de Pili y, otra vez, lo vistió de baturro y se fueron al parque.
- Ya sé lo que le has dicho a tus padres, moñaco,… no me importa, seguiré cuidando a pequeñico. Y usted, abuelo, no sea desustanciaó, no se meta donde no le llaman.
El abuelo solo le dijo que si le hacía algún daño al bebé... Pero la maña no se asustó, al contrario, se atrevió a pasarle la mano suavemente por el cuello al abuelo en señal de que lo liquidaba si decía algo.
Debió ser una clara advertencia, porque a partir de entonces, el abuelo estuvo a punto de palmar en varias ocasiones.
La primera fue cuando Pili le ofreció tomarse un zumo de melocotón. El abuelo, desconfiando de la niñera, se lo dio a probar al gato y su reacción, al subirse por las paredes y erizársele el pelaje, puso en alerta al abuelo y vertió el zumo por el lavabo.
Otro día, el abuelo no pudo frenar su silla de ruedas y si no es porque el kiosquero lo detiene, se nos va por una calle empinadísima de cabecita hasta el Ebro.
Pili, la maña, había decidido eliminar al abuelo. Y, mientras tanto, seguía hablando al bebé en aragonés, contándole cuentos de Agustina de Aragón, los Sitios de Zaragoza y nombrándole extrañas palabras como “pozal, ascape, alamañooo…”.
Un día, el abuelo, que ya podía levantarse de la silla, le grabó un video a Pili dando el pecho al bebé vestido de baturro y cantándole la jota de La Virgen del Pilar dice…
Era la prueba decisiva. Mi madre se lo mostró y Pili rompió a llorar.
- No sabe usted lo que es tener un maridico como el mío.
Y explicó delante de toda la familia que su marido se llama François y era de Perpignan, Francia. Habían tenido una hija hacía cinco meses y él solo le hablaba en francés, le cantaba la Marsellesa y nanas francesas, le decía que el gallo hacía cocoricó en vez de quiquiriquí… y le colocaba lazos parisinos, horribles sombreritos de blonda…
- Y yo soy del mismo Zaragoza, del barrio del Pilar y… Mi madre me enseñó a no tirar nada, y como tengo leche de sobra para dos…
- ¿Y lo mío? ¿Querer eliminarme? ¿Eso te enseñó también tu madre, hermosa mía? –quiso saber el abuelo.
- Perdone, abuelico, yo solo quería asustarle. El zumo solo llevaba una chispinina de cocacola para que se fuese por la pata abajo, y lo de la silla de ruedas… quedé de acuerdo con el kiosquero, que es mi primo hermano de Cetina, ¡cómo voy a dejar que se estozole usted!
- Pues lo has hecho muy bien, maña…
Y Pili, la maña, se fue.
No sé cómo acabaría su hija, si yendo al Liceo francés o a un colegio español, pero mi hermanico, digo hermanito, la primera palabra que dijo fue: ¡pasapués! Años más tarde, todavía se coloca con los brazos en jarras y nos canta una jota aragonesa.
JALON
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