VALERIO, EL TARDÍO
Valerio Ácimo del Puerto, el Tardío. Así se llamaba. Nacido en este pueblo, Tapias del Marques, el año que acabó la guerra de España. Ayer murió de viejo y hoy ha sido enterrado en su pueblo, en mi pueblo, que nunca ha construido tapias ni conocido marqués. Un pueblo pobre y muy humilde, donde se vivía del campo y el campo se sentía a gusto con los habitantes del pueblo. Poco más de cien habitantes, casi todos muy mayores, buena gente, peculiares algunos…
Valerio ha sido de esas pocas personas que jamás han usado reloj. Y nunca ha llegado tarde a ningún sitio. Tampoco ha usado corbata, ni ha estado en la cárcel, ni ha timado a nadie a propósito. Sabía ordeñar cabras, silbar de diez maneras diferentes y quitarse la gorra cuando entraba en la iglesia.
Llueve y huele a tierra mojada, a hierba meada, que solía decir Valerio. Me he quedado un momento a solas en el cementerio mientras los albañiles daban de llana y yeso a su nicho. Antes me he acercado y he echado un naipe y cinta aislante en el hueco, cerca de la caja. Un par de detalles, porque al Tardío nunca le faltaba la cinta aislante ni una carta en su bolsillo para intentar hacer un truco de cartas, aunque jamás lo consiguió.
Ha sido acompañado por casi todo el pueblo, los pocos que quedamos ya por aquí. Se nos vació el pueblo hace más de cuarenta años y ahora formamos parte de la España Vacía, cada vez menos respetada y solo valorada por los que sentimos la vida rural. Un rato más tarde, con la lluvia ya arreciando, todos han regresado a sus casas y la vida sigue, ya sin el Tardío en este mundo. Una vida singular, una muerte común. Menos mal que ricos y pobres podemos compartir aún ese detalle.
JALON
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