CUENTOS DE GUAL CISNE - ​¡SIENTO UN DÁLMATA!

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Cuentos de gual cisne (3)



Anita y Roger se disponían a dar el paseo de la tarde con sus dos perros dálmatas: Perdita y Pongo.

Eran una auténtica familia y muy pronto iba a aumentar. ¡Perdita estaba embarazada!


- Si nace hembra se llamará Anita y si es macho, Roger, como yo.


- Ya lo hemos hablado mil veces, Roger; si nace macho se llamará Pongo y si es hembra, Perdita.


Los dueños de los perros no se ponían de acuerdo en el nombre del futuro cachorro. Y tampoco en el sabor de los helados. Perdita prefería el de fresa; Pongo pidió uno de turrón; Roger, de trufa negra y Anita de coco y nuez.


Mientras tanto, Cruella de Seville, hacía honor a su nombre y se regodeaba haciendo sus cuentas.


- Noventa y ocho perritos que ya tengo, dividido entre diez, igual a nueve coma ocho. Nueve abrigos de piel de dálmata. ¡Qué lástima! Yo quiero tener diez abrigos, uno para cada día de la semana y tres de repuesto para tomar el té algunas tardes.


Cruella de Seville vivía exclusivamente para su pasión: sus abrigos de piel. Y le había dado desde hace un tiempo por los dálmatas. Así que salió de casa disparada con la intención de encontrar los dos que le faltaban.


- ¡Quillo, qué presiosidad de dálmatas! –exclamó Cruella al ver a Pongo y Perdita relamiéndose, terminando sus helados.


Mientras Anita y Roger pagaban al heladero, la malvada Cruella de Seville metió rápidamente a los dos perros en su carro de la compra y salió disparada.


- ¡A la ladrona, a la ladrona, que nos roban los perritos!


Roger y Anita corrieron tras la ladrona de perros, pero solamente pudieron ver cómo se metía en su portal.


- Tenemos que recuperar a Perdita y a Pongo como sea. Aunque tengamos que pagar el rescate que nos pida.


- Además, Perdita está a punto de parir, ya le había cambiado el ladrido, no tardará mucho.


- Vamos, Roger, tenemos que hablar con esa mujer.


Cruella de Seville, orgullosa de su rapto, ya se disponía a llamar a su sastre particular cuando escuchó el timbre.


- Ay, mi arma, no nesesito visitas de nadie ahora, tengo musso que haser, chiquilla.


- Señora, sabemos que tiene a nuestros dos dálmatas, podemos llegar a un acuerdo si le parece –propuso Roger.


- ¿Acuerdo? No preocuparse por sus perritos, quedarán muy bien estampados en mis abrigos. Podrán verlos siempre que me vean lusir mis modelos.


- ¡Pero cómo va a hacerse un abrigo con nuestros dos dálmatas!


- Con sus dos dálmatas y otros noventa y osso más, una cifra redonda. ¡Tengo sien dálmatas!


Anita le guiño un ojo a Roger y dijo:


- Señora, cuente a los perritos, yo creo que no tiene cien.


- Entrometida, claro que tengo sien, ¡quién los va a saber mejor que yo!


- Le hacemos un trato –comentó Anita–. No llamaremos a la policía si nos deja pasar y contar a los perritos. Si son cien, la dejaremos en paz y nos despediremos de Pongo y Perdita.


- Bien, trato hessio. Pasen y contemos a los perritos y luego me dejaran en pas, ya he avisado a mi sastre.


Roger y Anita no podían creer o que veían. Toda la casa estaba repleta de jaulas donde los dálmatas estaban hacinados.


- Vamos, vamos… uno, do, tre…, catorse…, treinta y osso…, setenta y sinco…,


Anita miró a Pongo y le echó una sonrisa. Perdita se había acurrucado en la alfombra del salón.


Al tiempo que gruñía y emitía unos ladridos quejumbrosos, le dijo a Pongo:


- Ven, Pongo, cariño… ¡Siento un dálmata!


Y en ese momento parió a un hermoso cachorrito.


Cruella de Seville acabó de contar:


- Noventa y siete, noventa y osso, noventa y nueve y sien… y… y… pero qué es esto.


- Cuente en voz alta, por favor –indico Anita.


- ¡Siento un dálmata! No puede ser…


- Un trato es un trato, señora, hemos ganado –dijo Roger.


Todos los dálmatas vivieron en casa de Anita y Roger, liberados de las garras de una de las malvadas más crueles de la historia de los cuentos, Cruella de Seville.



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