CUENTOS PARA NO DORMIR LA SIESTA - ​EXCURSIÓN AL MONTE DE LAS ÁNIMAS

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Era la primera vez que visitaba Soria. Los tutores habían decidido que la primera excursión de 6º fuera a la ciudad bañada por el Duero.


Nos instalamos el día primero de noviembre e hicimos turismo por la ciudad.


Al día siguiente, dos de noviembre, nos tocaba día en la naturaleza.


Nuestro profe nos leyó un fragmento de un libro, una curiosa historia.


“Los Templarios fueron una orden de guerreros y religiosos a la vez. Estos templarios entraron en guerra contra los nobles castellanos y libraron una cruenta batalla en el monte soriano. Los numerosos cadáveres de ambos bandos quedaron enterrados en una pequeña capilla. Desde entonces, cada día de las Ánimas, el dos de noviembre, se escucha el clamor de una campana y el aullido de los lobos. Todo causado por la terrible historia de Beatriz y Alonso”.


Tras la caminata y la comida, disfrutamos de tiempo libre hasta las seis, ya que anochecía sobre esa hora y debíamos regresar.


Mi mejor amigo, Alonso, me acompañaba en el paseo por el monte, rodeados por pinos y carrascas.


- Dicen, amiga Beatriz, que tal día como hoy, el Día de Difuntos, se levantan los cadáveres de los contendientes de aquella batalla.


- No me da miedo…


Y una vez que pronuncié la frase, un tañido de campana sesgó el aire del monte y casi me cortó la respiración. El viento silbaba entre los matorrales y arbolado y los dos nos quedamos mudos observándonos mutuamente.


Las campanas continuaron con su monótono tañido mientras paseábamos por el pedregal empinado de una ladera de bosque bajo.


- Bea, este será mi último curso en el colegio, me marcharé a otro instituto. Quiero regalarte algo de recuerdo. Toma, una horquilla para el pelo que he comprado en Soria.


Se lo agradecí con una sonrisa y seguimos caminando ya de regreso al campamento base.

Nada más llegar...


- Alonso, muchas gracias por el regalo, me la colocaré ahora mismo. Por cierto, es costumbre de mi familia no aceptar un regalo sin corresponder con otro. Quisiera regalarte… ¡ah!, ¡oh!


- ¿Qué pasa, Bea?


- He perdido una pequeña banda azul en el monte. Te la quería regalar para que te hicieras una muñequera y te acordaras de mí cuando juegues al tenis.


- Iré a buscarla, no te preocupes.


- Ve con cuidado, ya es de noche, la Noche de las Ánimas, y el camino estará plagado de lobos.


Y me quedé en la tienda de campaña toda la noche, esperando el regreso de Alonso.


Aticé el fuego con algunas ramas secas. El chisporroteo multicolor resplandeció mientras la figura de Alonso se perdía, difuminándose en la oscuridad de la noche.


Sonaron doce campanadas de la iglesia de San Pedro y me recluí en la tienda para intentar dormir un rato.


No conseguí dormir. El recuerdo del tañido de las campanas tocando a difunto vibraba en mi cabeza. Algunas sombras, quizá de animales, se dibujaban en la penumbra de la tela del techo de la tienda. El viento aumentaba de intensidad y gemía acariciando las ramas de los árboles creando una patética sinfonía. Mi corazón se agitaba por momentos pensando la clase de peligros que estaría pasando mi compañero. Los perros y sus aullidos por las afueras de las calles de Soria se sumaron a la banda sonora de la tétrica noche.


Descubrí la cremallera de la tienda y pude ver la luna amarillenta que parecía querer colarse y dormir a mi lado. Al momento, un chirrido estridente llegó hasta mis oídos, como una puerta que se abría y cerraba y producía un quejido suave, pero ensordecedor y horrendo.


No sé si sería la imaginación pero, tras el quebranto de la puerta, escuché pasos a lo lejos. Pisadas que se hacían más evidentes y cercanas. Pasos de personas y requiebros y zarpazos de animales que parecían arrastrarse nerviosamente alrededor de la tienda. Incluso pude percibir la latente presencia de gemidos y alientos muy próximos. El riachuelo también había cobrado vida nocturna y sus aguas fluían de forma cadenciosa, uniéndose al grupo misterioso de rumores. Sombras que se acercaban y se hacían enormes entre la infinita oscuridad. Contuve la respiración ante el acecho que suponía aquel sonido. El corazón quería salirse de la blusa y palpé su latido con la mano. Un nuevo tañido de campana, otro susurro del viento, otro latido nervioso, un aullido de perro, otro quizá de lobo, que respondía a su pariente canino. ¡Auuuuuuuuuu!


Horas negras que dieron paso a un inquietante amanecer. Mi cuerpo pálido se mostró ante el primer rayo de sol. Todavía no había regresado mi amigo Alonso. Decidí caminar y desentumecer mis piernas. Sobre una zarza descubrí la banda azul cubierta de una gran cantidad de sangre fresca. Un grito desgarrador salió de mi garganta al tiempo que mi corazón se paralizó.


¡Ahhhhhhhhhh! Los ojos desencajados, los labios rígidos y amoratados, la tez blanquecina. Me acababa de morir de miedo y de remordimiento, por haber enviado a una trágica muerte a mi amigo y compañero Alonso.


- Bea, despierta, despierta, Bea… ya hemos regresado a Logroño.


Era la voz de Alonso, mi compañero de viaje en el autobús.


Le miré y le sonreí amablemente.


- Alonso, tengo un regalo para ti, pero te lo daré en la excursión final de curso, en junio.


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