El pasado viernes, en la Plaza de España de Calatayud, apenas un centenar de personas alzamos la voz contra el genocidio que está sufriendo el pueblo palestino en Gaza. Apenas cien. En una comarca entera. En una ciudad cabecera. Apenas cien, de entre 55.000 habitantes que tiene la comarca, mientras el mundo entero puede ver —en directo, sin filtros— cómo se bombardean hospitales, se mata de hambre a niños, se arrasa con familias enteras.
Y yo me pregunto, ¿qué nos está pasando como sociedad? ¿Dónde quedó la humanidad? ¿En qué momento decidimos que si no nos toca, no nos importa?
Nos han enseñado, y hemos comprado, la mentira de vivir centrados exclusivamente en nuestro ombligo. Que lo que no me salpica, no me afecta. Que el horror, si está lejos, y si lo sufre alguien de piel distinta, no duele tanto. Hemos asumido que la comodidad de nuestra vida pequeña es suficiente, y cualquier cosa que nos incomode, moleste o remueva… mejor evitarla. Que para sufrimientos, ya tengo los míos. Y así, poco a poco, vamos muriendo por dentro. Como personas. Como comunidad. Como sociedad.
Y mientras tanto, cuando gana la selección, cuando hay concierto, cuando hay oferta en el hipermercado, las calles se llenan. Entonces sí que nos movemos. Entonces sí que la excusa del calor, del horario, de la distancia, desaparece. Entonces sí que se nos olvida la pereza, la desgana y el cansancio. Entonces sí que no hay obstáculos.
¿Y por qué? Porque el fútbol, las compras, las redes sociales… nos sirven de anestesia. Para no pensar. Para no mirar de frente. Porque enfrentarse al dolor del otro también nos exige revisar el nuestro, hacernos preguntas, salir de la zona cómoda. Porque ver la masacre de Gaza y no actuar nos convierte, aunque duela decirlo, en cómplices pasivos. Y reconocerlo duele. Pero es verdad.
No es política, no son ideologías, no son banderas. Es humanidad. Es vida o muerte. Es mirar al niño que muere por falta de agua y no sentir que algo dentro de ti se rompe. Es aceptar la impunidad. Es dejar que el poder siga matando mientras nosotros aplaudimos series, partidos o festivales.
Me indigna, y me entristece, ver tantas chapas, tantos posts, tantos discursos de barra de bar llenos de solidaridad… y tan poco compromiso real. Me duele ver más esfuerzo por ir a comprar a la gran superficie o a un festivas financiado por empresas manchadas de sangre, que por alzar la voz contra un crimen de guerra. Me duele, porque lo que hay no es pereza: lo que hay es cuento. Mucho postureo y poca acción.
No me vale la excusa de “¿para qué ir, si no va a cambiar nada?”. Porque sí cambia. Cambia cuando el pueblo alza la voz y los políticos, que deberían representarnos, sienten el clamor. Cambia cuando se pone en evidencia la injusticia. Cambia cuando dejamos claro que no aceptamos más sangre en nuestro nombre.
Y sí, eché de menos a muchas caras. A demasiadas. En una concentración convocada por colectivos comprometidos, en un horario pensado para facilitar la asistencia, en una ciudad accesible para toda la comarca… ¿Dónde estabais? ¿Dónde está esa gente que dice defender la paz, la igualdad, la justicia? ¿Dónde están quienes cantan contra el fascismo pero luego no mueven un dedo por detener una masacre? ¿Dónde están quienes llenan sus redes de banderas palestinas pero prefieren quedarse tomando cañas?
La respuesta es dura: están en casa. Porque lo que tienen no es falta de tiempo, es falta de voluntad y de compromiso. Y lo siento, pero ya no cuela.
En esta comarca que une tierras de Soria y Zaragoza, que ha resistido al olvido y al abandono, que lucha por sobrevivir, por repoblar, por tener futuro… no podemos permitirnos el lujo de perder también nuestra alma. Si no defendemos la vida, ¿qué estamos defendiendo?
STOP genocidio. Pero también: STOP hipocresía. STOP indiferencia. STOP comodidad. STOP mirar para otro lado.
Porque si no estamos para esto, ¿para qué estamos?
JALON
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