EL MAESTRO
El viejo maestro acudió al tanatorio en silla de ruedas, por lo menos tenía noventa y cinco años.
- ¡Ay, Valerio! Vaya años que me diste, pero te quería, “condenao”, como a todos.
Hizo la señal de la cruz y se volvió a colocar el sombrero y el purillo entre sus labios, que de tantos años fumando eran de color ocre y en el inferior se dibujaba un surco bien definido en el que había descansado tanto tabaco.
Valerio fue a la escuela primaria a los siete años y la primera semana le dijo el maestro al Dimas que su hijo era retrasado, que había salido con algún defecto en su cabeza.
Retrasado.
Y Dimas siguió con las ovejas y el Tardío en el colegio. Hablaba con todos, pero todos no hablaban con él. Cuando el maestro mandaba leer en voz baja solo se escuchaba su silabeo y acababa las frases como quería y siempre se reía. Una tarde, casi al finalizar la clase, dijo “y cuando la lechera se dio cuenta, la cántara que llevaba en su cabeza, se le cayó al suelo y se derramó toda la leche…Nooooo, pobrecilla, no es justo… ¡ella no tiró la cántara!”.
El maestro le hizo salir al pasillo, y en el pasillo se escuchó: ¡ella no tiró la cántara, nooo! Y un poco después, el Tardío estaba en el patio, solo.
Me contaba muchas veces este suceso. “Y así aprendí a inventarme el final de los cuentos, y que no me castigara el maestro. Muchos cuentos acaban mal. No es justo”.
Me contaba historias de cuando iba al colegio y que nadie acabábamos de creer.
Valerio repitió dos veces segundo curso y una vez, cuarto, y como era el más grandullón de la clase, nadie se metía con él. Su último año de colegio lucía un bigote moreno del que se sentía muy orgulloso. Tanto que les decía a todos los niños que se lo dejaba tocar y que de mayor llevaría bigote aún más grande. Y murió con el mismo bigote que había cuidado toda su vida. Era lo poco que cuidaba de su aspecto personal. Se cambiaba de ropa una vez a la semana y se duchaba alguna más porque siempre que llovía se colocaba un bañador rojo y salía al corral contiguo a su casa y cantaba una jota aragonesa dedicada a los labradores mientras se duchaba con el agua de lluvia. Saltaba entre alguna tomatera y las piedras cercanas a la higuera. Los días de lluvia los celebraba como si fuera una gran fiesta.
El maestro empujó su silla de ruedas y se marchó meneando la cabeza y echando humo: ¡qué jodío Tardío!
JALON
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