LENTEJA, ¿DÓNDE ESTÁS?

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Buenos días, a todos;


Aunque algunos ya están al corriente de lo sucedido anoche, os lo relato brevemente aquí aún con la emoción de lo vivido.

Ayer sobre las once de la noche, recién cenados Lenteja y yo, estábamos tranquilamente en casa, uno recogiendo la mesa y la otra por aquí tumbada relamiendose los labios en consecuencia de los alimentos ingeridos. Al poco rato Lenteja empezó a gruñir moderadamente sintiendo que algo en la puerta de la calle la inquietaba (dentro de casa solo lleva el collar antiparasitos, el colllar de paseo con su placa identitària solo se lo pongo cuando sale de jornada andariega). El caso es que decidí abrir la puerta, como muchas otras veces hago, para que viese que allí no había nada que justificase su sigiloso gruñido. Salió tranquila y se quedó ollfateando algo alrededor del coche. Como veía que parecía que igual aprovechaba y hacía el ultimo pis del dia, decidí entrar a coger su collar de paseo. No tardé más de 10 segundos en entrar a cogerlo cuando a mi salida Lenteja ya no estaba. Lenteja, LENTEJA, cantaba yo    alegremente sin saber lo que se me venía encima..... La noche estaba cerrada y no se veía prácticamente nada, empecé a subir hacia la era ayudado de la linterna de mi móvil Huawei P30 gritando ya algo más nervioso el nombre de nuestro perro de aventuras, Lenteja, Lenteja, ¿dónde estás?, se oía en la silenciosa y oscura noche del Barranco del Tío Botas..... Sólo se oían ladridos de los perros de alrededor pero de Lenteja seguía sin haber rastro alguno. Llegué a subir y bajar monte arriba, monte abajo, derecha e izquierda como unas ocho veces, fui hasta la carretera en varias ocasiones temiendo que la hubiese cruzado en busca de algún animal salvaje del que hubiese cogido rastro.... Y nada de nada, Lenteja seguía sin aparecer.

Angustiado y sin tener mucha más opción a esperar a que amaneciera decidí llamar a Blanca que estaba trabajando. Según se lo conté dijo, me voy para allá, ahora mismo, a buscarla.

No, no vengas, le decía yo, no vamos a poder hacer nada, se ha debido desorientar y hasta que no amanezca no encontrará el camino de regreso.

No hubo manera de convencerla, abandono su puesto de trabajo y para acá que se vino en su Toyota híbrido de última generación, eran ya las doce y cuarto de la noche.

Yo seguía en mi tarea de búsqueda un poco ya a la desesperada, agotado de tanto paseo nocturno andando sobre el monte bajo característico de la zona.

Hice varios llamadas a la Guardia Civil para avisar de que mi perro se había perdido con ánimo de que si la veían supiesen que aún si collar la perra tenía dueño, pero nadie contestaba al otro lado del teléfono, menuda decepción la Guardi Civil arcobrigense, ¿por la noche no trabaja esta gente?, en fin....

Yo seguía silbando con la ilusión de que Lenteja apareciese ya de una santa vez. Sentado en el escalón de la puerta sin dejar de pensar en dónde cojones podia haberse metido me dio por subir hacia el antiguo gallinero bordeando la casa del vecino, aunque ya había inspeccionado esa zona desde lo alto del monte,. La linterna aún alumbraba puntualmente hacia donde yo la dirigía cuando de repente vi que en la parte de atrás de la casa había un foso de ladrillos de hormigón de tres metros de profundidad. Al alumbrar hacia allí y sin dar crédito a lo que veía, vi los los ojos y la carilla de impotencia de Lenteja sentada mirándome hacia arriba. No sabría describir como me sentí, por un lado alegría inmensa de verla pero un poco bloqueado de porqué narices no la había visto antes. ¡Estaba justo enfrente de casa!. No debió de ladrar ni de llorar a mis cientos de llamadas, imagino que por su miedo.

Llamé a Blanca immediatamente, que ya estaba cogiendo el desvío de la autovía hacia Arcos del Jalón. Ella lloraba de alegría y en menos de cinco minutos ya estaba aquí.

Marí Carmen, la vecina, también nos acompañaba. Vi que estaba despierta hablando con alguien por teléfono y decidí pedirla ayuda. Igual ella tenía un arnés o algunas cuerdas para poder rescatarla. Marí Carmen me informó que ella sabía que allí se bajaba con escalera ya que en alguna ocasión había visto hacer uso de ella en ese foso trasero de la vivienda contigua.

Rapidamente me acordé de la escalera de madera que mi abuelo Pascual tenía arriba en la cuadra.

Entre nervios y planificación del rescate por parte de los que allí nos encontábamos, salí corriendo a por ella.

Ya con la escalera en la mano a través el interior de la casa, salí de nuevo a la calle para subir por el gallinero y acceder de nuevo al lugar del accidente. Mientras Marí Carmen nos alumbraba con su linterna de leds de alto rendimiento yo posicionaba la escalera en lugar seguro evitando el riesgo de caída. Una vez revisada la estabilidad me subí al borde del carambuco de hormigón y baje por la escalera. Por fin estaba con Lenteja, en ese foso lleno de vegetación silvestre. La abracé emocionado y revisé rapidamente que no tuviese ninguna herida de consideración. Al ver que la perra reaccionaba bien y aún sabiendo que pesaba 26 kilos decidí echarmela a los hombros y empezar a subir con ella la escalera. Bendita escalera.

Arriba esperaba Blanca con los brazos llenos de alegría para poder alcanzarla y cogerla, evitando así que Lenteja volviese a caer al vacio, Mari Carmen nos daba ánimos diciendo que ya estaba hecho y que Lenteja parecía que estaba bien.

Y efectivamente, Lenteja no sufrió ningún rasguño ni ninguna rotura parcial en alguno de sus miembros.

Alegria era poca la que se respiraba ya en el interior de nuestra casa, eran ya las tres y pico de la mañana y no acabábamos de creerlo.

Se me olvidó rezar a San Anton, que todo lo encuentra, pero no se si fue milagro o aparición, el caso es que nuestra Lentejilla sigue aquí con nosotros aún después de aquella noche oscura de maldición.

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