Es triste que aún tengamos que conmemorar este día. Significa que el camino hacia la igualdad sigue siendo largo y que todavía hay mucho trabajo por hacer. Y, aun así, en nuestro país debemos sentirnos "afortunadas" de no ser mutiladas, de no tener que ocultarnos tras telas que nos despojan de identidad, de no ser vendidas al mejor postor.
El 8M no es solo una fecha en el calendario, es un recordatorio de que la lucha continúa, de que la igualdad real no ha llegado. Y en esa lucha debemos estar todas y todos. No basta con que en algunos lugares las mujeres hayamos conquistado derechos si en muchas partes del mundo aún somos tratadas como ciudadanas de segunda. La meta es clara: que algún día, en cualquier rincón del planeta, se nos vea y se nos trate como lo que somos, personas.
No soy ingenua, cambiar la mentalidad de quien ha sido criado en el machismo, de quien lo ha interiorizado como una verdad absoluta, es complicado. A veces, incluso, imposible. Pero lo que sí está en nuestras manos es la educación de las generaciones que vienen. Es ahí donde está la clave. Que niños y niñas crezcan en igualdad, que aprendan a identificar y rechazar el machismo sin dudarlo, porque lo vean algo extraño. Que no normalicen lo que tantas veces hemos normalizado, que no callen ante las injusticias.
Porque, nos guste o no, seguimos viviendo en una sociedad machista. Lo tenemos tan interiorizado, tan normalizado, que en muchas ocasiones, por no meternos en problemas, por evitar discusiones o por el simple miedo a destacar, miramos hacia otro lado. Y quizá ese sea uno de los mayores males de nuestra sociedad: la indiferencia. No solo en el feminismo, sino en todos los aspectos de la vida. Nos tapamos los ojos, nos convencemos de que no es nuestro problema, de que mejor no señalamos, de que mejor no enfrentamos. Y así seguimos dejando que los abusones nos quiten el bocadillo, porque nos da vergüenza admitir que somos víctimas de un abuso y señalar y castigar al abusón.
A pesar de todo, hemos avanzado. Mucho. Gracias a mujeres que lucharon antes que nosotras, hoy somos "libres". Podemos trabajar, tener cuentas bancarias, estudiar, opinar, decidir sin el permiso de un hombre. Y precisamente por eso no podemos rendirnos. No podemos dejar que todo este camino recorrido se pierda, que el esfuerzo de tantas mujeres se tire al retrete, porque eso es lo que a muchos les gustaría. Lo estamos viendo, lo estamos escuchando.
Nos hacen creer que si nos violentan es porque nos dejamos, porque provocamos. Nos cuestionan incluso el derecho sobre nuestro propio cuerpo. Nos hacen sentir culpables en un juicio en vez de protegernos. Nos exigen justificar el uso del femenino cuando nos dirigimos a una mayoría de mujeres, para no herir sensibilidades. Nos siguen poniendo obstáculos en cada paso.
Y así, podríamos pasar horas hablando de todo lo que aún debe cambiar. Pero el cambio empieza en la base: en la educación, en el compromiso, en la búsqueda del bien común y no del individual. Solo cuando la sociedad comprenda esto, estaremos más cerca de la igualdad. No solo entre hombres y mujeres, sino en todos los ámbitos de la vida.
¡Que la lucha continúe!
JALON
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