VIDAS SIN CUENTOS

|

Era un enorme percherón de crines crespas y ásperas como el estropajo, caderas anchas y potentes y un lomo con demasiado arco para representar una bonita estampa ecuestre.

       Sin embargo, en movimiento todo cambiaba. Los gigantescos cascos parecían acompasar un improvisado baile de claqué, que chocaba contra el chispeante campanilleo de sus enjaezados arneses. Sus bufidos y estruendosos relinchos, transmitían a quienes los escuchaban la vida que emanaba de ese redivivo y carnal caballo de Troya.

       Tanto tiempo arrastrando la vieja y oxidada calesa, todos esos paseos vespertinos por la ribera del ancho río, ¿cuántos enamorados mecieron sus primeras ilusiones al compás de su sonoro trote?

        Desde el primer día se sintió responsable de aquella pareja de humanos que lo tomaron a su cargo. Había tirado de la familia adelante, con el mismo brío que hacía con las cuatro ruedas de su inseparable armazón de madera.

       Los cuatro hijos nacidos del matrimonio, según las confesiones mil veces hechas por su amo a los clientes más comunicativos, nunca tendrían que ejercer un oficio tan desagradecido y duro como el suyo, soportando estoicamente las inclemencias del tiempo y enfrentándose a la rutinaria y pesada faena, día tras día, superando con abnegada voluntad los momentos duda y desfallecimiento.

       A él, nunca le pareció cuando hablaba así que se refiriera a su ajetreado trabajo. Ni siquiera en los días de lluvia, cuando el contacto de sus herraduras con los mojados adoquines, le hacían resbalar y componer un cómico cuadro ante los sorprendidos viandantes.

       Aprendió a disfrutar de todo lo que le rodeaba con exageración, con fuerza. El sudor en los bochornosos días de verano anegando su cuerpo; el agua empapándole crines y cola y corriendo por su tersa piel; la sensación de bienestar que le producía la vieja manta con que le cubría su dueño los días más fríos de invierno; el goce que le trasmitía el cepillo, al frotarle con suavidad y constancia después de un largo día de trabajo; la paja seca y mullida de su establo.

        Se había acostumbrado hasta al restallido del látigo de su palafrenero que, en algunas ocasiones, no lo hacía al aire, sino entre sus orejas. No se lo tenía en cuenta, había ido perdiendo temple con el paso de los años y aunque él, un caballo vivaz y fuerte, no necesitaba puyas para cumplir con su diario cometido, sabía que a los eventuales clientes del coche de tiro les gustaba ver al cochero empleando su animadora serpentina. Su amo lo hacia de una manera mecánica como adaptándose a unos prefijados tiempos y lugares, aunque, para su desgracia, no siempre con el mejor de los tinos.

         Tantas sensaciones, tan distintas y especiales en sí mismas. Ahora desde hacía un tiempo todo había cambiado, todo sucedía monocorde, sin sobresaltos sin inquietudes y por más que luchaba su noble testuz contra ello, nada variaba. Su corazón parecía latir más lentamente, Su exultante temperamento cambió bruscamente, su trote se tornó cansino y en sus ojos se reflejaba una infinita tristeza.

          El viejo cochero se apercibió de ello y trataba de animarle con doble ración de forraje o con esos sabrosos azucarillos que antes le hacían sacudir los belfos de satisfacción con sólo verlos en la mano de su amo.

        Todo era inútil. No conseguía ninguna alentadora respuesta. Un enorme peso se había fijado en su ánimo y la melancolía le invadía en cuanto se sentía despierto. No añoraba nada ni le inquietaba nada en particular, pero la tristeza le engullía desde dentro, desde lo más profundo e íntimo de su equino espíritu.

           Llegó un día en que, al engancharle en sus correajes, las pértigas de sujeción al coche, se le doblaron las rodillas y se agachó para quedar tumbado e inmóvil bajo el peso familiar de su antiguo socio.

         No hizo ningún ademan para levantarse. Mantuvo su cabeza erguida, resopló y sacudió sus orejas con desinteresado abatimiento, perdió su perdida mirada en un inconcreto punto y escuchó como su amo mascullaba con resignación:

         “Este animal hay que cambiarlo, ya no sirve, esta viejo”

Comentarios