QUE SI QUIERES A ROD, CATALINA

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Rod no se decide jamás, está instalado en algún extraño trono, que le otorga, tal vez, una seguridad momentánea, pero total. Rod, así llaman a Rodrigo, el que solo se mira el ombligo.


Rod, cada vez que ve a Catalina, mira hacia otro lado.


Catalina está empezando a hartarse de sus evasivas.


Primero, Catalina le expresó su amor, pero Rod no le da ninguna pista, ni sí ni no, ni chicha ni arroz con limón. No hay nada peor que no contestar.


Catalina también le preguntó que cuándo asfaltaban su calle, y la respuesta de Rod fue que estaban viendo presupuestos para el cuatrienio 2022-2026. Eso sí que es responder, pero duele igual, incluso aunque fuera cierto. Porque cuando es la vigésima pregunta al respecto, casi es lo mismo que no contestar.


Catalina quiso cultivar una huerta, para entretenerse en sus ratos libres, pero Rod ya le dijo que no era trabajo para una mujer. Le predijo que no llovería a tiempo para sembrar y que granizaría en verano antes de recoger los frutos. Ella le contestó que era como el “berro del hortelano”, que ni crece ni deja crecer, por no decir, joder.


Catalina quiso trabajar enganchando trenes, pero Rod también pensó que no era trabajo de mujer. Catalina casi se deja la vida en un intento de suicidio. Se quedó quieta en la vía uno, pero el destino quiso que el tren mercante de las diez pasara a las once y por la vía dos.


Catalina también envío una novela a la editorial de Rod y alguien, tal vez ni siquiera fuera Rod, contestó que no encajaba en la línea editorial, pero que podían producirla por tres mil euros, je. Catalina no volvió a escribir ni la lista de la compra.


A Catalina le gustaba pintar, quiso exponer en la galería Rod, pero este le daba largas: “ahora no es momento, ¿por qué no pintas pasteles del Ramiro o frescos del barrio?”. Y Catalina perdió las ganas de exponer y ya no pintó nada.


“Voy a dejar de fumar, Rod”. Pero Rod no le hizo ni caso, le exhalaba el humo cerca de su cara, le colocaba los paquetes de tabaco con los cigarrillos a medias de salir de la cajetilla, le ofrecía fumar en los momentos de máxima ansiedad... Y Catalina volvió a fumar una y otra vez, hasta que le detectaron cáncer de miedo. El remedio fue eficaz, mandó a cascarla a Rod, dejó de fumar, volvió a pintar, a escribir lo que le dio la gana, enganchaba los trenes que podía, su calle sigue sin asfaltar, pero se curó. Y todo, gracias a aquellas negativas, evasivas y a tantos “no” recibidos. Ahora jamás se pregunta eso de… ¡¡¡Que si quieres a Rod, Catalina!!! Porque a Rod no lo necesita ni para hacer una paella.

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