El primer gran pueblo de nuestro valle es también uno de los más ricos en patrimonio. Medinaceli tiene de todo, como se sabe, aunque a veces da la sensación de que lo que importa, lo que mola de verdad, es la parte romana. Y a base de vender esta característica puede uno pasarse de rosca, porque ni es oro todo lo que reluce… ni falta que hace.
A ver, es cierto que Medinaceli guarda algunos tesoros romanos importantes. El primero, su arco de triunfo de tres vanos, el cual lleva dos milenios saludando el paso a todos los que se acercan a esta comarca en la que nace el Jalón. Y también a los que no, porque su perfil, muy simplificado, es el que figura en la señal que indica que nos acercamos a un monumento nacional.
El otro gran tesoro romano de Medinaceli no ha estado siempre tan visible. De hecho permaneció oculto durante siglos y me refiero a los espléndidos mosaicos que han ido descubriéndose aquí y allá. Algunos están expuestos in situ, como el de la plaza de San Pedro; o en espacios acondicionados, como el procedente de la calle de San Gil, que puede contemplarse en el museo del Palacio Ducal. Otro lleva años esperando, bien almacenado, el momento de exhibirse ante el público: el fastuoso mosaico dedicado a Ceres que se descubrió bajo el piso de la plaza Mayor. Su extensión complica, al parecer bastante, lo de encontrarle un acomodo. Dentro de las salas del palacio no cabe y la única opción planteada, la de colocarlo en el patio, tiene el inconveniente de que impediría (o dificultaría mucho) la realización de otras actividades culturales en el mismo espacio.
Sólo con esto sería bastante para cualquier ciudad orgullosa de su pasado romano y no habría necesidad de inventar nada más. Sin embargo, es fácil caer en la tentación de convertir cualquier montonera vieja de piedras en algo que no es. Quizá es que resulta muy atractivo eso de poner un cartelón de «Muralla romana» o «Puente romano» si lo que se pretende es atraer turistas, pero es una mala idea, ocurra esto por desconocimiento o simple error (pues en ningún caso presumo mala fe en estas romanizaciones que podemos encontrar por todas partes).
En este sentido debemos arrancar por el propio origen un tanto mítico que algunos autores quieren dar a Medinaceli como heredera de la antigua Occilis. La verdad es que el yacimiento identificado de esta población celtibérica se encuentra cerca de la actual Medinaceli, sí, pero sólo cerca. Está en un cerro distinto y es una situación muy parecida a la de Calatayud con Bílbilis. Si de lo que se trata es de considerar «mejor» una ascendencia latina que una semita, allá cada cual, pero entonces quizá habría que empezar por cambiar esos nombres de resonancia árabe tan clara.
Un elemento patrimonial de nuestra Medina que no es precisamente romano, aunque se anuncie así, son las murallas. Salvo algún sillar suelto (que además es posible que no se encuentre en su lugar original) y ciertas piezas de hormigón de los cimientos, las murallas de Medinaceli son bastante más modernas, de la Edad Media y en muchos tramos sin duda de construcción califal, si no posterior. Esto se deja ver, como ha demostrado el experto Isaac Moreno Gallo, en el aparejo de la obra, que no se corresponde ni de lejos con las formas constructivas de los romanos.
Algo parecido sucede con las fuentes, de las que en el entorno de Medinaceli hay a porrillo. Salvo La Canal y, tal vez, La Canaleja y La Pinilla, ninguna otra es romana. Y de las tres citadas puede que sean de origen clásico la captación de agua y parte de las galerías de conducción. En su aspecto exterior, que ha sufrido mil remodelaciones, cambios y erosiones a lo largo de los siglos, es muy dudoso que quede alguna piedra romana, y menos aún en su sitio original.
Por supuesto, si existe un elemento típico del mundo clásico son las calzadas y no faltan en los alrededores de Medinaceli varios caminos que han sido «ascendidos» oficialmente a la categoría de romanos. Sin embargo, esos senderos mal conservados, retorcidos y empinados no tienen mucha pinta de ser tan antiguos. Roma construía carreteras destinadas a un tránsito continuo de vehículos, caballerías y viandantes, y esto es algo que mal podrían soportar las toscas veredas que a veces se quieren presentar como romanas no sólo en Medinaceli, sino en muchos otros lugares.
Como queda dicho, no hace falta que todo el monte sea orégano. Medinaceli es un cofre del tesoro lleno de joyas fantásticas y no precisa más adornos que los que han ido poniendo allí, a lo largo de los milenios, sus habitantes. Sean romanos, musulmanes o cristianos los que dejaron para nosotros el que sin duda es el legado mayor del pueblo: su variedad cultural.
JALON
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