JODIDOS PERO ENTRETENIDOS

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El Residente


Esta historia empieza en una mina…..que es, lo más parecido a cualquier oficina.


     Llevaba mucho tiempo en aquel agujero. Durante años había excavado aquella mina sin encontrar nada, sólo aquel polvo amarillo que se pegaba a su piel y se mezclaba con su sudor, dándole un olor a tierra y hombre que le acompañaba siempre. Allí no había mucha agua y, además, no valía la pena desperdiciarla, ¿para qué? En cuanto reanudaba su cotidiana labor, todo volvía a estar igual.


      No sabía ni qué buscaba. Al principio ilusionadamente oro, luego con esperanza, cualquier metal precioso y ahora, con resignación, sólo quería encontrar algo distinto a lo que le rodeaba.

      No sentía que su trabajo fuera pesado o infructuoso. Le gustaba arrancar con su pico, lascas de la apelmazada tierra, modificar su entorno. Tras cada golpe, sus empequeñecidos y acostumbrados ojos buscaban ávidos, lo diferente, lo escondido, siempre el mismo descorazonador resultado, uniforme igualdad.


         Pese a ello, su ánimo no decaía, continuaba hasta agotarse. Luego volvía a la superficie, reponía las gastadas fuerzas con su repetido menú de carne seca y queso, y se tumbaba en su desvencijado jergón con los ojos muy abiertos, fijos en el sembrado de estrellas que, cada noche, crecía en su tragaluz. Poco a poco, empezaban a mezclarse las luces entre sí, y el cansado cuerpo, acababa arrastrándole hasta la remota oscuridad.


        Al amanecer algo parecía encender sus pupilas y la vida irrumpía perezosamente en sus músculos. Después de un reconfortante desayuno, estaba nuevamente dispuesto para reanudar la afanosa y rutinaria tarea.


         Así, día tras día, mes tras mes, hasta que una tarde cualquiera,  tras un golpe cualquiera…. una prometedora veta. Lo diferente, lo tantas veces deseado emergía tímidamente ante él. No sabía de qué se trataba, pero estaba allí, un brillo áureo y opaco sobresalía entre los conocidos tonos ocres. Se dispuso a descargar un último golpe que descarnara de una forma definitiva la ansiada pieza, pero algo detuvo su brazo, se aflojó su mano, se descompuso la humana palanca y el pico cayó a sus pies con metálico sonido. Casi sin darse cuenta, se giró y comenzó a regresar a la salida, a los pocos pasos aún volvió su cabeza y en su mirada se reflejó el destello especial y distinto del que huía. Reprimiéndose para no echar a correr, continuó su ascensión y, por primera vez en mucho tiempo, alcanzo la boca de la mina cuando aún se consumía el día.


         Esa misma noche empaquetó sus pocas pertenencias y, con las primeras luces del amanecer, se ocupó de cegar la entrada a la galería. Con el sol ya alto, se alejó de aquel lugar con la idea prefijada de olvidar cuanto antes, dónde se encontraba la que, durante años, había sido su casa.


          Sus pies avanzan torpemente entre matorrales y guijarros, abriendo senderos que se cerraban inmediatamente tras su paso. De vez en cuando, se detenía escudriñando la lejanía, buscando un nuevo filón, una oquedad, una nueva oportunidad donde volver a comenzar.


          Mientras camina y otea, una idea le empuja y atormenta; quizás la próxima vez tenga el valor suficiente y, si se tropieza con lo distinto, será capaz de descubrirlo o, al menos destaparlo.

P.D. “El minero no tiene nombre, pero las galerías de su mina se abren diariamente en todas las ciudades del mundo.”

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