CAPÍTULO 14: LA MORROCUETE Y EL PANADERO

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LA MORROCUETE Y EL PANADERO


Al tanatorio también acudió la Morrocuete, que todavía seguía siendo la alguacila de Tapias del Marqués. La Morrocuete se quedó con ese nombre desde que al lanzar un cohete en las fiestas del pueblo le rozó la cara y casi se queda sin morro.

El Tardío era el encargado de darle los cohetes a la alguacila.

- Toma otro, Morrocuete.

- No me llames así, Tardío.

- Toma otro, zí.

En cuanto la mecha prendía, Valerio hacía el ruido ffffffffffffffiiiiiiiiiiuuuuu y luego se tapaba los oídos con ambas manos, miraba a la alguacila y le preguntaba que si ya había sonado.

- Toma otro, Morrocuete.

- Que no me llames así.

- Toma otro, vale, zí.

La Morrocuete se santiguó y se marchó del tanatorio con el morro retorcido de pena.

La Morrocuete se tropezó en la salida con el pandero. El panadero era un tipo regordete, con gafas negras de pasta y gorrete blanco de pastelero. Valerio también le echaba una mano para repartir en verano. Se iba a la panadería, de madrugada, a oler el pan recién hecho y metía las barras y hogazas en sacos de papel y las magdalenas, mantecados, galletas y enharinadas, en bolsas de plástico. Siempre colocaba el mismo número en cada bolsa.

Cuando llegaban a la plaza de un pueblo, el panadero pitaba y el Tardío gritaba: ¡¡panaderooooo!!

- Dame una bolsa de magdalenas, Tardío –le pedía una señora.

- Una bolsa con once magdalenas, son dos euros.

Valerio tenía la manía de contar todo. Le preguntabas que qué había comido y te respondía: cuarenta y siete macarrones, tres salchichas y catorce uvas negras. Y medio vaso de vino tinto.

El panadero le daba pan para toda la semana y galletas para mojar en la leche y el Tardío, agradecido, le decía: zí, gracias.

El panadero se colocó el gorro blanco que le otorgaba más aspecto de grumete que de panadero, y se despidió de todos los que estábamos en el tanatorio con su chascarrillo preferido:

- A la pan de Dios.

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