ME LO CONTÓ MI MADRE
Guardé la cinta aislante en mi bolsillo y miré por la ventana. Amenazaba agua. Seguro que Valerio ya estaría pensando en cómo vendría el otoño y la temporada de setas. Cada mes traía sus regalos del campo para el Tardío. En abril cogía más caracoles que nadie y los vendía al dueño del bar de la iglesia. Su táctica era infalible. Las noches de luna creciente que había llovido por la tarde, se camuflaba entre la hierba de alguna huerta, se quedaba mirando a la luna una hora hasta que le entraba el sueño. Justo cuando estaba medio amodorrado era el momento de levantarse con mucho cuidado. Su cuerpo se hallaba repleto de caracoles, los metía en la canasta y repetía la operación una y otra vez hasta el amanecer. Decía que había que estar medio adormilado para que los caracoles te olieran y subieran por el cuerpo.
Recoger setas nunca le gustó, pero era un extraordinario guía. Acompañaba a algunos turistas que venían a Tapias del Marqués en busca del preciado producto. Los dejaba en el campo y les decía: zí, aquí. Le daban una propina y ya está.
Siempre había un tiempo para el Tardío. Tiempo de los esparraguillos, de las setas, hinojo, de las ciruelas, de las moras, del espliego, de los membrillos… Pero siempre era tiempo de pan. Valerio comía todo con pan. Las nueces con pan, los plátanos, las mandarinas, las bellotas, las sopas, el pisto, la leche, los huevos, el salmorejo, las manzanas, la miel, el requesón, el aceite, las lentejas, la cebolla, el arroz, el vino, las judías pintas, los higos… Hasta el pan con pan. Y el tiempo de los animales: de los caracoles, las hormigas de ala, los tordos, las hormigas sin ala, los topos, las hormigas de era… Podría pasar horas enteras mirando el trajín de un hormiguero. Jamás pisó uno, ni por equivocación. Y decía: las hormigas, sobre todo, son de Dios. Se lo había dicho su padre pastor cuando era muy pequeño y no lo había olvidado.
Y el tiempo de la pesca, los cangrejos, las truchas y barbos del río. Dicen que llegó a pescar truchas con la mirada. Valerio las atraía con la vista, con un silbidito prolongado y característico y Braulio las enganchaba con un sombrero de tela cuando saltaban.
Yo nunca lo vi, pero me lo contó mi madre.
JALON
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