Alicia es divertida e inquieta. Es de esas niñas que busca gnomos en los parques, pinta la puerta del desván con pistola, hace panes rellenos de poesías o pinta nubes de colores en sus cuadros.
Le encanta que su hermana mayor le lea cuentos, porque ella se los imagina y en su mente los decora con imágenes diferentes.
- Se hicieron a la mar tres carabelas, con Cristóbal Colón al frente...
Vaya rollo de cuento que le tocaba escuchar esta tarde. Se tapó los oídos con su imaginación, cerró los ojos y pensó en su comida preferida: las natillas.
Alicia observa que muy cerca de la puerta hay un conejo blanco que lleva un enorme reloj de bolsillo. Junto al conejo hay cuenco con natillas muy cremosas y una galleta incrustada en medio del recipiente.
La niña prueba una cucharada de las deliciosas natillas e inmediatamente encoge hasta ser una Alicia de cinco centímetros. Resbala y cae al cuenco de las natillas, que se desparrama por el suelo y sale por debajo de la puerta de la habitación como un auténtico río amarillo.
De pronto se encuentra en un bosque de colores, rodeada de patos con dos picos, gallinas sin cresta y una oruga que ya tiene alas y solamente dos pies.
La gallina está a punto de picotear a Alicia y merendársela, pero la oruga le reprende.
- Es una niña, no picotees niñas o te crecerán alas moradas y estarás volando hasta el fin de tus días.
Alicia se asustó y se protegió sobre un trozo de la galleta que nadaba en las natillas. Le dio un mordisco y, al momento, creció hasta la altura de un ciruelo salvaje.
- Gracias, oruga, me has salvado. ¿Has visto por aquí a un conejo blanco con un gran reloj en el bolsillo de su chaleco?
- Ese conejo es el ahijado de los reyes del País de las Natillas. Los reyes han cambiado mucho, ahora siempre están malhumorados y subidos en las copas de los árboles. Todos los días hay tormentas, graniza intensamente y se pierde la señal de televisión y los móviles. Y lo peor… ¡Huele a leche frita!
- ¿A leche frita? No está mal, aunque yo soy experta en natillas, precisamente. Es mi comida favorita.
La oruga y Alicia dieron un paseo por la orilla del río. A la niña se le ocurrió beber un poco de agua y entonces…
- ¡Vuelvo a ser diminuta! –exclamó mirando las incipientes alas de la oruga.
- Sí, ha sucedido al probar el agua del río.
- ¡Sabe a crema catalana! Creo que el olor a leche frita procede del río.
- ¡Oh, no, crema catalana! No es posible, es el fin del País de las Natillas.
En ese preciso instante apareció el conejo blanco, que estaba escondido detrás de una berza. Salió corriendo, pero se le cayó el reloj que pendía de su chaleco.
Alicia tomó el reloj y comprobó que era de galleta. Probó un trocito y volvió a ser casi más alta que el árbol más alto.
- ¡Galleta son sabor a crema catalana! Hay que dar con ese conejo blanco.
Alicia y la oruga fueron a visitar a los reyes del País de las Natillas.
Estaban de muy mal humor, como habitualmente.
- ¿Qué se te ha perdido por aquí, niña? –preguntó el rey.
- El País de las Natillas ya no es lo que era por culpa de esta gran galleta con sabor a crema catalana, majestades.
La reina la olió. El rey la olió.
- ¿De dónde ha salido esta galleta? –quiso saber la reina.
Entonces, apareció el conejo blanco.
- Era mi reloj de galleta, lo tomé prestado de un cuento de la biblioteca.
- ¿Tú has robado el reloj de galleta con olor a crema catalana? Ya lo estás devolviendo. Por eso cada tarde granizaba y olía a leche frita.
El conejo blanco lloró lágrimas violetas de dolor y tristeza. Estaba muy arrepentido.
- Yo te ayudaré –le dijo Alicia.
Alicia tomó una cucharadita de natillas y se convirtió en pequeñísima de nuevo. Se subió a los lomos del conejo blanco mientras la oruga echó a volar con sus alas recién estrenadas.
El conejo se zambulló en el cuenco de natillas y junto a Alicia iniciaron el viaje de regreso a la habitación de la niña.
La hermana de Alicia terminaba ya su cuento.
- Y así fue cómo, por casualidad, Cristóbal Colón descubrió América.
Alicia, sentada ya en la cama, se despidió del conejo blanco con chaleco de color chocolate.
- Y no vuelvas a robar nada de ningún cuento –terminó diciendo.
JALON
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