DEMETRIO “PINGAPALOS”
El siguiente personaje en despedir al Tardío fue Demetrio Pingapalos, apodado así porque en su huerta todo lo solucionaba colocando un palo.
Entró mirando en derredor, como asustado. Se me acercó y me dijo:
- No me gusta mirar las cajas de los muertos. Pobre Tardío, ¿crees que llevará puesto cinturón de cuero en los pantalones o una cuerda?
Le sonreí y encogí mis hombros por toda respuesta.
Me vino a la cabeza la de veces que había visto a Valerio atándose los pantalones con una cuerda. Y parecía hacerlo jactándose de ello, como si de un arte se tratara.
- Y cuando se me rompen los zapatos, me los rodeo con cinta aislante y como nuevos –me dijo en alguna ocasión.
El Tardío siempre llevaba cuerda y cinta aislante en sus bolsillos. Cualquier situación podía arreglarla con esos materiales.
- El mejor invento –solía decir–. Hazme caso, no salgas de casa sin cinta aislante, te sacará de mil apuros.
Demetrio Pingapalos me apartó aún más de los pocos que se encontraban en el tanatorio y me dijo:
- Anda… tú que eres más atrevido, cuando puedas le dejas este rollo de cinta aislante. ¡Quién sabe si por allá arriba la necesitará!
Recogí la cinta aislante y asentí con la cabeza mientras el Pingapalos me preguntaba:
- ¿Te acuerdas de la anécdota que nos contaba sobre el cochino en el pozo?
Encongí los hombros aun sabiendo que me la iba a contar.
- Se cayó un cochino de los más viejos al pozo que hay cerca del cementerio. Claro, como está a pie de suelo, el cochino cayó y no podía salir. Llegó medio pueblo por allí y nadie conseguía sacar al cerdo del pozo. Al llegar el Tardío, ni corto ni perezoso, se metió vestido en el pozo, nadando torpemente. Tan torpemente que no sabía nadar. Entonces el Fausto, que tenía el tractor allí mismo, le echó una sirga entre el vociferar de todos los presentes. Valerio tomó el cabo de la sirga y lo ató a una pata del cochino. El tractor sacó a los dos en un momento. Se había jugado la vida por el cochino. Y siempre decía: estaba seguro que si fuera uno de nosotros el que estaba en el pozo se nos avivaría el ingenio. Y así fue.
Demetrio Pingapalos me dio una palmada en la espalda, creo que consciente de que ya me había contado la historia del cochino numerosas veces. Pingapalos era tan viejo que ya no iba por la huerta, pero siempre llevaba un palo en la mano. Se marchó sin mirar a la caja, pero hizo tres veces la señal de la cruz sin soltar su palo.
JALON
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