Lo primero: no, no es una mezquita, aunque lo parezca. Es otra cosa y lo vamos a ver enseguida. Antes de pasar al tema, aviso de que este artículo pretende dar la alarma ante una situación de pérdida inminente de patrimonio. En nuestra comarca estas situaciones, por desgracia, han sido y son bastante numerosas: ya hemos visto algunas en artículos precedentes. En el caso de hoy, al menos, aún estamos a tiempo de evitar otro desastre.
La “mezquita” de Alhama es en realidad un pabellón de los Baños del Rey, los cuales forman parte del complejo de las Termas Pallarés (aunque en su día fueron conocidas como Termas Matheu). Se trata de un pequeño edificio de planta cuadrangular con pórtico construido en estilo “neoalhambrista”. En su interior albergaba (tal vez siga haciéndolo) una soberbia tina de mármol flanqueada por estatuas de tamaño natural además de otras dependencias. Fue proyectado por el arquitecto Ramón Padilla y se inauguró hacia 1864 para que sirviera como espacio de baño a la reina Isabel Borbón y Borbón (Isabel II) y su consorte, Francisco de Asís, también Borbón y Borbón. Cosas de la endogamia.
Este baño “árabe”, que sigue la moda de los estilos historicistas (neogótico, neomudéjar…) que tan en boga estuvieron en el siglo XIX, es uno de los edificios más antiguos del complejo termal y también uno de los más interesantes de Alhama. Fue construido en tiempos del oligarca Manuel Matheu Rodríguez, un personaje con muchos contactos de alto nivel y que sin duda consideró una buena idea para sus negocios lo de tener a los reyes como invitados en sus recién fundadas termas.
Aunque arquitectónicamente no es un edificio complejo, su decoración es excepcional y, desde luego, muy apropiada para un pueblo con un nombre árabe que significa “baño”. El elemento más destacado es el pórtico de acceso, con arcos de herradura ligeramente tumidos (en punta) apoyados sobre pilares con sendas columnitas ornamentales. La parte baja de los pilares, así como el zócalo del edificio, se adornaban de azulejos con motivos geométricos al estilo nazarí. Sin embargo, lo más destacado son las tracerías de yeso que cubren los alfices tanto del pórtico como de la puerta de acceso al interior. (Un alfiz es el recuadro de obra que suele enmarcar los arcos de herradura.) El cuidado que puso Padilla en este aspecto fue absoluto. Tanto los motivos geométricos como las inscripciones en árabe reproducen con todo detalle las formas originales de La Alhambra, incluido el lema del palacio nazarí: “No hay más vencedor que Dios”. Que en árabe reza “Wa la gálib ila Allah”. O lo que es lo mismo:
وَ لا غَالِبَ الا الله
También son notables las ventanas en ajimez (doble arquito con una columna fina en medio) y decoradas con vidrieras de colores, las cuales proporcionan luz natural tamizada a las altas estancias del pabellón. En el interior, al menos en la sala de baño, el estilo abandonaba los patrones nazaríes para sustituirlos por otros más bien clásicos. Es difícil, no obstante, obtener información sobre la decoración interna, ya que apenas existen documentos gráficos y en la actualidad el edificio no está en condiciones de recibir visitas.
No sabemos con certeza si Isabel y su primo hermano por partida doble, Francisco de Asís, llegaron a utilizar alguna vez estas instalaciones. Al menos de forma oficial, porque rumores hay a montones y en Alhama aún se comenta que tanto la reina como el rey acudieron alguna que otra vez… pero de extranjis, acompañados de tal o cual amante con el que pasar un buen rato sin que nadie (o casi nadie, por lo que se ve) llegara a enterarse. Así pues, doble desprecio monárquico a Alhama: uno, por la ocurrencia de hacerle a estas majestades un baño propio, como si fueran a contraer la lepra si remojaban sus regias carnes en el pilón común; y dos, porque de todas formas parece que el regalo no les entusiasmó demasiado.
A quienes sí debería entusiasmarnos es a nosotros, porque se trata de un edificio singular y un raro ejemplo del historicismo arquitectónico en nuestra comarca. Ya algunos escritores que pasaron por Alhama se dieron cuenta: Juan Ramón Jiménez, por ejemplo; o Benjamín Jarnés, que en su novela Paula y Paulita incluso sitúa algunas escenas en el entorno de los baños. En la actualidad esta pequeña joya se encuentra en un estado de abandono total. El tejado, como puede comprobar cualquiera que se anime a subir a los cerros vecinos, es una ruina. Y la decoración de yeserías y azulejos se cae a pedazos.
Un elemento patrimonial de estas características debería no sólo estar sujeto a protección por motivos culturales, artísticos e históricos: es que incluso desde el mero interés económico podría convertirse en un potente atractivo para las termas. Lo que no atrae nada es tener un edificio hecho polvo y desmoronándose mientras se lo come la maleza.
Decía al principio que este artículo es una llamada de atención. Lo es, porque de seguir así estos baños serán, a no mucho tardar, un recuerdo, una imagen pálida que sólo se conservará en un puñado de fotos. Y no es una alarma vana, pues tampoco hay que irse muy lejos para constatar los efectos de la incuria y el abandono en la misma Alhama. De hecho sólo hay que cruzar la calle: justo enfrente del baño árabe se levantaba la capilla de la Virgen del Pilar, un templo de estilo neogótico que servía para el culto en las termas y que fue echado abajo, piqueta adelante, cierto día desgraciado de 2003. Hace nada.
Esperemos que esta vez no sea así y que el baño árabe de Alhama, ese “Baño del Rey”, sea recuperado lo antes posible… y para todos, no sólo para las urgencias de bragueta de la aristocracia.
(Nota final: Mi agradecimiento, en esta ocasión, a Laura Esteban y Jorge Antón, por la información proporcionada para escribir este artículo.)
JALON
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