HA NACIDO UN DIOS

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La parpadeante imagen en el monitor de su ordenador fue la señal esperada. Mails cogió una pequeña mochila con su preparado equipaje, bajo las escaleras de dos en dos y salto encima de su flamante Harley que parecía aguardarle ansiosa, en cuestión de segundos rugía en la oscura noche abriendo caminos con su potente foco.

Se dirigía a casa de su amigo Gaynor. Cuando llego a la puerta, este le aguardaba a horcajadas sobre su montura. Sin mediar palabra, emprendió la marcha y se colocó a su estela.

Viajaron toda la noche sin detenerse, hasta que la plomiza luz de un lluvioso amanecer les hizo aminorar la marcha y buscar por un perdido sendero de tierra, un lugar donde guarecerse. Su destino les llevo al viejo y derruido granero de un aparentemente abandonado rancho. Descendieron, movieron el viejo portón y ellos y sus monturas entraron en el cobertizo justo cuando empezaban a descolgarse las primeras gotas de agua.

Estiraron y desentumecieron sus músculos al mismo tiempo que inspeccionaban el provisional refugio. Había pacas de paja repartidas por todos los lados y se sentían tan cansados, que ambos creyeron que aquel oportuno hallazgo era un nuevo y feliz presagio, debían de estar en el buen camino.

Comerían algo de lo que llevaban en sus petates, se repondrían con un reparador sueño y al anochecer reiniciarían su camino con redoblado ánimo.

No se había dirigido la palabra. Parecían saber lo que tenían que hacer y no necesitaban comunicarse. Solo les inquietaba, aunque no lo manifestaran, la escasez de combustible. No sabían bien donde estaban, sus agujas indicadoras señalaban bajo mínimos y aquel lugar no parecía el mas indicado para repostar carburante.

Con estas preocupaciones y la boca aun llena, les sorprendio el sueño. Dormían el uno junto al otro con sus ropas de cuero llenas de hebillas, sus descuidadas barbas, sus gastadas botas altas y sus duros y sucios cascos a modo de almohadas. Parecían guerreros transportados desde otra época. Sus erguidas monturas velaban el pesado sueño.  

Les despertó el brusco chirriar del portalón y un súbito golpe de luz. Se incorporaron de un salto y frente a ellos y delante del cegador resplandor, un enorme negro un enorme negro les encañonaba con una escopeta de caza.

Atardecía y el lluvioso amanecer había dado paso a un soleado día. 

- ¿Vas a matarnos? - pregunto Mails con ironía

- ¿Quienes sois?- respondió, preguntando el amenazador negro.

- Dos hombres que siguen su destino – apostillo Gaynor

- Pues vais bastante descarriados. Por aquí hace tiempo que nadie encuentra nada de eso.

- ¿Tal vez tu sepas indicarnos por dónde ir?

- ¿Yo? Yo me voy. Ayer mismo murió mi ultimo caballo y he decidido que ya tengo bastante, esta tierra no es para hombres civilizados.

- ¿Por qué no dejas de apuntarnos y nos indicas donde podemos encontrar gasolina?

Buchanan bajo la escopeta. Aunque sus indumentarias eran extrañas, aquellos tipos no parecían peligrosos y llevaba tanto tiempo sin ver, ni hablar con nadie.

Sonrió conciliadoramente y les invito a seguirle. Ya dentro de su humilde cabaña, les preparo´ un humeante café. Se sentaron alrededor de una mesa y charlaron amigablemente sobre el destino, la casualidad, el porque de las cosas….Al igual que los antiguos filósofos, median los problemas de hoy con la misma perspectiva de siempre.

Buchanan no les podía ayudar con la gasolina, la que tenia era para su destartalada camioneta y había decidido marcharse al anochecer. Les propuso echar sus cabalgaduras a la caja del camión y proseguir viaje juntos hasta la próxima estación de servicio. Una vez allí, continuarían cada uno por su lado.

Aceptaron. Cargaron las motos, las mochilas y un saco con las pocas pertenencias de Buchanan, y subieron los tres en la incómoda cabina.

