​CUENTOS PARA NO DORMIR LA SIESTA - LA MATANZA DEL CEJAS

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Diseu00f1o sin tu00edtulo


Mi hermana solía poner la radio a todo volumen. Entre canción y canción de Alto Jalón Radio, noticia: “el cementerio de Round Rock ha sido visitado por gamberros, quienes han profanado algunas tumbas…”.


Round Rock dista apenas diez millas de nuestra casa. Era el pueblo del abuelo y allí está enterrado.


- Jenifer, deberíamos visitar el cementerio, por si la tumba del abuelo ha sido profanada por esos delincuentes.


- Es buena idea, Cejas, voy a telefonear a mis amigos para que podamos viajar esta misma tarde.

Mi apodo de “El Cejas” me sobreviene de la cara que pongo cuando me encuentro en extrañas circunstancias. Dicen que siempre arqueo mis largas y pobladas cejas.


Un amigo de mi hermana se presentó cerca de casa con una antigualla de moto con sidecar al lado, de los tiempos de algunas de las viejas guerras.


Mi hermana ocupó el asiento de copiloto, junto a su noviete, Denzel, y a mí me tocó ir al lado de su amiga Débora.


- ¡Eh! Debemos detenernos en la gasolinera de Still, apenas queda carburante para llegar hasta Round Rock –se apresuró a decir Denzel nada más divisar la vieja estación de servicio.

Nos detuvimos y mi hermana y Denzel se introdujeron en las dependencias de la gasolinera.


Escuchamos que gritaban:


- ¡Buenas tardeees! ¿No hay nadie aquí?


Estaba desierta. Quizá el encargado habría tenido una emergencia o habría olvidado cerrar la puerta al marchar.


- Vamos, chicos, intentaremos llegar a Round Rock en punto muerto.


En la primera curva nos hizo señales un autoestopista. Como en unos metros llegaba una cuesta abajo muy pronunciada, Denzel frenó y le hicimos hueco entre Débora y yo.


- Hola, me llamo Still –se presentó el joven, que apestaba a cebolla cruda.


Nada más sentarse, sacó una gran navaja y comenzó a rasparse las uñas. Débora quiso quitarle la navaja, pero en el forcejeo resultó dañada con un corte en una mano, al igual que el siniestro personaje. Lo echamos del sidecar rápidamente pero él, antes de bajarse, tuvo la osadía de posar la mano ensangrentada sobre la puerta, muy cerca de donde yo estaba.


Conseguimos llegar hasta las afueras de Round Rock. La moto ya estaba sin un solo mililitro de gasolina.


- Vamos a preguntar en esa granja, quizá nos puedan dar algo de combustible. Vosotros quedaos guardando la moto.


La casa olía a cebolletas pochadas. Nos atendió un viejo con la cara marcada por una enorme cicatriz y un sombrero de paja raído.


- Pasad, muchachos, pasad…


El viejo tomó rápidamente una horca y prendió a mi hermana del cuello de la camisa y la colgó en un gancho para secar los chorizos y jamones.


Débora y yo estábamos a punto de entrar a la granja para pelear con el viejo, pero el ensordecedor ruido nos sorprendió a nuestras espaldas.


¡¡¡Brrrrrrrrommmm!!!


Still, el autoestopista, manejaba ágilmente una motosierra. Nos amenazó, entró en casa y acorraló a Denzel.


- Yo también tengo moto, amigo, mira cómo suena…brrrooommm.


Lo metió dentro de la casa. Solo pudimos ver que lo encerraron en un arcón congelador y le colocaron una gran banasta de leña encima para que le fuera imposible salir.


Débora y yo corrimos hasta la gasolinera. Llegamos sudando y profiriendo gritos de socorro.

El encargado salió a nuestro encuentro con su camioneta en marcha.


- Subid, vamos…


Débora ocupó el asiento delantero y yo, justo cuando iba a cerrar la puerta, observé la mano ensangrentada del gasolinero, una sonrisa malvada en su rostro y un reconocible olor a cebolla gratinada.


Me tiré en marcha de la camioneta.


- ¡Ahhhhh!


No podía abandonar a mi hermana y a sus amigos a su suerte. Regresé sigilosamente hasta la granja y, con el mismo cuidado que pavor sentía, contemplé la escena tras los visillos de la cocina.

Débora estaba atada en una silla, mi hermana colgada en el gancho y Denzel aún gritaba desde el arcón frigorífico.


Los tres siniestros personajes: autoestopista, viejo granjero y gasolinero resultaron ser miembros de la misma familia y se disponían a efectuar el extraño ritual de canibalismo.


El viejo cortaba cebollas, tomates y pimientos, mientras que el gasolinero avivaba el fuego de la chimenea y colocaba el agua para hervir. Las manos de Still estaban a punto de entrar en acción.


- Martillo, para el cráneo de esta jovencita colgada; sierra de madera, para esta otra…


¡¡¡Motosierra, para los tres!!!


¡Los iban a cocinar!


Solo podía hacer una cosa. La fuerza sería inútil ante seres tan malvados. Me tragué una bolsa entera de pipas con sal, los esparraguillos verdes que había cogido para mascar y una manzana. Tragué todo el aire que fui capaz. Me golpeé varias veces el estómago ya inflado y, a continuación, tintineé con mis dedos el cristal para llamar la atención de los caníbales.


Rápidamente me introdujeron en la cocina.


Still ya iba a arrancar la motosierra cuando arqueé las cejas con gran intensidad al tiempo que solté un estruendoso pedo durante seis segundos y medio. Parecía la motosierra, pero con efectos aún más devastadores. Todos se desvanecieron ante el ataque del pedo feroz y fétido que había logrado crear.


Actué con rapidez. Saqué a mis amigos de la granja y los malvados permanecieron en estado de shock hasta que llegó la policía.


Nos acercamos al camposanto de Round Rock y comprobamos que la tumba del abuelo estaba intacta, aunque me resultó familiar el característico olor a cebolla picada que percibí.

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