PURI, LA CARTERA ARCOÍRIS
Cuando apareció por el tanatorio la cartera, Puri, todos miramos su pelo plateado de peluquería, con mechas naranjas, verdes y azuladas. El Tardío la llamaba el arcoíris y se llevaba muy bien con ella. Decía que era de las pocas mujeres que le miraba y estaba con él más de cinco minutos. A mí me confesó una vez:
- Es mi amor “plutónico”.
Y le dije, querrás decir platónico.
- No, no –me contestó–. Que si hubiéramos nacido en Plutón, seriamos pareja, zí.
Valerio cuando veía por la plaza a la cartera se iba “a repartir el barrio” con ella. Puri le dejaba echar alguna carta por debajo de alguna puerta o le decía, “vamos, Valerio, anúnciame”:
- Carteraaaa, señora Pascualaaaa, cartaaa de la carteraaaa.
El Tardío se ponía rojo de lo que gritaba.
Y Pascuala salía y recogía su carta y le daba un higo o una nuez.
Un día como otro cualquiera, Puri le dio un sobre a Valerio. Lee, Valerio.
- Valerio Ácimo del Puerto, el Tardío. Calle Siempreviva, número 10, Tapias del Marqués.
- ¡Es una carta para ti, Valerio!
- ¡Anda! Pues tendré que abrirla ahora mismo. Pero, ¿quién me la enviará?
Miró el remite y leyó: Heraclio Fournier.
- Viene del extranjero, la abriré delante de ti, Arcoíris.
Rasgó el sobre con sus grandes manos y apareció una baraja envuelta en su funda de cartón.
- Una baraja para ti solo, para que practiques trucos de magia –le indicó la cartera.
Valerio era tardo, pero su pensamiento, a veces, ofrecía soluciones o luces sorprendentes.
- Zí. Así tendré una carta para cada día, gracias señor Heraclio, además le ha puesto su nombre a las cartas, estupendo, me acordaré siempre de usted.
Sacó una al azar, el siete de espadas. Me la quedo en el bolsillo para hoy.
Y siguieron hasta la vaquería de Santos, que era la última casa antes salirse del pueblo y adentrarse en el monte.
- Adiós, Valerio.
- Adiós, Arcoíris.
Desde aquel día, Valerio siempre llevaba su baraja en el bolsillo de su chaqueta de pana o en verano en el bolsillo del pantalón.
- Ven aquí, chaval –me dijo una tarde–. Saca una carta, la que más rabia te dé.
Saqué la carta sin enseñársela.
- Déjame concentrarme, pero métela aquí.
Y se quitó la gorra de Sulfatos Agrícolas del Norte. Mezcló allí todas las cartas torpemente y luego lanzó todas al aire. Se agachó hasta el suelo y buscando, buscando…
- El dos de copas.
Y yo, que tendría ocho años, le respondí:
- Sí.
Me fijé que la carta tenía una mancha de tomate.
- Zí, se dice zí. Vale chaval, majo, sigue jugando al balón.
- ¿Y cómo conoces las cartas? –quise saber.
- ¿Y cómo conocía mi padre a todas sus ovejas y eran más de cien?
Se fue tan ufano el Tardío y, desde ese día, cada vez que me veía me hacía un truco con la misma torpeza, pero siempre soltando alguna sabia moraleja al final.
JALON
NOTICIAS.ES
Comentarios