Tras la larga y terrible persecución, el tigre de Bengala observó que los dos humanos embarcaban y se alejaban de la costa.
- Habéis escapado, pero en algún lugar de Huelva habéis perdido a vuestro bebé. ¡Y yo lo encontraré! Y entonces…
Pero el bebé fue recogido por una manada de lobos que habitaba la sierra de Aracena.
- Y te llamaremos Mowgli, “el sin pelo” –proclamó Akela–. Serás uno más de nosotros.
Baloo, un oso perezoso, con cara de oso de dibujos animados, de los pocos animales que no eran lobos que formaban la manada, habló:
- Como todos sabéis, nuestro pueblo lobo solo come gambas y crustáceos de nuestras costas onubenses. Te ungiré con mayonesa para atraer a las gambas, a ver qué pasa…
Y enseguida dejaron a Mowgli en la arena y, al momento, se cubrió por completo de gambas, que acudieron al olor de la mayonesa.
- Has pasado la prueba, eres uno de los nuestros, Mowgli.
Desde aquel día, fue instruido con los valores de los lobos: la lealtad a Akela, el lobo más viejo y sabio; aprendió a pescar gamba, que era la base de la alimentación del pueblo lobo; y repudiar el jamón de bellota, alimento prohibido para los cánidos.
Pero Shere Khan no estaba dispuesto a dar por perdido a Mowgli….
- Sé que los lobos han adoptado al pequeño humano. Seremos pacientes, hermanos tigres, la paciencia es la madre de la ciencia.
La dieta de los tigres se basaba exclusivamente en el jamón ibérico. Tenían sometido al pueblo Cerdo. Los engordaban con croquetas de gamba blanca y centollo, que aumentaba su sabor.
Los lobos se enemistaron con los tigres por la afrenta que suponía tener que compartir la gamba blanca de Huelva. Aquella enemistad ancestral parecía irreconciliable.
El Gran Cerdo Negro se sentía resignado ante la fortaleza de Shere Khan y los tigres feroces. Y la Gran Gamba Blanca se quejaba de la masacre que suponía para su pueblo el que los tigres y los lobos pescaran a sus hijas y sobrinos sin tregua.
Pasó el tiempo, Akela envejeció y cada día estaba más débil. Un día, Shere Khan decidió atacar a los lobos. La manada aulló aterrorizada, sintiendo la persecución de los tigres de Bengala.
Descendieron de las colinas y en su huida se refugiaron cerca del Coto de Doñana y el pequeño Mowgli, junto con Akela y los lobos más viejos, llegaron hasta la aldea de El Rocío.
Shere Khan y sus tigres jóvenes los tenían sitiados. Las calles polvorientas de El Rocío estaban repletas de peregrinos asustados ante la llegada de los animales, que observaban la escena desde las distintas casas-cofradías.
- Ha llegado tu hora, Mowgli. Akela, entrégame al muchacho o moriréis todos. Necesito a ese humano para ofrecérselo al gran Cerdo Negro. Luego, lo sacrificaremos en Matanza Popular y nos daremos el mayor festín. La era del tigre ha llegado, comeremos jamón ibérico hasta los días de diario.
- Ni hablar, soy viejo y sé que mi hora se acerca –apuntó Akela–, pero no te daré a quien no te pertenece. Cierto es que tampoco es un lobo, pero se ha criado entre nosotros comiendo gambas y quisquillas.
Cientos de tigres preparaban sus fauces para devorar a los lobos y recoger al pequeño Mowgli para ofrecerlo en sacrificio al Cerdo Negro.
De pronto, Mowgli apareció subido a una palmera en la Plaza del Real. Estaba completamente bañado en batido de Fresón de Palos de la Frontera, totalmente encarnada su piel. El coro parroquial de Bormujos cantó la salve rociera y el cielo se cubrió de nubes rojas. La lluvia humedeció toda la aldea. No caía agua sino gotitas de fresas y fresones rociados.
Los tigres probaron la lluvia de fresa y los lobos también la cataron. Y les gustó. Les gustó tanto que cambiaron sus hábitos guerreros y alimenticios. Allí mismo firmaron la paz. El Cerdo Negro y la Gamba Blanca se abrazaron aliviados tras muchos años de penurias.
Mowgli se duchó y se despidió de Akela y Shere Khan. Juntos bailaron la danza del fresón ante la atenta y satisfecha mirada del Gran Cerdo Negro y la Gamba Blanca.
- Adiós, vuelvo a Huelva, mis padres me esperan desde hace años y tendré que empezar quinto de primaria –acabó diciendo Mowgli.
JALON
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