A TRAVÉS DE LAS VÍAS

|

Trenfantasma


Mi abuelo solía leerme cuentos cuando era un niño pequeño. A medida que fui creciendo, los cuentos se fueron convirtiendo en historias, que a su vez se transformaron en hechos históricos reales. De no ser por él, que fue víctima de la represión franquista, viviría huérfano de referentes.

Recuerdo con especial vividez la historia que me contó sobre un pueblo soriano llamado Arcos de Jalón. A pesar de ser un pueblo pequeño, su relato es único en la provincia de Soria pues se sale de la clásica llegada de los falangistas, de las detenciones y de los fusilamientos.

La historia decía lo siguiente: por lo visto, durante los años treinta y poco después de la sublevación del bando nacional, Arcos de Jalón fue un importante nudo ferroviario. Eran muchas las personas que trabajaban en aquel sector.

Debido a la frecuencia con la que el ferrocarril pasaba por el lugar, a algunos ferroviarios les llegaron ideas izquierdistas por las vías. Estas ideas fueron calando paulatinamente en aquellas que decidieron no hacer oídos sordos a las voces que, seguras de sí mismas y de los ideales que defendían, vagaban de un lugar a otro.

Debido a la incertidumbre y el revuelo que había causado el golpe de estado franquista, la Guardia Civil había tomado la decisión de confiscar todas las armas pertenecientes al bando opuesto. A pesar de estas medidas preventivas, algunos de los ferroviarios más atrevidos consiguieron esconder varias pistolas. Junto con ellas, decidieron tomar una máquina de tren con la que viajar hasta Guadalajara. Andaba, por allí, el movimiento anarquista sabiendo de la necesidad de defender, con las armas, el gobierno legítimo. Por lo tanto, si conseguían llegar al municipio y abastecerse de más armamento, podrían defender la República junto a ellos.

Mientras se dirigían hacia su destino, su mala suerte no hizo sino manifestarse bajo la forma de dos guardias civiles, padre e hijo, que volvían de haber escoltado al diputado republicano Benito Artigas, conocido por ser el primer presidente de la Federación de Obreros de Soria. Este inoportuno encuentro en el paso a nivel dio lugar a un tiroteo. Las balas, cargadas de deseos por un lado y de órdenes por otro, acabaron con la vida de varios ferroviarios y la servitud de ambos policías.

Al ver sus planes terriblemente frustrados, los supervivientes decidieron volver al pueblo con los cuerpos.

Cuando llegaron, ensangrentados y con varios cadáveres, los hombres fueron arrestados y separados en dos grupos. Uno de ellos fue fusilado por los falangistas en forma de advertencia a futuros rebeldes. Se sabe que algunas de las personas que fueron asesinadas aquel día murieron mientras gritaban vivas a la República. Ya lo decía Chicho Sánchez: “no se rinde un gallo rojo más que cuando está ya muerto”.

El segundo grupo no fue enfrentado a la misma apelación visceral del franquismo que el primero: los ferroviarios restantes fueron privados de su derecho a la libertad sin ser juzgados previamente.

Recuerdo preguntarme, al final del relato y hasta que conseguí quedarme dormido, por qué los falangistas no mandaron fusilar al otro grupo también: ¿no eran, al fin y al cabo, la pena de muerte y la privación total de la libertad... algo prácticamente confundible?

Comentarios