​ERAS, VESTIGIOS DE OTRO TIEMPO

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Jose Manuel Lechado


Acostumbrados a una invasión de tecnología para uso cotidiano tendemos a pensar que las cosas siempre fueron como son ahora. En realidad no es así. Si nos paramos a reflexionar, por ejemplo, en la omnipresencia de Internet, la telefonía móvil o las redes sociales, nos damos cuenta de que estos artefactos nos acompañan desde hace muy pocos años. Es cierto que para el lector nacido en el siglo XXI esta tecnología lleva con él toda su vida; pero para los que somos un poco más mayores, hemos vivido la mayor parte de nuestro tiempo sin esas bagatelas.


Yo aún recuerdo mi infancia en Cetina con calles sin pavimentar; sin apenas iluminación pública por la noche (existía, pero muy deficiente y muy antigua: me contaron que la instaló por primera vez mi bisabuelo el señor Monterde, el «lucero»); el agua no llegaba en verano a los puntos altos del pueblo; había una centralita pública porque no todas las casas tenían teléfono; ovejas y cabras desfilaban a diario por la calle… Por otra parte había menos prisas y menos ansiedades o eso me parecía. Vayan unas cosas por las otras, pues no quiero dar a entender que cualquier tiempo pasado fue mejor.


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Vista general de una era en el cerro de las bodegas, con Cetina al fondo. Se puede apreciar el empedrado dispuesto en patrones circulares para facilitar la trilla.


En esa época no tan lejana aún pervivían, de forma ya algo residual, los vestigios de tecnologías ancestrales y una de ellas es de la que quiero hablar hoy: la era de trillar. Para esos que cuentan pocos años y que quizá no sepan de qué se trata, va lo siguiente. A grandes rasgos una era es una explanada de cierta superficie y de uso comunal donde se realizaban tareas diversas: amontonar y procesar estiércol, reunir ganado, elaborar picón (carbón de madera) o, en lo que nos ocupa, trillar y aventar el grano. ¿Y esto qué es? Ahora lo cuento, al menos para el lector urbanita que crea que los cereales y la harina surgen del suelo ya limpios y metidos en una caja.


Para obtener el cereal limpio había que seguir, grosso modo, los pasos siguientes: primero se cortaban las espigas y se hacía una montonera con ellas. ¿Dónde? En el suelo de la era. A continuación se pasaba por encima del montón, una y otra vez, un trillo tirado por una mula. El trillo era una tabla de madera con muchísimas cuchillas de piedra desplegadas en su cara inferior. Este artefacto rompía en pedazos las espigas y al cabo de varias pasadas dejaba en el suelo una mezcolanza de grano y paja mezclados. A menudo, durante esta fase, los niños se subían al trillo mientras la mula tiraba de él y, con el peso añadido, el trillado resultaba más eficaz.


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En esta imagen se puede contemplar la cuidada disposición del empedrado.


La siguiente operación era el aventado, es decir, echar al aire esa mezcla de paja y grano para que el viento se llevara lejos la primera, mientras el segundo caía al suelo por gravedad. Este proceso podía llevar bastante tiempo y solía precisar una limpieza final con cribas y cedazos para dejar el cereal inmaculado.


La brevísima descripción anterior pone de manifiesto algunos detalles que se procuraban cuidar en las eras. Uno, que estuvieran en alto y en lugar despejado, para que el aire corriera sin obstáculos. Otro, que el suelo de las eras solía estar empedrado y esto por dos razones: para aumentar la eficacia del trillo y para evitar que el grano se mezclara con la tierra. Los empedrados, como se puede ver en las imágenes, solían seguir patrones geométricos circulares con estructura radial. Esto no por hacer bonito, sino por trazar los recorridos de los trillos (podían actuar muchos a la vez, según el tamaño de la era), vuelta tras vuelta.


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Un detalle más cercano de la colocación de las piedras, directamente sobre el suelo arcilloso del cerro.


Esta tecnología primordial se encuentra hoy en un estado no ya de abandono, sino de olvido. Las eras aún perviven en muchos pueblos como el mío, Cetina, pero se han convertido en lugares abandonados. Aunque, como se puede ver en las imágenes, algunas aún conservan en un relativo buen estado su pavimento de piedra, la erosión, el paso de vehículos y la proliferación de hierbajos van deteriorando poco a poco estos espacios que nos recuerdan una época en la que sacarle comida a la tierra requería un trabajo muy, pero que muy duro.


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Imagen en la que se aprecia con más cercanía el patrón geométrico radial que conformaba el pavimento de la era.


Más allá del abandono, las eras constituyen un patrimonio amenazado. Su situación casi siempre elevada y el relieve llano que las caracteriza las convierte en magníficos solares para edificar cualquier cosa: naves, corrales, chaletitos tiroleses… Y con estas edificaciones nuevas el espacio de la era desaparece para siempre (y también la estética de los pueblos, dicho sea de paso).

Están en peligro, pero aún hay tiempo de evitar otro menoscabo patrimonial. Las eras deberían recuperarse como parte significativa de nuestra historia. He hablado aquí de una que me es cercana, ésta de Cetina, frontera al Barrio de La Luna, cuyo empedrado es una obra de arte y, además, con unas vistas extraordinarias de la sierra, de la vega y del caserío cetinero. Pero no sólo queda esta, ojo.


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La vegetación, los vehículos y el paso del tiempo y de los elementos van erosionando y cubriendo estos vestigios de otra época.


Recuperar tales espacios aportaría un valor añadido a nuestros pueblos y traería consigo significaciones más allá de la conservación del patrimonio. Las eras, cuando se agrupaban varias (y esto era lo normal) formaban lo que se llama un ejido. Los ejidos eran espacios comunales que nos fueron despojados, como tantas otras cosas, con las funestas desamortizaciones liberales del siglo XIX. En los siglos XX y XXI nuevas desamortizaciones (llamadas «reconversiones», «privatizaciones» o «externalizaciones») nos siguen robando, esta vez la industria y los servicios públicos. La recuperación de las eras como espacio recreativo, pero también educativo, podría servir también para llamar la atención sobre este tipo de latrocinios.

Ahí queda la propuesta: ¡salvemos las eras!

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