RELÁMPAGOS

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El residente


       Durante siglos nos preguntamos, sobre como alcanzar la felicidad y si esta se manifiesta en el ocio o en poder permanecer ocioso.


         Partiendo, aun en contra de la opinión de algún zángano, de que el ocio no consiste en no hacer nada, sino en hacer cosas y tener actividades que nos produzcan placer y satisfacción.


         Un prominente y reconocido escritor afirmaba con vehemencia: “No hay deber que subestimemos tanto como el deber de ser felices”. Y uno de los máximos referentes de la literatura del siglo pasado, afirmaba al final de sus días en uno de sus poemas: “ He cometido el peor de los pecados que un hombre puede cometer, no he sido feliz”.


        Hoy en día después de desoír tan sabios consejos, el mundo, los que vivimos en él, seguimos siendo rastreros y cobardes para intentar alcanzar esa meta, pero lo disimulamos mejor. Sabemos que es un meta parcial hecha por momentos, pero no deberiamos renunciar a ellos.


     Además, tenemos la suerte de que nos socorren nuestros últimos gurús del pensamiento. Esos que sostienen que la obligación universal de ser feliz se ha convertido en la causa de todas nuestras desdichas.


       La idea es ingeniosa pero falsa, como tantas que prefieren la brillantez de la frase a la verdad y olvidan que una idea no se convierte en tópico porque sea falsa, sino porque es verdadera o porque contiene una parte sustancial de verdad.


      Para intentar ser feliz, desde antiguo, los más sabios aconsejaban rehuir determinados hábitos sociales que estaban hechos de cálculo, prejuicio y vanidad. Como solución, refugiarse en la soledad buscando respuestas y cuando esta agobie y se haga notar, buscar alivio en los amigos, en la amistad.


         No sabemos que nos deparara este nuevo 2024, pero sabemos que mucha gente morirá, tal vez personas queridas, habrá guerras, humillados y ofendidos, padeceremos y haremos padecer, nos decepcionaran y decepcionaremos y nuestra burricie congénita nos obligara a torturarnos por un sinfín de idioteces.


       Todo esto es seguro, pero también lo es que estamos vivos, que estar vivos es lo más parecido a un milagro y que, pese a todas las guerras y ofendidos y humillados y decepciones y sufrimientos e idioteces, esta existencia es precaria y fugacísima, es lo único que tenemos: no hay más, salvo para los que esperan que esto sea un trampolín para la otra vida.


          Así que lo que deberíamos hacer es dejar de hacer el asno, abrazarnos a ella y exprimirla hasta la última gota.



       Nacer y poco después morir. Tener y comprender la conciencia atea de que somos: “entre dos oscuridades un relámpago” y la seguridad exultante de que,  mientras el relámpago dura, hay que vivirlo y gozarlo ávidamente.

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