En esta sección ya se ha comentado alguna que otra vez eso de que el valle del Jalón es un lugar de paso desde tiempos muy antiguos. No sólo el Alto Jalón, sino el río entero, o al menos hasta que sale al valle del Ebro por Morata. Nuestro valle es un interesante lugar geográfico ya que en combinación con el vecino Henares representa la comunicación más directa y fácil entre la meseta meridional y el valle del Ebro.
Esta condición ha marcado la historia de la comarca desde la antigüedad y así tenemos una de las primeras noticias al respecto en el Itinerario XXV de Antonino, que describe el recorrido entre Zaragoza y Mérida y en ella se citan al menos las siguientes localidades altojaloneras: Occilis (Medinaceli), Arcobriga (Monreal de Ariza), Aquae Bilbilitanorum (Alhama de Aragón) y Bilbilis (Calatayud).
Caída Roma, durante la Edad Media el valle fue escenario de innumerables correrías, la más famosa de todas la de Rodrigo Díaz de Vivar. En el poema que se le dedica a Mío Cid la descripción del valle es tan clara que cabe pensar que el desconocido autor del texto o bien era altojalonero o conocía la zona como la palma de su mano:
«Por esas tierras ayuso cuanto pueden andar,
entre Ariza y Cetina Mío Cid iba albergar.
Grandes son las ganancias que priso por la tierra do va,
no lo saben los moros el ardimento que han.
Otro día movióse Mío Cid el de Vivar,
y pasó a Alhama, la hoz ayuso va.
Pasó a Bubierca y Ateca, que es adelante,
y sobre Alcocer Mío Cid iba posar».
He modernizado un poco la ortografía para facilidad de la lectura. Se ve en el texto que sí, que el poeta conocía la zona. Y también que los ejércitos que han ido pasando por el valle lo han hecho siempre buscando algún beneficio («ardimento»). Pero claro, los ejércitos están para eso, para sacar botín, no para repartir latas de sardinas. Por cierto, ese «Alcocer», que en árabe es un diminutivo de «alcázar», es casi seguro la Mora Encantada, el arruinado resto de una fortaleza cercana a Ateca.
El Cid es el más famoso de los pilletes medievales que pasaron por aquí a lomos de sus caballos, pero no el único ni necesariamente el de mayor importancia: un siglo antes que el de Vivar corrió el valle el cordobés Abu Amir Muhammad, conocido para la Historia como Almanzor (el Victorioso). Si el caballero castellano recorrió el Alto Jalón como antesala de sus éxitos posteriores, para el árabe fue un mal paso, pues el valeroso canciller andalusí devolvió el alma, luego de ciertos combates, entre los muros de Medinaceli en el año 1002.
Pero no nos vayamos aún de la Edad Media, que sucedieron muchas cosas… porque fue muy larga: el Alto Jalón también fue testigo aventajado de la Guerra de los Dos Pedros: Perico I de Castilla y su homónimo, IV, de Aragón, quienes se enzarzaron por un quítame allá esas pajas en un conflicto que duró catorce años y que tuvo uno de sus frentes principales en nuestra comarca, donde no hubo castillo que no acabara hecho un colador.
Luego de estos sucesos anduvieron Jalón arriba y abajo los diferentes ejércitos que se enfrentaron en la Guerra de Sucesión y que cambiaron la dinastía austriaca por otra francesa, o lo que fue para España salir de la sartén y caer en las brasas. Más tarde vinieron los de Napoleón, que no pararon de ir y venir entre asedios de Zaragoza e intentos de establecer una corte en Madrid para el desventurado José I. Y porque no se diga mal del valor de los nativos del Alto Jalón citaré el episodio heroico, aunque fatal, del saqueo de Cetina al principio de la invasión. Cierto día, avisados del paso inminente de un grupo de ladrones gabachos uniformados camino de Zaragoza, los cetineros decidieron salir al camino para interceptarlos. Los maños salieron bastante mal parados de un encuentro que tuvo que ser bastante desigual, pero no se les puede negar el valor a mis convencinos de hace doscientos años.
No se habían olvidado las tropelías de los gabachos y los españoles nos las apañamos para demostrar que, en cuanto a violentar nuestro propio país, no hay quien nos gane. A lo largo del siglo XIX estallaron tres guerras civiles, las llamadas «carlistas», que sembraron de destrucción media península y conocieron, cómo no, uno de sus teatros más destacados en el valle del Jalón. Puede decirse a favor de la tropa carlista que fue una gran restauradora de castillos, pues aprovechó casi todos los de la zona para convertirlos en fortines fusileros. De estas remodelaciones aún quedan trazas en Ateca, aunque algo desfiguradas por la reciente conversión del fuerte local en un hotel.
Durante la Guerra Civil por antonomasia, la de 1936, todo el valle del Jalón quedó bajo dominio de las tropas sublevadas. Sin embargo, no por eso conoció la paz. Aparte de alguna incursión aérea (pocas la verdad) por parte de la aviación gubernamental, lo que sí vio pasar la comarca fue cierta oleada de italianos que, en marzo de 1937, pretendió tomar Guadalajara con la aquiescencia de aquel oficial de infantería que se apellidaba Franco, pero no lo era. No llegaron nunca a su destino esos ejércitos fascistas que pocas semanas más tarde desandaban el camino, menos presuntuosos que a la ida y con más muertos a cuestas.
Terminada la guerra lo que pasó sobre el Jalón fueron casi cuatro décadas de dictadura franquista sin más huella que algunos campos de concentración, muchos muertos y aún más miseria. Cuando a aquel autoproclamado Caudillo (caudillo: jefe de una banda armada) le llegó la hora el Alto Jalón era ya una de las comarcas más despobladas de España y también de las más faltas de infraestructuras. Lo que sí pasó durante este periodo fue el oleoducto de los yanquis , que ahí sigue, escondido bajo nuestra tierra.
El parlamentarismo posterior mejoró algunas cosas (no la despoblación) con ayuda del dinero europeo aunque, por supuesto, nadie da dinero gratis: a cambio de los fondos Europa exigió a España el desmantelamiento de la mayor parte de su industria y de buena parte de su agricultura. De lo primero no había mucho de qué preocuparse en el Alto Jalón, pero el campo sí que vio pasar el hacha europea talando viñedos, almendros, frutales y choperas a destajo.
¿Y luego, qué? Ya hemos llegado casi al presente y por el Alto Jalón se sigue pasando. Pasa como un rayo el tren de alta velocidad, que parte en dos el monte y no deja un duro ni tiene parada, mientras el ferrocarril corriente y moliente se desmorona. Pasa la autovía, cargada de turistas que, mayormente, pasan de largo buscando otros destinos que creen más atractivos. Y lo mismo con la corriente eléctrica que producen los aerogeneradores y, ahora cada vez más, los plantones fotovoltaicos (llamarlos «huertos» es un insulto a los huertos), que pasa y se va… a otro sitio.
En fin, el Alto Jalón, lugar de paso. Y no por culpa de nadie ajeno, que fuera de las debidas y honrosas excepciones, no se puede negar una verdad dolorosa: que muchos altojaloneros pasan… de todo.
JALON
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