Condujeron durante horas y cuanto más tiempo pasaba, más parecía agrandarse la sensación de soledad en aquel inacabable desierto tejano. La noche se fue cubriendo de estrellas y ningún atisbo de civilización aparecía ante sus ojos.

No hablaban, gozaban del entorno y que el único sonido proviniera del renqueante motor.

Las fulgurantes estrellas se descolgaban en todas las direcciones y cuando parecían encontrar su rumbo, se apagaban como si chocaran contra un invisible charco de agua.

Entonces, algo les devolvió a la realidad. El motor comenzó a ratear. Mails y Gaynor miraron al conductor con preocupación, esperando una frase tranquilizadora que, por desgracia no llego.

- Hum….esto me huele mal, - mascullo Buchanan – la vieja Dolly tiene problemas.

Casi al mismo tiempo, en una colina que parecía emerger del repetido horizonte, la silueta de una enorme e iluminada mansión rompía el monótono y natural paisaje.

- Allí seguro hay combustible – predijo Mails

- Es la casa de Bill Gates – asintió Buchanan con cierta sorpresa- Creía que estaba más al Norte.

- ¿Bill Gates, el dios de la informática? -pregunto Gaynor.

- El mismo. -Confirmo Buchanan- Dicen que con el dinero que le costo construir esa casa, hubiera comido y vestido todo el continente africano durante varios años.

Hacia allí se encaminaron, en parte porque la curiosidad les llamaba y en parte, porque el ruido del motor cada vez era más alarmante.

Desde que se aproximaron, los ojos de las cámaras móviles les siguieron. Silenciosamente se abrió la pesada cancela de hierro y les dio paso a una zona de jardines y estanques, donde las imaginativas formas de los retocados setos competían con los chorreantes dibujos de las fuentes.

Un sendero que se iluminaba a tramos, les indicaba el camino a seguir. Llegaron hasta la monumental entrada de la que parecía ser la casa principal. Ni rastro de sirvientes, ni un solo animal, solo estética y armonía.

Como sabiendo que había llegado a su destino, el viejo motor exhalo su ultimo suspiro y se detuvo para siempre.

Descendieron con cierto temor. Anonadados por tantos contrastes, recogieron sus equipajes y se dirigieron a la puerta, sabiendo que esta se abriría en cuanto estuvieran frente a ella. Así sucedió, entraron en una alta y abovedada estancia de mármol blanco, sin adornos. Avanzaron lentamente hacia una escalinata que crecía en un lateral de la sala, subieron sus peldaños y al final, en un amplio rellano estaba El, Bill Gates, esplendido con su larga túnica blanca y un hermoso niño recién nacido y desnudo que, recostado sobre una ergonómica y futurista cuna, jugueteaba despreocupadamente con un pequeño disco de platino. Tras ellos, una gigantesca consola llena de luces que se encendían, apagaban, corrían y saltaban sin aparente orden, ocupaba toda la pared.

        

Efectivamente lo habéis adivinado. Ante ellos:

"El Padre, el Hijo y el Software "


Como respondiendo a una misma e invisible señal, se postraron los tres con devota sumisión.

Mails rebusco en su mochila y sacando un teléfono móvil de ultima generación, se lo ofreció al pequeño. Gaynor a su vez, extrajo un pequeñísimo ordenador portátil e hizo lo mismo, sin atreverse a levantar los ojos del suelo.

Buchanan azorado por no haber sido tan previsor como sus ocasionales compañeros, hurgaba en su viejo saco sin encontrar regalo suficiente para tan importante ocasión. De repente recordó. Exaltado, saco un arrugado sobre del bolsillo de su pantalón y se lo entregó entusiasmado, ¡¡ un año entero de conexión gratis a internet!! – se lo regalaron cuando firmo la hipoteca de su antigua granja, siempre lo llevaba encima y hasta ese día nunca supo que hacer con el.

Era otra noche de 24 de Diciembre. Fuera empezaba a nevar y mientras se sucedía tan magnifica escena, una mujer, de nombre tal vez María, se escabullía en la oscuridad, buscando el abierto desierto. Viste raídos tejanos y lleva los pies descalzos. Mientras corre sin mirar atrás, aprieta contra su corazón un viejo y olvidado libro de antiguos poemas de amor.

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