Al acabar la Edad Media los aristócratas castellanos y aragoneses, que habían devenido españoles de la noche a la mañana por la boda de Isabel y Fernando, empezaron a cansarse de sus recios castillos y decidieron levantar en su lugar grandes palacios en el casco urbano de las ciudades.
En este cambio de residencia no faltó un punto de nostalgia, como si echaran de menos aquellas frías fortalezas, y así los nuevos palacios del Renacimiento hispano no se parecen ni por asomo a los que por la misma época se estaban construyendo en Italia o Francia, más suntuosos y delicados.
El palacio ibérico responde a un modelo bien determinado: un patio cuadrado en torno al cual se despliega un edificio también cuadrado, de una o dos plantas, con torres en las esquinas. En cierto modo era una combinación de castillo y convento, como profetizando las palabras de un político del siglo XX en cuyo ideario se incluía la extraña idea de que los españoles debían ser «mitad monje, mitad soldado». De las españolas no dijo nada, supongo que porque encajaban mal en semejante morabito.
La fachada principal del palacio, en la Plaza Mayor. (Foto: Asun González).
Pues bien, este modelo de palacio tuvo un éxito extraordinario y a pesar de los siglos transcurridos y de la incuria nacional aún se conservan un montón de ellos en nuestro país: en medio de la Alhambra, en Morón de Almazán o, sin ir más lejos, en nuestra querida villa altojalonera de Medinaceli. Este Palacio Ducal es hoy objeto de nuestro aplauso, aunque no por sus méritos artísticos e históricos, que son muchos y que no comentaremos aquí porque lo que nos lleva a batir las manos es otro asunto más allá de sus piedras desgastadas.
Hagamos un poco de historia: ya sabemos que por desgracia buena parte del patrimonio español ha sido víctima del abandono y de la triste historia del país, sobre todo tras las continuas guerras civiles y las infames desamortizaciones liberales del siglo XIX. Conventos, castillos, murallas, ermitas y por supuesto palacios cayeron en la ruina, se convirtieron en mercadería para mayor gloria de museos de medio mundo o, más triste aún, acabaron sirviendo como cantera. Podemos toparnos con esta realidad sin salir de nuestra comarca, donde no es rara la iglesia que se vio hecha cuadra o la muralla que, reducida a grava, es hoy cimiento de la carretera comarcal.
Afortunadamente la consideración del patrimonio histórico fue cambiando a lo largo del siglo XX (muy a lo largo, la verdad) y poco a poco se empezaron a recuperar algunos edificios históricos a base de darles un nuevo uso (escuelas, almacenes, hoteles, museos) o a veces recuperando el antiguo, como ocurre con los castillos reconvertidos en casa-cuartel o los teatros romanos que se vuelven a utilizar como… Pues eso, teatros.
El que suscribe en el patio interior, uno de los espacios culturales más destacados del edificio. (Foto: Asun González).
Estas recuperaciones no siempre se llevan a cabo con el mejor de los criterios y aquí ya hemos hablado de alguna rehabilitación que es más un desaguisado que un arreglo. Pero también hay que citar los buenos ejemplos, y el Palacio de Medinaceli es uno de ellos. Para empezar, la restauración del edificio (que estaba en la más completa de las ruinas) se ha llevado a cabo con muy buen criterio, sin estridencias ni añadidos innecesarios, sin falsos históricos. Por otro lado se le ha dado un uso práctico como espacio artístico, museístico y cultural, lo cual es más importante todavía. Esta auténtica resurrección se ha conseguido no tanto gracias a un plan ambicioso o a una generosa inversión (que nunca llegó), sino a una mezcla de paciencia, empeño y buen hacer.
Las actividades que desde hace ya unos cuantos años se realizan en las salas y el patio porticado del palacio contribuyen a recuperar el pulso vital en la Medinaceli de arriba: conciertos de jazz, ópera, festivales de cine y teatro, exposiciones temporales y, sobre todo, ese museo permanente del cual hay que destacar los valiosísimos mosaicos romanos.
Es un logro ejemplar, digno de ser imitado, y por eso hay que aplaudir a las personas e instituciones (Ayuntamiento de Medinaceli y Fundación DeArte sobre todo, perdón si me dejo a alguien en el tintero) que han llevado y llevan adelante este importantísimo proyecto que constituye uno de los tesoros culturales de nuestra comarca. ¡Bravo!
JALON
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