MOTEROS ILUMINADOS

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El Residente


La parpadeante imagen en la pantalla de su ordenador fue la señal esperada, Joe Pelosky ( inmigrante polaco) cogió una pequeña mochila con su preparado equipaje, bajo las escaleras de dos en dos y salto encima de su flamante Harley, en cuestión de segundos rugía en la oscura noche abriendo camino con su potente foco.


Se dirigía a casa de su amigo hispano, y como el también inmigrante Jess Bayamares, cuando llego a su puerta este lo aguardaba a horcajadas sobre su montura, sin siquiera saludarse este emprendió la marcha y se colocó a su estela.


Viajaron toda la noche sin detenerse, hasta que la plomiza luz de un lluvioso amanecer les hizo aminorar la marcha y buscar por un perdido sendero un lugar donde guarecerse; su destino los llevo a un viejo y derruido granero, de un aparentemente abandonado rancho. Ellos y sus monturas entraron en el cobertizo, justo cuando se descolgaban las primera gotas de lluvia.


Estiraron y desentumecieron los músculos, al mismo tiempo que inspeccionaban el refugio, había pacas de paja repartidas por todos lados, se sentían muy cansados y ambos creyeron que aquel oportuno hallazgo era un buen presagio, debían estar en el buen camino, después de comer algo y de un reparador sueño reemprenderían el viaje.


No se habían dirigido la palabra, parecían saber lo que tenían que hacer y no necesitaban comunicarse, solo les inquietaba la escasez de combustible, aquellos paramos no parecían los más indicados para encontrar donde repostar carburante.


    Con esta preocupación y la boca aun llena les sorprendió el sueño. Dormían el uno junto al otro, con sus ropas de cuero llenas de hebillas, sus descuidadas barbas, sus gastadas botas y sus duros y sucios cascos a modo de almohadas, parecían guerreros transportados de otra época, sus erguidas monturas velaban su sueño.


Les despertó, el brusco chirriar del portalón y un súbito golpe de luz. Se incorporaron de un salto y frente a ellos y delante de un cegador resplandor un enorme negro les encañonaba con una escopeta de caza.


-¿ Vas a matarnos? - pregunto Joe con ironía

-¿Quiénes sois? - respondió, preguntando el amenazador negro

-Dos hombres que siguen su destino - apostillo Jess

-Pues vais bastante descarriados, por aquí hace mucho que nadie encuentra nada de eso

-¿Tal vez tu sepas indicarnos por dónde ir?

-¿Yo?, yo me voy, ayer murió mi último caballo, ya tengo bastante, esta tierra no es para gente civilizada.

-¿ Porque no dejas de apuntarnos y nos indicas donde podemos encontrar gasolina? Ya habrás deducido que no somos del KK.


 Rick Camaccio bajo la escopeta, aquellos tipos no parecían peligrosos y llevaba tanto tiempo sin ver ni hablar con nadie. Desde que le comunicaron en su Roma natal que aquel tío suyo tejano le dejaba como único heredero de aquel rancho, todo habían sido penurias, soledad y desgracias.


Sonrió conciliadoramente y les invito a seguirle, ya dentro de su cabaña, les preparo un humeante café y charlaron animadamente. Rick no les podía ayudar con la gasolina, la que tenía era para su destartalada furgoneta y tenía decidido marcharse al anochecer, les propuso echar sus cabalgaduras a la caja del furgón y proseguir viaje juntos hasta la primera estación de servicio.


Aceptaron, cargaron las motos y las pocas pertenencias de unos y otro, y subieron los tres a la incómoda cabina.


Viajaron durante horas, y según pasaba el tiempo más inacabable se hacia el desierto tejano. La noche se fue cubriendo de estrellas y ningún rastro de civilización aparecía ante sus ojos. En silencio gozaban del entorno.


Algo les devolvió a la realidad, el motor comenzó a ratear, se miraron entre si con preocupación, esperando una frase tranquilizadora del conductor, que por desgracia no llego. Casi al mismo tiempo, en una colina que parecía emerger del repetido horizonte, la silueta de una enorme e iluminada mansión rompía el monótono paisaje.


 -Allí seguro que hay combustible - predijo Bayamares

 -Es la mansión de Bill Gates - asintió Camaccio, creía que estaba más al norte.

 -¿ Bill Gates, el dios de la informática? -pregunto Pelosky

-Él mismo. -  confirmó Camaccio. - Dicen que con el dinero que le costó construir esa casa hubiera comido todo el continente africano varios años.


Se dirigieron en esa dirección, en parte por curiosidad y en parte porque el ruido del motor cada vez era más alarmante.


La casa era espectacular vista por fuera e incalificable una vez se estaba dentro.


Desde que se aproximaron los ojos mecánicos de las cámaras les siguieron. Silenciosamente se abrió la pesada cancela de hierro dando paso a una zona ajardinada, donde las imaginativas formas de los retocados setos competían con los chorreantes dibujos de las fuentes, un sendero que se iluminaba a tramos les indicaba el camino a seguir, hasta llegar a una monumental puerta de la que parecía ser la casa principal.


Como presintiendo que había llegado a su destino, el viejo motor exhalo su último suspiro y se detuvo para siempre.


Descendieron, recogieron sus equipajes y se dirigieron hacia la puerta , presintiendo que esta se abriría en cuanto estuvieran frente a ella. Así sucedió, entraron en una alta y abovedada estancia, toda de mármol blanco, ni rastro de sirvientes ni adornos superfluos.


Avanzaron lentamente hacia una escalinata, ascendieron por ella y, al final en un amplio rellano estaba El, un Bill gates esplendido con una larga túnica blanca y un hermoso niño recién nacido todavía desnudo que jugueteaba en su ergonómica cuna, tras ellos una gigantesca pantalla, con luces intermitentes que se encendían y apagaban sin aparente orden ocupaba toda la pared.


Efectivamente, lo habéis adivinado, ante ellos:  “ El Padre, el Hijo y el Software”


Como respondiendo a una misma e invisible señal, se postraron los tres con devota sumisión.


Pelosky rebusco en su mochila y sacando un teléfono móvil de última generación se lo ofreció al pequeño, Bayamares extrajo un pequeñísimo lector de sistemas virtuales y lo postro ante Él, sin atreverse a levantar los ojos de suelo. Camaccio azorado por no haber sido tan previsor como sus ocasionales compañeros hurgaba en su raído saco, sin encontrar regalo suficiente para tan importante ocasión, de repente recordó, exaltado saco un arrugado sobre del bolsillo de su pantalón y se lo entrego entusiasmado: ¡¡¡Un año gratis de conexión a internet!!!!....se lo regalaron cuando firmo la última hipoteca de la heredada granja.


Era otra noche de 24 de diciembre,  empezaba a nevar y mientras dentro sucedía tan magnifica escena, fuera una mujer de nombre tal vez María, se escabullía en la noche, buscando el abierto y desierto desierto, viste raídos tejanos y lleva los pies descalzos, corre sin mirar atrás mientras aprieta contra su corazón un viejo y olvidado libro de poemas de amor.


                                                                                         El Residente. 

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