DE BOTICAS, HIGIENE Y OTRAS COSTUMBRES-MEDINACELI 1752

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“Como pedrada en ojo del boticario” reza el dicho popular. Pero que nadie le busque un moratón ocular al sufrido boticario. El ojo del boticario era una especie de caja de caudales, donde se guardaban medicamentos de alto valor farmacéutico, como los estupefacientes y los “cordiales”. “Estos últimos llamados así no por su afectuosidad, sino para aliviar y tonificar dolencias cardíacas (cordiales)”, en palabras de Pedro Caballero (farmacéutico).

Hacia 1752, Medinaceli contaba en el Hospital de Santa Catalina, con un médico titular, Juan Eugenio del Río, un cirujano, Juan Julián de Boadilla y dos boticarios. Juan Miguel Cabrera, de 42 años, era uno de los boticarios. Tenía dos hijos, una hija y un mancebo de 18 años, que ayudaba en la botica. Y el otro boticario er Gabriel Sánchez, de 40 años. Probablemente una de las dos boticas se encontrase en el mencionado hospital.

El médico, Juan Eugenio, poseía dos cerdos. Juan Miguel tenía tres cerdos, pero el otro boticario, Gabriel, poseía una jumenta, un jumento, seis cerdos, doce ovejas y siete corderos. A Gabriel le debía ir muy bien la botica.

En esas fechas Medinaceli contaba con 337 vecinos, 34 viudas y dos solteras.

En los pueblos del Alto Jalón, sobre todo durante el siglo XIX, era muy habitual publicar anuncios al quedar vacante la plaza de médico o cirujano, pero era menos común la de boticario.  Y es que trasladar tanta pócima y ungüento debía ser un gran problema. Todo y así en 1821, en Arcos estaban vacantes las plazas de médico, dotada con 180 fanegas de trigo común y casa, y la de boticario, que percibía 200 fanegas de trigo y habitación, con la obligación de atender a los vecinos de Somaén, Montuenga, Aguilar y Sagides.


¿Qué podíamos encontrar en aquellas boticas de Medinaceli en el siglo XVIII? 

Pues manteca, médulas preparadas, emulsiones, vinagres, caldos, aceites polvos, extractos, jabones y un largo etc., ya lo dice el dicho “de todo como en botica”. Al hilo de los jabones, Medinaceli contaba con una tienda de jabones regentada por Manuel Bueno. Aunque en 1762 el filósofo Rousseau, en su obra “Emilio" decía: “Lavad a menudo a los niños en agua fría; su suciedad muestra la necesidad de hacerlo”, no había rastro del jabón. Aunque el origen de dicho producto se sitúa ya en Mesopotamia, en la Europa del siglo XVIII ya era conocido el famoso jabón de Marsella por lo que Rousseau no tenía excusa para no mentar al jabón. En una sociedad como aquella, tan poco dada a la higiene, que el pueblo contase con tienda de jabones y dos boticas que probablemente vendían dicho producto, deja a las buenas gentes de Medinaceli en muy buen lugar en cuanto a limpieza se refiere.  

Hemos de tener en cuenta que parte de los remedios medicinales, utilizaban orina contra la ciática, excrementos para las piedras de riñón y algunos más peligrosos como el mercurio para la sífilis, o arsénico y plomo. Vamos que era peor el remedio que la enfermedad. Se da el caso de un galeno escocés, John Brown (1735-1788), que decía que la vida dependía de un continuo estímulo, así administraba cantidades ingentes de estimulantes. ¡¡Pobres pacientes!!, me los imagino trepando por las paredes. Se dice que sus métodos mataron más gente que la Revolución Francesa y las guerras napoleónicas juntas. Obviamente una exageración hecha con muy mala uva.

Se sabe que la Reina Católica odiaba el ajo, en una ocasión se dice que dijo: “El villano (el ajo), venia vestida de verde (tapado con hojas de laurel)”. El ajo venía de tapadillo, para disgusto de Dña. Isabel.

Pero quizás no tanto como la aversión que Quevedo tenía por los médicos y boticarios, que es antológica: “Alquimistas porque convierten las heces de sus recetas, que nada curan, en el oro que cobran a los enfermos. Esos tales boticarios, de agua turbia, que no clara…oro hacen de moscas…pues venden el papel en que dan el ungüento”.

No iba muy desencaminado D. Francisco con las heces.

Como nota curiosa, el 23 de mayo de 1735, el boticario titular de Medinaceli, D. Pedro Giménez Bierón, fue elegido miembro honorario de la Academia de Medicina en la sesión del 30 de mayo. Lo cual demuestra que en los pueblos había algunos buenos médicos.

Al terminar la historia de hoy, caigo en la cuenta de que hemos tratado el tema higiénico desde un prisma pelín escatológico. Mis más sinceras disculpas si leyó el artículo en hora de comidas.

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