EXPLOTACIONES TRUFERAS, UNA INVERSIÓN DE FUTURO

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La trufa es un producto muy demandado y apreciado en toda la gastronomía mundial. La trufera es un hongo de desarrollo subterráneo que precisa de unas condiciones específicas de suelo, riego, temperaturas y vegetación. Su cultivo está asociado a la plantación de encinas, en cuyas raíces se generan las truferas y su valioso fruto final, la trufa.

Existen dos tipos de trufa: trufa blanca o de verano y trufa negra o de invierno. La mayor facilidad para recolectar la trufa blanca, así como sus propiedades menos valiosas para la gastronomía, la hacen un producto menos cotizado para el mercado, por lo que no resulta interesante su cultivo. Es la trufa negra la llama a ser “el oro negro” del Alto Jalón.





En la comarca del Alto Jalón se dan las condiciones necesarias para la aparición de este hongo tan preciado al que algunos llaman “diamante del bosque”. Los fríos del invierno, los veranos secos y sus tormentas de agosto y los montes de encina o chaparra son elementos claves que hacen de nuestra tierra un buen lugar para cultivar este producto. Desde tiempos inmemoriales, la búsqueda de la trufa ha sido una de las actividades de recolección que llevan a cabo los más expertos conocedores del campo del Alto Jalón, gracias a sus entrenados perros y a su conocimiento y experiencia en los montes. Lugares como los altos de Layna conservan una importante tradición trufera.

En los últimos años el apetecible precio por kilogramo de trufa negra, entre 1.000€ y 1.500€, ha provocado la aparición de numerosas explotaciones truferas por la zona. Pasamos una tarde en el monte para recorrerlas y hablar con sus dueños.

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Alfonso Maroto es un empresario de Arcos de Jalón que ha diversificado su negocio hostelero e inmobiliario con una explotación trufera. La localización de los campos donde se cultiva el valioso hongo es mantenida casi en secreto debido al temor a que se produzcan robos -“Un kilo vale un dineral. Entras, escarbas un poco, te llevas 500 u 800 euros y hasta la semana que viene. Con la inversión inicial que esto supone, te hacen polvo”- nos dice Alfonso mientras llegamos en su 4x4 a su finca. Para llegar al recinto de la explotación deduzco que hemos dado algún rodeo, lo que indica el recelo que estos productores tienen a desvelar su localización. Aquí tiene plantadas 3.000 encinas, especialmente tratadas para generar la trufa negra en sus raíces y el año que viene espera “empezar a recoger algunos frutos para nuestros restaurantes. Incluso tengo pensado hacer algo turístico aquí, pero eso ya lo iremos viendo”.

Este es un caso habitual en el productor de trufas de la zona. Generalmente la actividad trufera es una actividad aledaña al desempeño principal. -“Yo tengo mi trabajo, esto es una inversión muy a futuro, para mis hijos más que para mí”- nos dice José Manuel Martínez, otro productor de la zona. Precisamente el valor de esta inversión inicial, sumado a que se tarda de media diez años para tener plena producción de la finca, les hace especialmente cuidadosos con sus explotaciones. “Tuve que comprar las tierras, unas cinco hectáreas para plantar 1.200 árboles. Hace tres años que puse la finca y fue una inversión muy grande”, añade Martínez.


La truficultura y su tecnificación pueden ser dos grandes apoyos para frenar la despoblación en el medio rural. De consolidarse su crecimiento, la aparición de estas explotaciones puede suponer un pequeño cambio en la configuración económica de nuestra región a medio y largo plazo. En unos años, junto con las recolecciones, que ya de por sí generarán puestos de trabajo, podrían aparecer empresas de procesado, rutas turísticas, ofertas gastronómicas y otras actividades económicas ligadas a la trufa.



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